La estrategia de Netflix de crear series de ficción propias para potenciar su modelo de negocio ha alcanzado su primer momento de gloria de ‘House of Cards’, nueva versión de una producción inglesa de 1990 que contaba con dos grandes bazas para llamar la atención del público: La implicación de David Fincher, como director de los dos primeros episodios y productor ejecutivo de todos ellos, y la presencia de Kevin Spacey al frente del reparto.
Las expectativas no tardaron en dispararse y el tiempo avanzaba demasiado lento hasta la llegada del pasado 1 de febrero – Canal + la estrenada el día 21 del mismo mes- , que fue cuando Netflix rompió el patrón habitual de estrenos al lanzar al mismo tiempo los 13 capítulos que forman la primera temporada de la serie. ‘House of Cards’ se convirtió entonces en la comidilla de muchas conversaciones cinéfilas, en especial por su potente arranque, pero una vez vistos todos los episodios, no me queda otro remedio que calificarla como una decepción.
Un estilo indeciso
La señal de estilo que más destacaba ‘House of Cards’ durante los episodios dirigidos por David Fincher es su recurso constante a la ruptura de la cuarta pared para que Kevin Spacey demostrase su sagacidad y superioridad sobre el resto de personajes dirigiéndose abiertamente al espectador. Este punto podía dar pie a pensar que el resto de personajes eran poco menos que incompetentes, creando así un abismo insalvable para que nos interesáramos en ellos, pero lo que con seguía de forma indiscutible es dotar de una gran fuerza a lo que se nos estaba contando.
El problema es que ese recurso va diluyéndose con el paso de los episodios, no teniendo muy claro si es peor cuando lo meten con calzador para no romper completamente con los episodios anteriores o el tramo final en el que desaparece por completo. Es innegable que el protagonista va topándose con escollos cada vez más complicados de superar, llegando a estar completamente perdido, y ahí no tiene sentido su utilización, pero sigue cosechando unas victorias ahora más marcadas por un halo de intrascendencia. La puesta en escena mantiene el mismo tono en todo momento (Fincher marca el tono y el resto de directores optan por un claro continuismo formal), pero cayendo en una peligrosa sensación de rutina.
Una historia alargada
Tengo que reconocer que aún no he visto la versión original inglesa de ‘House of Cards’ (ni, obviamente, ninguna de sus dos secuelas), pero una de las mayores debilidades de su adaptación americana es que están estirando demasiado la historia. El gran afectado por ello no es tanto Kevin Spacey, fantástico dando vida al arribista Francis Underwood, como el resto de personajes, ya que, por regla general, no tienen la suficiente entidad para que realmente nos impliquemos con sus vivencias.
El caso más representativo es el de Peter Russo –correcto Corey Stoll- y sus problemas sentimentales y con el alcohol, ya que la intensidad dramática con la que se abordan resulta un tanto ineficaz, habiendo más interés en saber cuándo se producirá su caída en desgracia que todos estamos esperando desde el momento en el que promete mantenerse sobrio. Sus vaivenes coinciden también con una parte en la que ‘House of Cards’ se estanca, rozando por momentos el caer en la mecánica del misterio de la semana para ir alargando al máximo la resolución
Sin embargo, el fenómeno de Russo afecta en mayor o menor medida a todos los personajes en los que la serie invierte tiempo para darles de una mayor profundidad. La esposa del protagonista –solvente Robin Wright- es un personaje bastante atractivo durante el arranque de la serie, pero todas las tramas relacionadas con la forma en la que lidera su organización se traducen en incisos de la historia central que nunca están a la altura. Cierto que su maniobra para tumbar una iniciativa de su marido es un detalle agradable, pero se queda en un par de buenas escenas y nada más.
No todo es decepcionante en ‘House of Cards’
Por mis palabras hasta ahora podría parecer que la primera temporada de ‘House of Cards’ me ha parecido sencillamente mala, pero el problema añadido está en que era una serie de la que esperaba mucho más y tener que conformarme con un gran personaje protagonista – su única mancha son algunas líneas de diálogo no especialmente inspiradas a la hora de mostrar su superioridad intelectual- y un thriller político correcto en líneas generales, pero muy desigual, algo que se traduce en una mezcla de escenas muy inspiradas – la presentación del protagonista en la vigorosa escena con un perro moribundo- con otras, muy presentes a partir del cuarto o quinto episodio, en las que realmente no pasa nada.
La principal mejora de la serie con el paso del tiempo está en la periodista interpretada por Kate Mara, ya que su evolución ha sido bastante natural pese a ciertas torpezas del guión y abre unas posibilidades bastante interesantes para una segunda temporada ya confirmada que no estoy del todo convencido de que vaya a verla.
En ¡Vaya tele! | La efectista y cachonda amoralidad de 'House of Cards'
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