En un estado de estrenos permanentes, con una ficción nacional que trabaja a toda máquina, Hermanos y detectives ha sabido hacerse un hueco entre la audiencia a pesar (o gracias), a la falta de efectismos y a la ausencia de reclamos que sí están utilizando otras cadenas con sus series. No es una serie que refleje el mundo de la pareja de hoy ni hace un análisis sociológico, no plantea una historia seria de resolución de crímenes, no tiene personajes terriblemente carismáticos.
Hermanos y detectives traía como losa el hecho de ser un producto importado de la televisión argentina y muchos han querido ver en la serie una copia de Detective Conan. Se estrenó al mismo tiempo que otras propuestas, con una promoción más modesta, pero en pocas semanas ha conseguido ser un producto valorado y con el acertado cambio de horario (de martes a domingo), se ha asentado en su franja.
La serie es una comedia amable basada en personajes patosos y tontorrones. La resolución de crímenes sirve de excusa y de telón de fondo para que podamos observar las evoluciones de un reparto coral que ha encontrado enseguida el punto y el matiz que a cada uno le corresponde. Determinados giros del guión, muy cercanos al gag, sirven de clímax en determinados momentos y mantienen el ritmo narrativo. Las interpretaciones son sobradamente rentables. La producción, sin ser espectacular, consigue que el espectador se separe del concepto de serie con decorados de cartón pluma.
Una serie amable, entretenida y cómica. Un producto equilibrado que ha sabido encontrar su sitio y comunicar al espectador la ganas de entretener sin demasiados artificios ni pretensiones de verosimilitud. Por ponerle un pero, la forma en la que han decidido alargar la trama entre Montero y Carmen no me parece del todo acertada pero hace pensar que tenían previsto terminar el tema cuanto antes y que el éxito de la serie les ha hecho cambiar de opinión.