Cuando los nuevos capítulos de ‘El barco’ llegaron a Antena 3 nos vendieron que la segunda temporada de la serie duraría 17 episodios, entre los que se encontraría un especial de Navidad que se emitiría cuando nosotros estuviéramos comiéndonos las uvas. Algo ha debido de pasar con la planificación de la serie, ya que la cadena se ha visto forzada a parar la emisión de ‘El barco‘, algo que algunos nos han vendido como el final de la segunda temporada. No es del todo cierto, ya que la temporada continuará en Navidad, aunque no sabemos si Antena 3 nos la anunciará como una nueva o como la continuación de la que dejaron de emitir la semana pasada.
Tengo que reconocer que sentí algo de curiosidad con la llegada de la segunda temporada. Ingenuo, quería observar si se mejorarían los aspectos negativos que tenía la serie (que no eran pocos) para darle algo de coherencia a la ficción o si, por el contrario, seguirían con el cúmulo de disparates que fue la primera temporada. Como he apuntado, fui un ingenuo al creer que la serie se desviaría de lo que fue en sus inicios, sobre todo porque algunos cambios, aunque sean necesarios, pueden poner en peligro la fidelidad de la audiencia.
Y, como mantener la audiencia es lo primero, ‘El barco’ ha seguido ofreciéndonos las mismas trampas que en la primera temporada, mostrando el poco respeto que tiene por los espectadores que busquen en una ficción algo más que buenos cuerpos y líos de falda. No es ‘El barco’ una ficción seria, que mantenga sus cimientos en esa trama principal tan explotada (la supervivencia a una catástrofe a nivel mundial) de la que han demostrado burlarse con cada nuevo episodio. Quizá el error sea mío por buscar los elementos que me atraen en una serie que no los ofrece y que no los ofrecerá nunca, pero cada vez que veo la ficción sólo puedo observar sus incoherencias, que la convierten en una parodia de cualquier serie de mediana calidad.
‘El barco’, una serie de instituto
Los tripulantes del Estrella Polar descubren una bomba, repito, una bomba, que puede estallar en cualquier momento pero mientras intentan desconectarla hay tiempo para que filtreen unos con otros. Este ejemplo se puede aplicar a cualquiera de las catástrofes con las que tengan que lidiar los protagonistas, que siempre estará en segundo plano en favor de las calenturas que tengan en cada momento. Esta es una de las peculiaridades que más me molestan de ‘El barco’ y que convierten a la serie en una ficción centrada principalmente en las relaciones afectivas surgidas entre sus personajes.
Así, todo lo del fin del mundo queda en un segundo plano, y se muestra como una característica más que viven los personajes, pero que no adquiere la importancia principal que debería tener. El Estrella Polar se convierte en un nuevo instituto Zurbarán en mitad de un océano interminable y lo único nuevo que aporta la serie es enfrentarse a la catarata, el volcán o lo que toque cada semana. Todo lo demás (tramas y reacciones) ya lo hemos visto en otras ficciones, en tierra firme, así que la serie sólo se presenta para aquellos que se sientan atraídos por amores enredados a conciencia para alargar tramas que no se sostienen por sí solas.
Todas las relaciones amorosas beben de la principal, la surgida entre Ainhoa y Ulises, y todos los problemas que surgen en ellas son tan superficiales como ésta. Los problemas suelen estar metidos con calzador y, si lo pensamos detenidamente, muchos de ellos dejan de tener sentido y sólo aparecen para alargar las tramas de cualquier forma posible. El colmo lo encontramos en algunas de sus resoluciones. La peor que nos deja esta temporada se encuentra en la fuga de Ainhoa y Ulises (que huele a vía para alejar a los actores del rodaje durante un tiempo) a bordo de otro buque escuela.
Ainhoa y Ulises han decidido darle la patada a sus familiares más cercanos y manejar el nuevo barco entre ellos dos (sin los marineros que han necesitado hasta ahora en el Estrella Polar y sin valorar todos los peligros a los que supuestamente se van a enfrentar). Lo peor no es esta decisión, sino la reacción de la mayoría de los personajes, que siguen con sus vidas sin importarles demasiado que dos de sus compañeros se hayan marchado. Y todo continúa tan normal.
Absurda hasta decir basta
¿En serio? Esa es la pregunta que más repito a lo largo de cada episodio de ‘El barco’. El Estrella Polar cae por una catarata y no se rompe ni siquiera un mástil, ¿en serio? Después de más de 60 días aparece un nuevo estudiante escondido en el buque (que en teoría también cayó por la mencionada catarata) vivito y coleando, ¿en serio? Y así hasta un largo etcétera. Por no hablar de cada una de los productos publicitarios que sólo le hacen restar credibilidad. Si veríamos inverosímil que en ficciones como ‘Hispania’ o ‘Gran Hotel’ se promocionaran marcas actuales, ocurre lo mismo con ‘El barco’, serie que con cada nuevo refresco que algún personaje se toma se le da una patada al racionamiento de alimentos al que se suponen que deberían estar más que sometidos desde hace tiempo.
Pero en vez de eso, encontramos en el buque una fuente inagotable de alimentos y utensilios, con los que se pueden fabricar desde disfraces hasta unos remos con los que manejar el buque. Todo sin que ningún tripulante sufra incomodidad, sienta ganas de volver a casa o la nostalgia de lo perdido en el pasado. ¿En serio?
Por todos estos motivos, ‘El barco’ llega hasta los límites más absurdos posibles. Está destinada para quienes no quieran pensar demasiado con las series (algo, por otra parte, bastante respetable) y yo me siento bastante estúpido cuando me encuentro siguiendo uno de sus capítulos. El último gran desatino lo vivimos en el episodio del pasado jueves, en el que los estudiantes decidían hacer una actuación musical porque sí, como si no tuvieran más problemas en los que pensar. Y es que los guionistas deberían saber que no es lo mismo hacer un episodio musical en el que los personajes canten y bailen sobre lo que les ocurre que hacer que sean ellos los que preparen una actuación para disfrutarla ellos mismos, como si estuvieran en la actuación de fin de curso de un colegio.
¿Un guilty pleasure?
Llegados hasta aquí muchos os preguntaréis por qué he seguido viendo la ficción. Y quizá se deba a que, además de sumarse a mis obligaciones blogueras y a la guerra por la conquista del mando que hay en casa cada jueves, siento curiosidad por saber hasta dónde están dispuestos a llegar. Por eso, considero que ‘El barco’ se ha convertido en mi guilty pleasure (placer culpable) particular. Sé que no me gusta, sé que es mala, pero aún así siento la necesidad de saber cómo van a continuar, ya que cada día parece que es imposible que se vayan a superar.
Es una pena que la ficción de Globomedia haya derivado a esto, sobre todo teniendo en cuenta la idea de partida. Siempre ha sido una serie más, del montón y totalmente prescindible dentro de la ficción nacional. Dentro hay buenos actores y ganas de hacerlo bien, pero todo se escapa por la borda cuando el principal objetivo es atraer al público adolescente, dándole lo que parece que quieren: dosis de desnudos, triángulos amorosos y relaciones absurdas e imposibles. ‘El barco’ quería ser una apuesta de calidad pero ha terminado siendo una más de esas series que tanto dañan nuestra ficción, de esas que se estirará hasta que la audiencia lo soporte y que terminará de buenas a primeras cuando los espectadores se vayan reduciendo y para Antena 3 sea insostenible su emisión. Una auténtica pena.
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