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<strong>Alberto N. García Martínez</strong> es <a href="http://www.linkedin.com/in/albertonahum">profesor de Comunicación Audiovisual</a> y Subdirector del <a href="http://www.unav.es/master/guion-audiovisual/">Máster en Guion</a> de la <strong>Universidad de Navarra</strong>. También ha impartido clases en la Universidad de Stirling (UK), la Arizona State University (<span class="caps">USA</span>) y la Universidad de los Andes (Chile). Es coeditor de ‘Landscapes of the Self. The Cinema of Ross McElwee’ (2007) y autor de ‘El cine de no-ficción en Martín Patino’ (2008). Desde hace tres años, parte de su trabajo académico se centra en la televisión anglosajona, de la que ha publicado estudios sobre<a href="http://dspace.unav.es/dspace/handle/10171/19256"> ‘The Wire’</a>,<a href="http://gentedigital.es/comunidad/series/2011/12/02/el-libro-previously-on-the-wire-y-the-shield-en-negro/"> ‘The Shield’</a>, <a href="http://labalsadelamedusa.wordpress.com/2012/01/20/numero-6-2011/">‘In Treatment’</a> o<a href="http://gentedigital.es/comunidad/series/2011/10/25/tv-goes-to-hell-el-libro-de-supernatural/"> ‘Supernatural’</a>. Regenta el blog <a href="http://gentedigital.es/comunidad/series/">Diamantes en serie</a>.
Conducen por la izquierda, carecen de Constitución, mantienen la libra y realizan unas series de postín. Resultaría osado aventurar que la televisión británica es mejor que la americana. No. No lo es. Pero sí destaca que, a pesar de su desproporción –en presupuestos, en audiencias, en glamour–, las ficciones que emiten en Reino Unido ofrecen un nivel medio altísimo. Escandalosamente superior al de cualquier otro país europeo.
¿Por qué?
1. Un linaje catódico
Al indagar en cualquier historia de la televisión, se comprueba que la trascendencia de la pequeña pantalla británica viene de antiguo. Su éxito actual –que mezcla lo populachero con la alta cultura– se construye sobre los cimientos de ilustres predecesores. Una tradición de la que beber, desde la revolución humorística de los ‘Monthy Python’ y los desbarres de ‘Yes, Minister’ hasta el elegante clasicismo de ‘Retorno a Brideshead’ y ‘Arriba y abajo’, pasando por las innovaciones narrativas –tan influyentes– del gran Dennis Potter.
Semejante aristocracia televisiva ha generado un círculo virtuoso: un espectador acostumbrado a unos estándares premium. Y, como se sabe, un público exigente es la mejor garantía para una televisión de calidad. Los pases de pecho de ‘Exile’ o ‘The Shadow Line’ no son precisamente para ver mientras uno resuelve un crucigrama.
2. La herencia literaria
No es solo auparse sobre una tradición televisiva. Es, también, vampirizar toda una cultura literaria. Uno de los mejores distintivos de la caja lista inglesa es la forma que tienen de reciclar su tradición cultural. Sus dramas están rebosantes de adaptaciones del XIX (‘Great Expectations’, ‘Little Dorrit‘, ‘Emma’), transposiciones de relatos policíacos populares (’Sherlock‘, ‘Wallander‘), relecturas de mitos clásicos (‘Robin Hood’, ‘Whitechapel’) y ese omnipresente aliento shakesperiano. Por eso, entre otras armaduras, son grandes: porque han sabido bruñir el esplendor de su pasado.
