Hello, Doctor Lecter. Con una de las múltiples referencias a 'El silencio de los corderos' ha terminado la primera temporada de ‘Hannibal’, una de las pocas sorpresas agradables del año y una serie que aún no soy capaz de asumir que se haya emitido en NBC, una de las cadenas en abierto donde este tipo de productos tan particulares, siniestros y perturbadores no tienen cabida ni en la franja de las 22h.
Brian Fuller ha llevado su obsesión con la muerte a un terreno diametralmente opuesto de las satíricas pero amables ‘Criando Malvas’ o ‘Tan muertos como yo’. Con su realización, su atmósfera y su manera de enfrentarse a este original thriller policíaco se ha desmarcado del género del procedimental televisivo, dando como resultado una serie relevante, atrevida y que no deja indiferente a nadie, sea positiva o negativamente.
El punto de vista
El gran acierto que ha tenido ‘Hannibal’ de cara a plantear el relato es el punto de vista. La serie arranca con el espectador caminando hacia atrás junto a Will Graham, un criminólogo con tanto nivel empático que se coloca en la piel de los asesinos en serie a los que quiere analizar. Ya desde este momento tan temprano de la temporada se establece ese estilo narrativo con el espectador, que comprende inmediatamente el modus operandi de Will cuando se enfrenta a una escena del crimen, lo que permite que esta relación del protagonista con la audiencia vaya evolucionando en su implicación. Para el espectador no es lo mismo ver a un puñado de policías recoger pruebas y hablar de lo horrible que es un asesinato que vivirlas en primera persona y ser testigos de imágenes tan enfermas como la de Will colocando extremidades para conformar un tótem humano.
Con el paso de los episodios vemos cómo el meterse literalmente en la mente del asesino le afecta a su estado mental. Ese alce negro que siempre acecha finalmente se desata y le alcanza cuando Lecter descubre que lo que le ocurre a Will es neuronal y fisiológico además de psicológico. El brillante aspecto técnico de la serie se mantiene pegado a la evolución de Will, y envuelve su demencia con una atmósfera cada vez más enfermiza, más oscura y más confusa. La narración de la pérdida total de la conexión de Will con la realidad se combina con ese uso de la música, del sonido, del ambiente claustrofóbico, de un montaje deliberadamente errático que convierte al espectador en él, y para cuando alcanza el punto álgido de su neurosis en los episodios 11 y 12, uno realmente no está seguro de si lo que vemos es cierto o es manipulación. Han conseguido una empatía tan total con Will, similar a la que éste consigue con los criminales, que dudamos con él.
La elegancia de lo enfermizo
En ‘Hannibal’, la escena del crimen se aleja mucho de la cualidad de detonante argumental que suele tener en los procedimentales. De hecho, me cuesta categorizarla en este género, no solo por esto sino principalmente por aquel punto de vista que comentaba: no se cuentan los procedimientos de los asesinatos, se cuenta cómo afectan éstos al protagonista. Al igual que para Hannibal Lecter sus víctimas se convierten en apetitosos platos de una elegancia que seca la boca (¡qué locura que a veces ‘Hannibal’ de ganas de comer!), las escenas del crímen se convierten en obras de arte que provocan en Will ese mismo sentimiento contradictorio que los platos en el espectador.
This is my design. Y son esas turbias imágenes las que impulsan el estado anímico de Will y de la serie. Esa familia asesinada a manos de un niño yaciendo en el suelo mientras villancicos suenan en el salón, esos ángeles protectores con su piel desollada transformada en alas o ese instrumento musical humano son tres ejemplos de cómo las escenas del crimen se debaten entre la obra de arte y el asesinato grotesco.
Una vez más, aquí es esencial el tratamiento técnico de los episodios. La dirección incisiva de Brian Fuller, la impecable fotografía potencia esa dualidad entre el preciosismo y el horror. ¿Soy la única que disfrutaba y admiraba la serie al encontrándome en el dilema de considerar algo tan terrible como un hombre convertido en un instrumento musical algo precioso de ver? Un escenario vacío, un rayo de sol, las partículas del polvo para tratar las cuerdas vocales flotando en el aire. Precioso y horrible al mismo tiempo. Eso es cada plano de ‘Hannibal’.
Mads Lecter
Si bien es cierto que el resto de personajes han quedado algo más desdibujados y evidenciados como poco más que herramientas dentro del juego de la serie con sus dos personajes protagonistas, Will y Graham han sido la pareja del año (por cierto, de los secundarios salvo la elegancia parsimoniosa de Gillian Anderson como la misteriosa psicóloga de Lecter, que mantiene el misterio de cuánto sabe o ha adivinado de su paciente). De Will ya he hablado. Es el vehículo de la trama, los ojos del espectador, y Hugh Dancy hace un estupendo trabajo de mandíbulas tensa y mirada de corderito confuso. Pero Mads Mikkelsen ha conseguido hacer suyo un personaje que fácilmente podría haber quedado a la sombra de la inolvidable e icónica interpretación de Anthony Hopkins.
Haga lo que haga, nunca pierde ese porte elegante y sereno. Si Will era el vehículo, este sibarita hasta del matar es la gasolina. Y las ruedas. Y el volante. Aunque hasta el fabuloso festín del episodio 7 no se muestra a las claras, Brian Fuller juega desde el primer segundo con los conocimientos previos del espectador, que sabe del exquisito paladar de Hannibal y asiste a desayunos, comidas y cenas desde una perspectiva que un no iniciado en el universo Lecter jamás podría disfrutar. Es más, ese universo de dobles sentidos en las conversaciones y esos hilarantes cortes de imagen que pasan de una amenaza del psicópata psicólogo al emplatado gastronómico se convierten en un elemento más del formato. El espectador vive el horror con Will y a la vez se deja manipular divertido por las dos caras de Lecter.Aunque la serie llevase su nombre, Lecter arrancó como un secundario que poco a poco se ha ido comiendo (literal y figurativamente) la serie con su orquestado plan para llevar a Will al límite, aprovechar su estado mental y el de Abigail Hobbs para manipularles a ambos según le interesaba en cada momento de su evolución, y llevando al espectador a un desenlace frustrante pero a la vez estimulante. Siempre jugando con las dualidades.
Como ya adelantaba en el arranque, ‘Hannibal’ es sin ninguna duda mi estreno favorito del año y una de las series que más he disfrutado de principio a fin. Grotesca, enfermiza, juguetona, claustrofóbica y oscura, ha manejado todos estos elementos en una progresión magnífica de los episodios y ha jugado con los elementos capitulares y seriados para atraparnos y no soltarnos. Y ahora que Will parece (por fin) sospechar de aquel en quien más confiaba, la segunda temporada se presenta aún más prometedora.
En ¡Vaya Tele! | NBC renueva 'Hannibal' para una segunda temporada de trece episodios
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