El tiempo parece pasar especialmente rápido, tanto dentro como fuera del universo de nuestra adorada 'Juego de Tronos'. Por una parte, parece que fue ayer cuando arrancó la séptima temporada con su espectacular 'Rocadragón' y, sin comerlo ni beberlo, aquí estamos a punto de comentar su tercer episodio, titulado 'La justicia de la reina'. Por otro lado, parece que los showrunners han decidido pisar el acelerador y dejar las elipsis dilatadas a un lado, transportando personajes de un lado a otro de poniente en un abrir y cerrar de ojos.
El cierre del anterior capítulo, 'Bajo la tormenta', dejó varios frentes abiertos que prometían derivar en situaciones de lo más diversas e intensas, y 'La justicia de la reina' ha cumplido con creces lo prometido. Pese a no tener demasiada acción —casi que mejor después del desastre visto la semana pasada—, las batallas dialécticas hacen que la tensión se corte con cuchillo mientras la lucha por el trono de hierro se pone de lo más interesante en todos sus frentes abiertos... Pero dejemos de hablar en clave y profundicemos en el tema con spoilers a mansalva.
Encuentros y negociaciones en Rocadragón
La semana pasada pudimos ver como Tyrion hizo llegar un cuervo a Invernalia que transportaba una invitación para que el Rey en el Norte se reuniese con Daenerys de una vez por todas en Rocadragón. La oferta no podría recibirse en mejor momento, a sabiendas de que el nuevo hogar de la Targaryen está edificado sobre un yacimiento de vidriagón, esencial para dar su merecido a los caminantes blancos.
Jon no se lo piensa dos veces y abre el capítulo desembarcando en los dominios de la Madre de Dragones junto a Sir Davos, reencontrándose con Tyrion y recordándonos la química que desprenden juntos, hablando de tú a tú como dos parias —el bastardo y el gnomo— que han conseguido escalar posiciones de forma merecida y por sus propios medios.
Tras las presentaciones de rigor, y después de comprobar que los dragones de la Khaleesi no sólo son reales, sino que además están muy creciditos, se produce el que, probablemente, sea el encuentro más esperado de toda la serie desde sus inicios. El bastardo norteño está a punto de coincidir con la autoproclamada reina legítima de los Siete Reinos en una secuencia que, francamente, es oro puro.
El choque entre ambos personajes está al nivel de la extraña tensión sexual que puede percibirse entre ellos —o puede que tenga la mente sucia y vea cosas donde no las hay—. Un tira y afloja en el que Daenerys vuelve a hacer gala de su carácter más aborrecible y petulante, que no intimida lo más mínimo a un Jon que ha venido a hablar de negocios y no a hincar la rodilla jurando pleitesía a nadie.
Tras una primera reunión infructuosa en la que se toma poco en serio las alertas sobre el Rey de la Noche y su ejército, Tyrion se alza de nuevo como el personaje más inteligente de Poniente y media hasta conseguir que Daenerys permita a Invernalia explotar su filón de vidriagón, ganando así un nuevo aliado en su camino hacia el Trono de Hierro. Visto lo visto, lo va a necesitar...
El sabor de la venganza en Desembarco del Rey
En el último capítulo, vimos como Euron Greyjoy prometió un regalo a Cersei Lannister y, visto lo acontecido en la terriblemente rodada batalla naval de su cierre —que nos hizo echar tanto de menos a Neil Marshall en la dirección—, los más avispados supimos al instante por dónde iban a ir los tiros.
Como era de esperar, el carismático sociópata Greyjoy —un nuevo ejemplo de cómo 'Juego de Tronos' te hace odiar y adorar a la vez a sus antagonistas— sirve en bandeja a la reina las cabezas de Ellaria Sand —asesina de su hija Myrcella—, y de una de sus descendientes. En compensación, el Rey de las Islas del Hierro se convierte en el nuevo comandante de las fuerzas navales de los Lannister —el matrimonio tendrá que esperar—.
La particular ofrenda deriva en una secuencia en la que Cersei vuelve a demostrar que antes que una sádica tirana y megalómana, es una madre con el corazón roto, dando profundidad a su personaje al verla consumar su venganza con los ojos inundándose de lágrimas. Una nueva muestra de crueldad —qué mejor castigo para Ellaria que ver morir a su hija lentamente sin poder siquiera tocarla— que nos invita a empatizar con uno de los personajes más fuertes y redondos de la serie.
