Han sido necesarios casi tres años para que podamos ver la segunda temporada de ‘El fin de la comedia’, una inusual serie española con un estilo que recuerda al de producciones americanas como ‘Louie’ o ‘Curb your enthusiasm’, ya que su protagonista, el singular Ignatius Farray también da vida a una versión de sí mismo que juega con la difusa frontera entre la realidad y la ficción.
Ya en la primera temporada tenía su puntito de amargura, tanto por las dificultades asociadas a la vida del cómico como al divorcio por el que estaba pasando Ignatius, algo que aquí se eleva aún más. El motivo de ello es que todo gira a cómo le ha afectado personalmente el hecho de padecer una miocardiopatía hipertrófica, algo que ya se percibe en los dos primeros episodios de la segunda temporada que hoy estrena Movistar+ y que en junio llega a Comedy Central.
La comedia no tiene límites
Uno de los aspectos clave de la serie es que nunca va al chiste fácil, de hecho ni siquiera muestra un interés especial por los gags -lo más parecido serían los flashes de Ignatius cuando la doctora le pregunta acerca de su estilo de vida-, sino en indagar en situaciones más o menos incómodas y que el humor surja del desarrollo de las mismas, ya sea por un detalle de fondo que rompe con el resto o por su forma de jugar con el patetismo de lo que sucede en pantalla.
Por ello, Miguel Esteban, Raúl Navarro y Farray, creadores de la serie, no se cortan a la hora de coger situaciones más o menos cotidianas y llevarlas al extremo, dejándonos con la duda de si eso realmente ha sucedido. Con alguna de ellas parece claro que se trata de una hipótesis -el fan que lleva una vida increíble y con el que Joaquín Reyes acepta pasar un día-, pero lo más habitual es que uno se crea que algo así podría pasar perfectamente.
Además, el hecho de contar con varios cameos ayuda a reforzar esa sensación de cotidianidad, incluso cuando se hace para dar vida a un personaje en lugar de a sí mismos -muy divertida la escena de la pizzería con Miki Esparbé, en especial la forma que tiene su madre de zanjar el problema-, ya que en todo momento logran salir airosos de esa necesidad de mezclar absurdo, vergüenza ajena y cierto patetismo asociado de por sí a la imagen de Farray.
‘El fin de la comedia’ mantiene sus señas de identidad
Eso les permite incluso proponer situaciones algo disparatadas sobre el papel -la “exigencia” para conseguir su nuevo piso-, pero luego ejecutadas de tal forma que encajan a la perfección con el tono de la serie. Si acaso quizá haya algún guiño puntual para los fans con los que el resto del público podría perderse, en especial por lo raro que queda el momento en el que la doctora suena su mítica expresión "mutante hijo de puta". Tampoco es algo grave, pero hay que comentar tanto lo bueno como lo malo.
Por su parte, Farray ya había abrazado por completo esta representación suya en la primera temporada y aquí está simplemente impecable, dejando curiosidad por saber si la enfermedad que le han detectado va a afectarle de más formas en los cuatro episodios restantes. Tampoco tiene problemas con la idea de humillarse a sí mismo, pero siempre como algo que vaya en la línea de todo lo demás y no como un mero recurso gratuito para que el espectador se ría.
Lo que sí hay que tener claro es que no se trata de un humor generalista, sino que ‘El fin de la comedia’ apuesta por un nicho, algo muy poco habitual en España, de una forma decidida. Vale que todas las situaciones funcionarán igual de bien, pero sí que consigue transmitir una sensación de unidad al mismo tiempo que tiene la suficiente libertad para ir proponiendo todo lo que le interese a sus creadores sin la necesidad de tener que ajustar a cualquier estándar propio de la ficción televisiva.
En definitiva, el comienzo de esta segunda temporada mantiene las mismas señas de identidad que hicieron que una única temporada de seis episodios les bastase para ser una de las mejores series españolas de los últimos años. De hecho, se aumenta incluso la apuesta por tener que explorar una situación delicada, pero apostando siempre a que, pase lo que pase, la comedia prevalecerá.
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