Aún recuerdo cuando Fox hizo un pase de prueba del episodio piloto de ‘Glee‘ meses antes del comienzo oficial de la serie. Había mucha gente entusiasmada por la frescura de la propuesta, pero yo he de reconocer que estaba casi convencido de no ver nada más hasta que el capítulo concluyó con la ya versión de ‘Don’t Stop Believing‘, uno de los momentos más emblemáticos de la serie. No faltaron los que, sin cierta parte de razón, la calificaban como poco más que un karaoke glorificado, pero ese mero detalle fue suficiente para que decidiera seguir viéndola. ¿Cómo valoro esa decisión? Pues como un gran acierto al principio, pero luego los excesos de ‘Glee’ no tardaron en convertirse en una rutina que había que amar, odiar o simplemente tolerar para disfrutar sus instantes de lucidez.
Mucha gente decidió abandonar la serie durante la segunda temporada, donde la saturación dramática con los problemas personales de Kurt consiguieron demasiado protagonismo. Pasando ya a la temporada anterior, ‘Glee’ siguió caracterizándose por giros gratuitos que no iban a ninguna parte, algún gag ocasional resultón y la sensación final de que este año iban a llegar cambios de verdad. Personajes que se iban en busca de su futuro y nuevas adiciones al reparto nos hacían esperar jugosas novedades de las que a la hora de la verdad apenas hemos visto leves atisbos en los cuatro episodios ya emitidos de esta cuarta temporada.
Las no tan nuevas tramas
Con ‘The New Rachel‘ comenzaba una cuarta temporada, jugando con la idea de que el protagonismo iba a girar alrededor de Rachel Berry y su nueva vida en Nueva York. Y es cierto que pudimos ver cómo Rachel sufría ante las exigencias de una profesora con la que una estupenda Kate Hudson, una aparición estelar mucho más estimulante que la de Sarah Jessica Parker, parecía poner al día lo que en su momento fue Sue Sylvester. Sin embargo, ya de vuelta con el grupo de coro, tocaba introducir a nuevos personajes, siendo una oportunidad de oro para buscar otro tipo de personalidad sobre la que vertebrar la historia, pero Ryan Murphy y Brad Falchuck no estaban por la labor de probar cosas nuevas. Y es que la sensación que queda al acabar episodio es que Marley va a ser la nueva Rachel de la serie, lo único que aprovechando a su madre para ocupar el espacio dejado por Beiste.
Otra cosa molesta acerca del retorno de ‘Glee’ fue que tardaron bien poco en sacar una lección moralizante de la actitud altiva y las ansias de protagonismo de los miembros veteranos de ‘New Directions’, mientras que el resto de nuevos miembros tampoco motiva en exceso, en especial el medio hermano de Puck que en realidad va camino de convertirse en el nuevo Finn (¡si hasta estaba saliendo con la déspota líder de las animadoras!). Y lo peor de todo no es la sensación de oportunidad desaprovechada, sino que son una versión sosa de sus antecesores con un filtro de mayor atractivo físico para intentar volver a enganchar a las fans de las tramas amorosas.
Volviendo a Nueva York, ‘Glee’ sigue insistiendo en convertir a Rachel en una sex symbol por la que los hombres suspiren, por lo que su nuevo vestuario y maquillaje va en consonancia a ello. También han puesto a un macizorro a sus pies con una facilidad inusitada y ha superado las graves rencillas con su profesora en un suspiro. Es obvio que Lea Michele tiene la mejor voz de la serie y desprenderse de ella hubiera hecho daño a ‘Glee’ en lo musical, pero su personaje ha alcanzado una línea en la que me resulta imposible creerme o que me importe lo más mínimo lo que pase con ella.
Un futuro (relativamente) esperanzador
Soy consciente de que he sido muy duro con la nueva temporada, pero he de reconocer que hay ciertas vías abiertas que podrían ser interesantes si los guionistas no caen errores ya cometidos con anterioridad. Las claves para ello están casi todas en el episodio ‘The Break-Up‘, último emitido hasta ahora, y que supone el comienzo de un hiato en el que no veremos nada más de ‘Glee’. No es inhabitual que surjan buenos capítulos de tanto en tanto, pero es aquí donde hay que tomar una decisión firme entre seguir adelante o seguir anclados en el pasado.
Los que ya lo habéis visto, sabréis que hay tres parejas clásicas de la serie que han roto su relación (Rachel-Finn, Kurt-Blaine y Brittany-Santana) y otra que no termino de tener claro si fue incluida en el estupendo número musical final para que hubiera algún adulto y que sólo pasan por un bache o si realmente Will y Emma han roto por esa discusión sobre su vida laboral. Personalmente, pensaba que iban a estar jugando con nosotros para que al final sólo Brittany y Santana (¡qué placer volver a verla!) rompieran, pero al final se han atrevido con una masacre sentimental que ha hecho evolucionar satisfactoriamente a los personajes, en especial en el caso de Rachel, ya que se delimita perfectamente su salto de adolescente bipolar a mujer adulta. Sólo espero que esa cansina bipolaridad no reaparezca ya en el siguiente episodio.
El problema es que ya he leído algo sobre que estas rupturas no son necesariamente para siempre, a lo que hay que añadir los posibles excesos dramáticos de los que ha hecho gala la serie para mostrar cómo alguno de ellos sobrelleva lo sucedido. Por lo pronto, es en esos aires de novedad donde ‘Glee’ tiene la llave para volver a ser una serie interesante más allá de escenas ocasionales para el lucimiento de alguno de los protagonistas, ciertos gags puntuales y poco más, que es lo que ha mantenido con vida a la serie dentro de mi lista de visionados semanales, pero no va a ser suficiente si este paso adelante sólo es la antesala de otros dos hacia atrás.
Por cierto, ¿soy el único que echa de menos a Rory? Es cierto que su personaje fue introducido de forma un tanto cutre, pero le cogí bastante cariño que a la gran mayoría de personajes regulares (también me gustaría volver a ver a Quinn). Y es que, por ejemplo, cuando Finn estuvo casi tres capítulos sin hacer acto de presencia (no podía verse venir más el cliffhanger que protagonizó), va a ser que mucho no lo lamenté.
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