Antena 3 emitió anoche el último capítulo de ‘El barco’ y ya conocemos lo que ha supuesto su primera temporada dentro de la ficción española. La nueva serie de Globomedia ha conseguido ser uno de los mejores estrenos del año en cuanto a audiencia se refiere. Ha sabido ofrecer los elementos necesarios para reunir a cuatro millones de espectadores cada semana. Pero tenemos que ser honestos y una vez más afirmar que la cantidad de seguidores que posea una serie no está ligada a la calidad que ofrece.
Teniendo como antecedente a ‘El internado’, ‘El barco‘ debería haber corregido los errores que vimos en temporadas pasadas. Es lo mínimo que un espectador puede esperar al descubrir que se va a realizar una serie de corte similar a otra que hemos visto antes. Pero, en vez de eso, la historia que nos ha comenzado a ofrecer ‘El barco’ está plagada de fallos. Pequeños y grandes errores que tratan al espectador como un idiota. Mi relación con la serie ha sido como si accediera a jugar una partida de cartas con alguien y en el transcurso de la misma me diera cuenta de que tiene cartas escondidas por todos sitios. Aún así he seguido jugando, pero siempre con la mentalidad de que lo estaba haciendo con un tramposo.
Porque si ‘El barco’ pretendía jugar a ser una serie apocalíptica tenía que haberlo asumido con todas sus consecuencias. Pero tras la primera temporada hemos visto que ‘El barco’ de apocalíptica no tiene nada. El mundo se ha acabado. Eso dicen. Pero lo que no se han acabado son las escenas rebuscadas para que los personajes vayan lo más desnudos posible, ni los líos amorosos sin pies ni cabeza. Porque hay veces que ‘El barco’ no parece un buque a la deriva en mitad de un mundo ya desaparecido, sino un instituto en el que los personajes sólo piensan en practicar sexo.
Muchas trampas para una sola serie
‘El barco’ ha conseguido indignarme con cada nuevo episodio. En todos ellos he visto algún elemento metido con algo más que un calzador y he sentido que me la estaban jugando una vez más. Son esos pequeños errores los que se han ido acumulando y los que hacen que la historia principal pierda la atención que se supone que merece. No quiero ser de los que dicen que algo no les gusta sin manifestar el por qué. Por ello me dispongo a resumir las trampas que ‘El barco’ ha ido acumulando en tan sólo trece capítulos.
Hemos visto, semana tras semana, como el Estrella Polar superaba con éxito todo tipo de peligros (una ola gigante, un volcán en erupción, el ataque de una bandada de cuervos, los envites de un gigante y desconocido animal acuático…) sin que sufriera un arañazo. Ni siquiera las velas han perdido el blanco original después de la mencionada llegada de los pájaros. Todo se ha solucionado mostrando un barco impoluto, como si lo acabaran de sacar de un embalaje.
Pero el Estrella Polar no se lleva la palma en esto de las trampas. La trama también ha tenido momentos de apaga y vámonos, como el día en el que una niebla misteriosa apareció haciendo peligrar la supervivencia de los tripulantes del Estrella Polar. Pero al final del episodio todo se solucionó con una elipsis que nos dejó el ceño muy fruncido. O el momento en el que nos hicieron creer que Gamboa era capaz de retrasar todos los relojes del barco para engañar a toda la tripulación sin que se diera la posibilidad de que uno de ellos tuviera un solo reloj con la hora diferente.
Y también hemos asistido a la desaparición fulminante de un personaje, aquel que se tiró al agua cuando todos estaban encima del volcán en erupción. Aún así sobrevivió, fue rescatado (el cómo le rescataron sin que nadie resultara herido sigue siendo un misterio) y llevado a la clínica, pero en el siguiente capítulo no supimos nada más de él ni de sus quemaduras. Pero por si todo esto fuera poco, nos tenemos que creer que en el barco están emparedados el antiguo capitán y algunos pasajeros del Estrella Polar tras sufrir una epidemia de gripe española. Todo esto sin que nadie, ninguna persona, lo supiera durante todos estos años.
Todos estos elementos los encontramos en una ficción en la que en ocasiones parece que se parodia a sí misma y en la que cualquier tema que aborda le queda grande. ¿De verdad todos han asimilado de forma tan normal que el mundo se ha acabado y que son los últimos supervivientes del planeta? Los alumnos van a clase (¿alguien me puede explicar por qué?), el capitán y el suboficial hacen de las suyas y una legión de subalternos (de los que no sabemos nada de su existencia) corren por la cubierta cuando hay que desplegar las velas o encender las máquinas.
La mayoría de los personajes están en una serie diferente de la que deberían estar y en algunos casos también algunos actores. Y es una pena, porque ‘El barco’ tenía todos los requisitos para convertirse en una buena serie. Pero quiere ser tantas cosas (una serie de misterio, comedia, ciencia ficción, para toda la familia, para los más jóvenes…) que no llega a ser ninguna de ellas. A medio camino de todo pero sin llegar a ninguna parte.