No obstante, los problemas para Cersei no terminan aquí, porque después de la sesión de sexo post-vendetta que mantiene con un Jaime que no está muy por la labor —lo de Euron pretendiendo a su hermana no le hace mucha gracia—, un representante del Banco de Hierro de Braavos hace acto de presencia para recordarle a la monarca que está hasta el cuello de deudas, y que su posición de desventaja en el conflicto armado en ciernes no la hace favorable a recibir el apoyo de la entidad.
Por suerte, la Lannister ha heredado la labia de su difunto padre, y pone al banquero en su sitio. ¿Que Daenerys tiene dragones? tranquilo, que se les puede quitar de en medio con unos juguetitos que guardamos en el sótano. ¿Que los Tyrell nos están dando problemas? No pasa nada, ya nos guardamos un par de ases en la manga... Al final, el Braavosi queda convencido y concede el beneficio de la duda a la Reina; porque parece ser que, en efecto, un Lannister siempre paga sus deudas.
Invernalia sigue adelante con su lideresa
Dejemos el calor del sur y volvamos a las gélidas tierras norteñas, donde Lady Sansa se ha quedado al mando de Invernalia durante la ausencia de su hermano Jon. Una vez más, se aprovecha la soledad del personaje para reforzar su evolución y la fortaleza que está desarrollando; se la ve cómoda ostentando el poder, y parece que no se le da nada mal la toma de decisiones a nivel estratégico y logístico.
Todo esto sería idílico si no tuviésemos a Meñique y su sonrisilla de medio lado tocando las narices e intentando manipular a la Stark, quién parece no tener intención de pasar por el aro. Pero ojo, porque todos los males de Sansa no se reducen al señor Baelish; su hermano Bran acaba de llegar a Invernalia y, después del emotivo reencuentro, la pobre muchacha huye asustada de su hermano cuando este se pone rarito con su rollo de que es el Cuervo de tres ojos, y le recuerda sin tacto alguno el calvario que pasó a las manos de Ramsay. Muy normal todo...
El doctor Tarly, la psoriagrís y Ser Friendzone
Nadie hubiese dicho cuando le conocimos hace unas cuantas temporadas, que Samwell Tarly iba a convertirse en un auténtico —a su manera— badass. El aspirante a maestre no sólo es un hacha en cuanto a la absorción de conocimiento se refiere, sino que además tiene un gusto especial por eso de transgredir las normas establecidas.
Cuando todos le daban por perdido, Ser Jorah Mormont se ha librado de morir a causa de los efectos de la psoriagrís gracias al doloroso procedimiento experimental efectuado por Sam de forma clandestina. La insubordinación le va a suponer Tarly unas cuantas horas de transcribir pergaminos como castigo, pero Mormont podrá regresar a los brazos de su amada Khaleesi y volver a ostentar el título de Ser Friendzone.
La toma de Roca Casterly y la jugada maestra de los Lannister
El episodio está a punto de terminar y, con él, llega la secuencia de acción de rigor, esta vez resuelta con algo más de brío que su desastrosa predecesora nocturna —aunque sin deslumbrar en absoluto—. El plan de Daenerys sigue su curso, y los Inamculados se dirigen a Roca Casterly para hacerse con ella como punto estratégico y, de paso, diezmar las fuerzas de los Lannister.
El asalto se convierte en un paseo para los soldados eunucos, lo cual hace sospechar que la casa del león se guarda un as en la manga. Dicho y hecho. Cuando el trabajo parecía completado, la flota naval de los Greyjoy hace acto de presencia y destruye el transporte de los Inmaculados, dejándoles aislados en la fortificación sin comida, recursos, ni modo alguno de viajar de nuevo a Rocadragón. Pero, ¿dónde están las tropas Lannister?
La respuesta se encuentra ni más ni menos que en Altojardín, donde Jaime Lannister comanda un nutrido regimiento encargado de arrasar los dominios de los Tyrell y terminar con la vida de Lady Olenna en una escena íntima y personal que vuelve a demostrar que el Matarreyes es un trozo de pan, y que la Reina de las Espinas resulta hiriente e incisiva incluso en su lecho de muerte. Un final de lo más emocionante para un capítulo redondo.
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