3. El empuje de lo público
Se repite sin cesar, con nostalgia resignada: “Pero, claro, es que aquí no tenemos la BBC”. Y en esto no hay fronteras: el lamento puede escucharse en España, Francia o cualquier país de América. La British Broadcasting Corporation es un modelo para todos. Es EL modelo. Su prestigio –que alcanza también a la ficción que produce– ha sido posible en una entidad que ha sabido mantener su independencia gracias a una aseada cultura de servicio público (sin olvido de las minorías), a un sistema de gobierno ajeno al poder político, y a una financiación, en su mayoría, procedente del canon por aparato televisivo. Esto no quiere decir que la BBC sea una Arcadia exenta de polémicas. Las hay. Tiene sus deslices, por supuesto. Pero no cesa de marcar el rumbo, de inventar, de arriesgar…
4. … porque en el riesgo está la gloria
Gracias a su modelo de negocio y a su idiosincrasia, la BBC se permite apostar por géneros descastados y propuestas de boutique. Vale que les salió rana la ambiciosa ‘Outcasts‘ –el intento por espectacularizar un sci-fi con muchos kilómetros–. Pero, en general, junto a propuestas más populares como el incombustible ‘Doctor Who‘ o los deliciosos timadores de ‘Hustle’, nuestros primos se permiten coquetear con la inquietante ‘The Fades‘, la enfermiza ‘Psychoville‘ o la melancólica ‘The Trip‘, aquella tramoya dispuesta por Winterbottom.
Más allá de la Auntie, la británica es una televisión que hierve en innovación, que busca ángulos nuevos que oscilan de la parodia a la subversión: le pueden meter un centrifugado a la épica de los superhéroes (’No Heroics‘, ‘Misfits’), trazar una apología del frikismo (’Spaced‘, ‘Garth Marengui’s‘), actualizar sus clásicos literarios sin abdicar del aroma (‘Jekyll’, ‘Sherlock’), inflamar el drama y la comedia adolescentes (’Skins‘, ‘The Inbetweeners‘) o raspar la costra del cine fantástico (’Paradox‘, ‘Torchwood‘).
5. ¡Es el guión, estúpido!
Para contrarrestar la inferioridad de presupuestos y acabado técnico, las series británicas ponen todo el guión en el asador. No son series perfectas y es fácil toparse con un personaje-resbalón o una trama deshilachada, incluso en propuestas de alta gama. Sin embargo, en ocho de cada diez series se despeina el tópico para abofetear las expectativas de la audiencia. No mediante fuegos de artificio, sino cocinando la historia a fuego lento, insuflando autenticidad en los personajes y excavando en sus motivaciones.
Vean la sensacional ‘The Hour’, una historia de sorbo largo, donde espionaje y periodismo compiten por el monopolio de la verdad. O la mágica e infravalorada ‘Merlin’: sin quitarse la caperuza de serie familiar (aventura, humor y fantasía), su relectura artúrica rezuma inteligencia y emoción. O la posmoderna cenicienta de ‘The Crimson Petal’ and ‘The White‘, una audaz adaptación que convierte en virtudes las limitaciones del medio televisivo.
6. Incorrección política (o la manía de patear la espinilla)
Un país tan seguro de sí mismo, una sociedad que lleva siglos sin sufrir tiranías y que jamás ha sido conquistada, desemboca inevitablemente en una ficción de corte mourinhista. ¿Que hay que ser brutos y provocar? Entradas a la rodilla para el humanismo obrero y sin moralina de ‘Shameless‘ o para el tiqui-taca de inocencia y mierda que despliega ‘This is England’86’. ¿Humor grosero y con caña a las minorías? Pruebe los pisotones en la mano de ‘Little Britain’, los escupitajos vintage de Gene Hunt en ‘Life on Mars’ o los marcajes al hombre de Ricky Gervais, un central que siempre juega con los tacos por delante.
Respire. Suma y sigue. ¿Destapar las cloacas del poder? Of course: hacia dentro, la genial ‘State of Play‘, un thriller político, bronco, donde el árbitro no huele ni una; hacia fuera, ‘Spooks’, donde los protagonistas andan en offside continuo, amparados en la viscosa razón de estado (¿produciríamos en España algo así?). ¿Un retrato histórico de la sociedad eduardiana? Los centros desde la banda (derecha, es una serie de derechas) de ‘Downton Abbey‘, donde la única tarjeta roja es para un criado. ¿Que el Catolicismo es minoritario? No pasa nada: el portero-delantero de la turbadora ‘Apparitions‘ es un sacerdote recto y abnegado, en guerra con las huestes de Lucifer (de nuevo: España, un país con muchísimos más católicos, jamás exhibiría un cura tan heroico).
¡Menos mal que Paul Abbott dice que a la tele inglesa le faltan cojones, que si no…!
