El estreno de la segunda temporada de ‘Downton Abbey‘ era uno de los más esperados de este otoño. Después del fenómeno en el que se convirtió el año pasado, y tras esa amenaza de guerra y cambios en el horizonte con el que nos dejó la primera temporada, la curiosidad por comprobar cómo afectaba la Primera Guerra Mundial a los protagonistas, ahora que ya los conocemos a todos, era muy elevada entre los fans. ITV hizo debutar los nuevos capítulos justo el mismo día en el que ganaban el Emmy a la mejor miniserie, por esas casualidades de la vida, y la serie no está mostrando signos de cansancio. Sí que ha necesitado buena parte de sus tres primeros episodios en ubicarnos en la nueva situación en la que se encuentran tanto los Crawley como los sirvientes de su casa, ya que han pasado dos años entre la primera temporada y ésta y, además, algunos de los personajes han decidido alistarse en el ejército e ir a combatir a las trincheras de Francia.
Las escenas en el campo de batalla no han sido de las más logradas, pero al menos han servido para que nos hagamos una idea muy general de cómo sobrevivían los soldados en medio del barro, y del sentimiento nacional de apoyo a ellos y de exclusión de todo aquél que no se sumara a la causa bélica. El lacayo William ha ejemplificado algunas de esas presiones sobre los jóvenes para alistarse y ser “de utilidad”, y también hemos visto en uno de los personajes nuevos, el nuevo ayuda de cámara de Lord Grantham, el precio psicológico que pagan los soldados. Pero no es ahí donde ‘Downton Abbey’ funciona. Sus menciones a acontecimientos históricos no es su punto fuerte, porque éste se encuentra en todas las tensiones, tejemanejes y maquinaciones varias y cosas que se dejan sin decir en las relaciones entre sus personajes.
La condesa viuda de Grantham continúa demostrando su maestría en la manipulación y los planes maquiavélicos, y Maggie Smith sigue impartiendo una clase maestra semanal sobre cómo lanzar esos one liners, esas frases lapidarias de las que Julian Fellowes siempre le deja las mejores. Su enfrentamiento dialéctico con la señora Crawley, en el que ahora también ha entrado Lady Grantham, es de los mejores momentos de la serie, con la pugna entre las tres por llevar las riendas de una casa que también se ve afectada por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial. Y esas consecuencias llevan también a ciertos cambios, aún muy tímidos, en el estatus social de algunos personajes. Lady Sybil quiere hacer algo útil, Ethel, la nueva doncella, tiene sueños de una vida lejos del servicio, y las historias de amor que se manejaban en la primera temporada se mueven intentando superar diversos obstáculos.
Por supuesto, la gran historia es la de Anna y el señor Bates, pero la relación entre Mary y Matthew está apuntando a algo interesante más adelante. Va más despacio y se basa más en gestos y miradas que en lo que ambos se dicen, pero tiene un poso mayor que otras que están pululando por los márgenes (aunque lo de William y Daisy tiene su aquél). Será interesante, a partir de ahora, ver qué nuevas maquinaciones guardan Thomas y O’Brien y si los cambios introducidos en la casa precipitan alguna otra cosa. La introducción de un magnate de la prensa de Londres aún no ha dado mucho de sí, pero están insinuándose posibles complicaciones para futuros episodios.
Una cosa curiosa que está dejando esta temporada son las quejas de los espectadores por los cortes de anuncios de ITV. Los capítulos duran 54 minutos y, con la publicidad, esa duración se alarga hasta los 75, y ha habido no pocas protestas por esa circunstancia. No sé qué dirían si vieran los cortes de la pauta única del grupo Antena 3.
En ¡Vaya Tele! | La Primera Guerra Mundial entra en ‘Downton Abbey’