'Fringe' se acaba acentuando la emoción sobre la razón


A lo largo de estas cinco temporadas que ‘Fringe‘ ha estado en antena, y especialmente desde la mitad de la tercera, bastantes críticos estadounidenses han expresado varias veces que, de todas las series high concept que se estrenaron a rebufo del éxito de ‘Perdidos‘, ésta siempre fue por delante de las ‘Invasión‘, ‘Jericho‘ o ‘FlashForward‘ porque siempre supo que el centro de todo debían ser sus personajes y, gracias en gran parte a Walter Bishop, siempre tuvo mucho más corazón y fue bastante más imaginativa que todas ellas. Tal vez por eso logró el apoyo de unos fans no demasiado numerosos, pero lo suficientemente ruidosos como para que el estudio, Warner, y la cadena, FOX, la mantuvieran en el aire bastante más tiempo del que predecían sus audiencias, muy pobres desde la tercera entrega.

Preparar y entregar un último episodio que cierre la serie movido puramente por motivos creativos, sin tener que hacerlo por la presión de saber que acabas de ser cancelado, no es algo que sea muy común en televisión, y cuando una serie lo consigue, tampoco es raro que los fans le salten a la yugular por no haber seguido el camino y no haber dado las respuestas que consideraban que debía seguir y dar. Sin embargo, el final de ‘Fringe’, sin aspirar a entrar en la lista de los mejores finales de la historia de la televisión, ha resultado tremendamente satisfactorio porque nunca ha perdido de vista a sus personajes, y tampoco se ha olvidado de hacer varios guiños a los fans realmente simpáticos y hasta con su toque emocionante. Eso sí, quienes llevaran toda la quinta temporada lamentándose de que hubieran dado el salto a ese 2036 controlado por los Observadores, y hubieran perdido todo interés en la serie, seguramente no habrán sacado nada en claro de ese cierre; el último episodio no puede “arreglar” las cosas que ellos consideren que eran defectos.

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Todo por los hijos

Se puede decir que el gran tema que ha movido siempre buena parte de las historias en ‘Fringe’ es la capacidad de sacrificio de los padres por el bienestar de sus hijos (un tema muy clásico de las series producidas por J.J. Abrams). El dolor de Walter por perder a Peter cuando era un niño fue el detonante de todo lo que hemos visto en la serie, y las diversas acciones que los padres llevan a cabo por sus criaturas han centrado en gran parte los últimos episodios. Septiembre/Donald hace todo lo que hace para salvar a esa “anomalía”, a ese niño Observador que genéticamente es su hijo, Olivia y Peter se sacrifican de diferentes maneras para vengar la muerte de Etta y para intentar recuperarla (él llega a convertirse casi en un Observador; ella accede a un último chute de cortexiphan que le permita cruzar al otro universo y poner en marcha el plan que debe cambiar la historia a partir de 2015), y el último de sacrificio de Walter, que acompaña al pequeño Observador al futuro para evitar que éstos evolucionen a los monstruos que acaban siendo, se hace porque quiere que Peter recupere a su hija y sea feliz, porque quiere dejar un mundo mejor para sus sucesores.

Las diferentes despedidas de Walter de todos los personajes han sido, desde luego, lo más emocionante de todo, y aunque la de Walter y Peter puede haber sido la más destacada, la que inesperadamente ha llegado más ha sido la de Walter y Astrid cuando encuentran a Gene “congelada” en ámbar, en ese momento en el que Walter le dice a la agente Farnsworth que el suyo “es un nombre muy bonito”. El doctor Bishop ha estado, por supuesto, sembrado a lo largo de los dos episodios, dejando perlas como que echaba de menos los viejos teléfonos móviles que provocaban tumores o prefiriendo usar balas de antigravedad contra los Observadores porque los hace flotar y eso mola. Quienes han impulsado toda la trama han sido, como no podía ser de otra manera, Walter y Olivia, los que siempre han sido los protagonistas centrales de la serie, y ella nos ha permitido, además, recuperar una de las cosas que más se echaban de menos esta temporada; el universo alternativo.

