El pasado lunes Telecinco emitió el último capítulo de la tercera temporada de C.S.I.: Miami, que sin duda fue una de las mejores entregas de una serie que a nivel de contenido casi nunca se eleva por encima de lo mediocre. Hay un motivo por el que C.S.I.: Miami lleva un par de años siendo la serie más popular en todo el mundo: es un auténtico caramelo para los ojos. Un policiaco clásico sin ningún tipo de ambigüedad moral, también es sin duda el programa de televisión norteamericano mejor fotografiado, siempre con el filtro, el encuadre y la composición justa.
Esta elaboración visual se pone al servicio de espectaculares playas, yates, mansiones, coches de lujo y modernos locales nocturnos. Pero Miami es también una ciudad violenta donde se mata y se muere con relativa facilidad en inventivos crímenes. Como ninguna otra serie, C.S.I.: Miami encarna la fascinación y la repulsión que los Estados Unidos provoca en el resto del mundo. El sueño y la pesadilla americanas, en el mismo paquete.
En este capítulo final de la temporada pasaron muchas cosas y casi todas bastante interesantes. Para empezar, Horatio se reunió con su no difunto en realidad hermano Ray para impedir un atentado terrorista. Desde luego, si Jack Bauer hubiera visto el episodio, hubiese sentido envidía de que Horatio tuviera la suerte de que un terrorista se dejara en su casa las coordenadas exactas donde se iba a detonar una bomba sucia. Le hubiera ahorrado unas cuantas torturas.
Aunque creo que si Bauer, que siempre anda un tanto estresado, tuviera como compañero a alguien tan introspectivo y pasivo como Horatio Caine, tendría que soltarle unas cuantas descargas eléctricas sólo por pura diversión. El final les salió un poco misógino cuando la detective Salas, tragándose todo su orgullo como mujer, acabó en los brazos del marido que la había engañado de todas las formas posibles para irse a Brasil. Nuestro Horatio se nos quedó sin novia, pero no puedo echarle la culpa a Yelina. David Caruso está ya un poco arrugado y la comparación con Dean Winters, que nos enseñó generosamente su pulida anatomía en el drama carcelario Oz, no le favorece.
Pero lo mejor del capítulo fue la resolución de la abortada historia de amor entre Calleigh Duquesne y el detective Hagen, que tenía demasiado equipaje como para que esa historia pudiera tener un final feliz. De hecho, la cosa acabó de la peor forma posible, con Hagen pegándose un tiro en, nótese la ironía, la sección de balística del laboratorio tras perder completamente su ética profesional y ser rechazado, de nuevo, por Calleigh (una Emily Procter tan excelente como siempre). Ésta mantuvo la compostura hasta que más tarde una gota de sangre le cayó en las manos mientras hacía una prueba y se dio cuenta de que parte de los sesos de Hagen habían quedado en el techo. Fue una forma brutal pero muy coherente con el esfuerzo de cosificar a las víctimas en el universo C.S.I. de mostrar cómo, por fin, Calleigh se rompe por dentro.
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