Un problema en la manera de avanzar en el tiempo
Y si ‘El barco’ quiere ser una serie apocalíptica, al menos eso fue lo que nos vendieron, debe replantearse cómo debe pasar el tiempo en sus capítulos. Uno de los puntos fuertes que tenía ‘Perdidos’ era que en cada capítulo transcurrían unas pocas horas y cuando un episodio terminaba el siguiente comenzaba justo en ese instante. Unas veces lo hacía mejor y otras peor. Pero era esa forma de contar la historia la que permitía que entrásemos en la forma que tenía cada personaje de adaptarse a su nueva forma de vida. En ‘El barco’ he visto ocasiones en las que ha pasado más de un par de días entre capítulo y capítulo, dejando que se esfumaran las mejores oportunidades para mostrar cómo de vulnerable puede ser un personaje o cómo le cuesta adaptarse a su nueva vida.
No ayuda a este hecho la hipotética falta de alimentos. No sabemos muy bien qué se va acabando, pero hay veces que los personajes están todo un episodio con un hambre tremendo y otras en las que están como en el recreo de un instituto. Eso sí, determinados productos no se acaban nunca, deben ser promocionados hasta el fin de los días. En el Estrella Polar ya no hay fruta ni dulces, pero si Vilma aparece comiéndose una lata de atún nadie tiene deseos de quitársela para saciar su apetito.
Es todo muy artificial. Hasta hay ocasiones en las que he pensado que la serie sólo era una excusa para hacer una bonita promoción de Coca-Cola y sólo hay que observar por internet para saber que no he sido el único en pensarlo. Pero si yo fuera el anunciante de uno de los productos que se anuncian en ‘El barco’ me replantearía que el espectador pudiera pensar que si aún no se han acabado sea porque ese producto realmente no sabe tan bien.
Y tampoco es bueno para la serie que aparezcan tramas episódicas que se olvidan con cada nuevo capítulo. No podemos dejar de lado lo anterior para seguir adelante y en ocasiones parece que antes no ha pasado nada. Todo comienza con la mañana de un día más y con una nueva e ingeniosa reflexión de una niña repelente que nunca debió embarcar en el Estrella Polar.
Los líos amorosos que desvirtúan la historia principal
Esta temporada he terminado asimilando lo que me negaba a creer cuando anunciaron la ficción: que la historia sólo conducía al beso final entre Ainhoa (Blanca Suárez) y Ulises (Mario Casas) y que todo lo demás había sido puro relleno. Pero debemos ser conscientes de que esto no es una historia de amor. Es una historia alargada hasta el extremo más insoportable por unos guionistas que quieren terminar la temporada con un momento romántico.
¿Por qué no se besaron antes? ¿Por qué no se besaron el primer día? Son jóvenes, demostraron que se gustaban desde que se conocieron, y no tenían ningún impedimento. En vez de eso se apostó por lo menos creíble, emparejar a cada oveja con otra pareja para dejar al espectador con la miel en los labios. Entiendo el recurso pero no comparto las motivaciones que tenía ninguno de los dos personajes para hacerlo, sólo, como he dicho antes, para así poder rellenar minutos.
‘El barco’ ha tenido más líos amorosos que minutos de reflexión sobre los momentos que los personajes están viviendo. Siento si soy un pesado, pero es que ¡se ha acabado el mundo!, no se han ido de vacaciones ni están de erasmus. Se supone que no van a volver a ver más a sus seres queridos por lo que esa mentalidad grupal debería cambiar, sobre todo si se quiere ganar puntos en credibilidad.
¿Merecerá la pena la segunda temporada?
En el fondo tengo que reconocer que ‘El barco’ me atrae. Es uno de mis guilty pleasure de esta temporada. Quizá sea porque en el panorama español actual no hay ninguna ficción que tenga esos toques de misterio que se esconden dentro de toda la morralla que no me interesa. Y quizá sea gracias a ese aspecto por el que han conseguido que me vuelva fan de la serie, aun sin gustarme. Pienso que quien vea ‘El barco’ lo hará por una razón que será diferente en cada caso. Y puede que ahí resida su mérito.
Pero tras la primera temporada tengo que decir que ‘El barco’ no es la serie que imaginamos que podía ser (tendremos que seguir esperando). Es una serie más, que mezcla varios elementos sin llegar a destacar en ninguno. Puede no se trate de trampas, sino que la serie juega la misma partida con varios tipos de barajas de cartas y a mí sólo me interesa jugar con una de ellas. Eso sí, hay algo que deberían saber los cuatro millones de personas que siguen la serie, y es que si la vida se acabase mañana y a alguno de nosotros le tocara sobrevivir, nuestra experiencia no se parecería en nada al mundo apocalíptico que ‘El barco’ se ha sacado de la manga.
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