Los guiños para los fans

El arco del intercambio de las dos Olivias, y la inmersión en la División Fringe del otro lado, es indiscutiblemente el mejor tramo de la serie, y era inevitable que volvieran a visitar ese mundo antes del final. El reencuentro de Olivia con su döppelgänger y con Lincoln no sólo le permitía rescatar al niño de las garras del malvado Windmark, sino que es también uno de los muchos guiños que este final ha hecho para los fans (por cierto, que en el otro lado Chelsea Clinton se presenta a presidenta de Estados Unidos). Porque no sólo ha sido ver de nuevo ese universo, sino tener de vuelta a la Olivia mutante con superpoderes de las anteriores temporadas, una Olivia que utilizaba esas habilidades que le daba el cortexiphan en contadas ocasiones pero que, como Windmark comprueba en última instancia, era una fuerza imparable cuando lo hacía.

El caos que Olivia y Peter desatan sobre el cuartel de los Observadores también está trufado de homenajes a los “monstruos de la semana” de las dos primeras temporadas, incluyendo aquel asqueroso parásito a lo Alien del barco chino, el gas que hacía explotar la cabeza o las mariposas ue cortaban con sus alas a su víctima hasta que moría. Además, claro está, de ese mensaje colado al final del capítulo entre el correo de Peter, ese “gracias por vuestro apoyo” con el que la serie quiere acordarse de cómo el aliento de los fans le ha permitido llegar hasta aquí. Que la última imagen de la serie sea el famoso dibujo del tulipán blanco, que simboliza el perdón a Walter por todo lo que hizo, todavía acentúa más la importancia que los sentimientos de los personajes han tenido en este cierre, un cierre en el que no se han olvidado de su gusto por la ciencia ficción más clásica de paradojas temporales y saltos interdimensionales, con todas las discusiones que eso puede generar (no, Walter no desaparece de toda su línea temporal; sólo lo hace después de 2015, o eso le explica a Peter).

El balance

La quinta temporada de ‘Fringe’ ha sido un epílogo, un regalo de trece capítulos extra para que la serie pudiera tener un final definitivo pensado como tal, un final que honrara el viaje personal de sus personajes. El salto al futuro, muestra de la voluntad de sus responsables por hacer evolucionar la serie y tomar riesgos, ha dejado fríos a muchos fans que ya ni siquiera estaban demasiado convencidos del rumbo de la cuarta temporada, con aquella nueva línea temporal en la que Peter había muerto ahogado de niño en el lago Reiden. Para los que se subieron al carro de lo que se proponía (como es mi caso), lo que se encontraron fue una última temporada tremendamente preocupada por los corazones de sus protagonistas, y con unos villanos prácticamente invencibles que elevaban mucho lo que estaba en juego para Walter, Olivia, Peter, Astrid y compañía.

Desde luego, esta ‘Fringe’ se parece poco a la que era en el piloto, cuando se presentaba como un procedimental de ciencia ficción con grandes aspiraciones pero, todavía, fría y sin tener muy claro cómo quería ser. La introducción definitiva de los experimentos de Walter y Bell en Olivia y de la existencia del universo paralelo cambió la perspectiva de la serie y la convirtió más en lo que ha terminado siendo, una historia sobre los riesgos de la ciencia o, más en concreto, de los riesgos de que un gran intelecto te lleve a actuar sin ninguna cortapisa ética, y sobre las cosas que las personas son capaces de hacer por aquellos a quienes quieren. La mejor ciencia ficción siempre ha sido bastante más humana de lo que podría parecer por su temática y, en ese aspecto, ‘Fringe’ ha sido un viaje muy entretenido y hasta estimulante en sus mejores momentos.

En sus cinco temporadas, la serie puede presumir de no haberse quedado estancada ni dormido en los laureles, de haber probado nuevos caminos y haber seguido por ellos con todas las consecuencias, incluso aunque algunos no acabaran de funcionar, y de haber logrado construir un grupo de personajes interesante y entrañable, anclado por la monumental interpretación de un John Noble cuyo Walter Bishop fue siempre el centro de todo. Lo que yo más echaré de menos será no sólo la personalidad de Walter, al mismo tiempo juguetona, arrogante, adorable y hasta a veces peligrosa, sino también aquellos experimentos locos como hacer que William Bell tomara posesión de la mente de Olivia, las historias de bucles temporales, todos los nombres que Walter llamó a Astrid y, en general, la sensación de que en ‘Fringe’ cualquier cosa era posible. Hasta tener una vaca llamada Gene que, en un capítulo, acaba teniendo topos de colores.

En Zona Fandom | ‘Fringe’, conclusiones y cierre
En ¡Vaya Tele! | Diez episodios para rememorar ‘Fringe’ (II)

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