7. Lo bueno, si breve…
Precisamente tanta vitalidad se puede conseguir gracias a una generosa rotación de banquillo. Abunda la miniserie y el formato ciclista: dos temporadas de seis u ocho capítulos, un manillar por Navidad y listo. Los productores británicos llevan tatuado el refrán: “Mejor es hambre que empacho”. Saben medir la distancia que requiere cada relato. Y esto, aunque algunos lo sientan como un talón de Aquiles, constituye una ventaja: no estiran las historias ni explotan las tramas hasta que se desangran. Al contrario, dejan con ganas de más. Y, cuando abusan, se nota, como en el declive de ‘The IT Crowd’, el agotamiento de ‘Skins’ o la atonía de ‘Misfits’, un producto ya jadeante.
8. El autor como género
Se habla, con razón, de que el cable americano ha generado una televisión de autor. Cualquier seriéfilo puede recitar su once titular: Gilligan, Simon, Weiner, Ryan, Sorkin, etc. En Gran Bretaña también convive una generación dorada de creadores: Steven Moffat, Paul Abbot, Jimmy McGovern, Russell T. Davies o Ricky Gervais imprimen una mirada narrativa, estética y hasta ética a sus historias. Un nombre es un pacto de lectura. Vamos, que si te cuentan la idea de que un Primer Ministro tiene que cepillarse a un cerdo en un mundo asfixiado por las redes sociales, tú sabes que semejante premisa –’Black Mirror‘– solo puede surgir de la cabecita de un Charlie Brooker (’Dead Set‘).
9. Remakeando
Al igual que las series USA, las británicas pueden aspirar a una audiencia global. Compartir la lingua franca contribuye, no cabe duda, pero no es sólo cuestión de idioma. Los de la pérfida Albión ejercen de laboratorio de ideas para los ejecutivos estadounidenses. Pensemos, por un momento, en la cantidad de adaptaciones que han volado a USA: ‘The Office’, ‘Queer as Folk’ o ‘Shameless’ han sido los más exitosos, pero la lista de intentos sería interminable: ‘Prime Suspect‘, ‘Little Britain’, ‘Life on Mars’, ‘Coupling’, ‘Being Human’, ‘Skins‘…
¿Cuál es el mensaje que estos remakes emiten? Que hay que tener la oreja puesta en el tam tam británico porque suceden milagros. Últimamente, además, no solo se exportan ideas, sino también personas: el último en hacer el petate ha sido Armando Ianucci –la pólvora de esa metralleta titulada ‘The Thick of It‘–, que regresa a la sátira política con ‘Veep’, una apuesta de la HBO.
10. Actores, camaleones y cachorros
Este decálogo quedaría cojo si olvidamos que uno de los valores diferenciales estriba en la interpretación. Los actores británicos ostentan una sólida formación en cultura y teatro clásicos. Quizá por eso son capaces de saltar del discurso shakesperiano al acento cockney sin balbucear. Transmiten autenticidad, frescura. ¡Vida! Jamás suenan en falsete. Así, es lógico que no desentone la legión de actores británicos que han colonizado las pantallas yanquis, de Hugh Laurie a Idris Elba. Por no manosear a los actores juveniles, ese extraordinario filón: el vacile continuo de Robert Sheehan, el físico a punto de estallar de Jack O’Connell, el calculado nerdismo de Simon Bird o la mirada acuosa de Asa Butterfield, el niño de moda.
Y una elipsis
Diez razones que, sin embargo, dejan fuera de campo lo más importante: constatar que aún nos quedan muchas joyas por descubrir, del pasado, del presente… y del futuro. Cosas de la superioridad de estos hijos de la Gran Bretaña.
Nota desde ¡Vaya Tele!: El post de Alberto Nahum es el primero de lo que esperamos sean muchos artículos de colaboradores invitados. Durante las próximas semanas os iremos ofreciendo contenidos de distintos periodistas, bloggers y profesionales del mundo de la televisión. Los agruparemos dentro de la sección Firmas Invitadas. ¡Esperamos que os gusten!
Imagen | LartesECB
En ¡Vaya Tele! | El éxito ‘Downton Abbey’ podría abrir las puertas a las series británicas