La tercera temporada de ‘Downton Abbey‘ se estrenó hace un par de semanas en el Reino Unido sin que mostrara síntomas de agotamiento. Algo más de 8,5 millones de espectadores, de media, vieron en ITV los dos primeros episodios, y aunque la audiencia bajó del primero al segundo, la serie sigue atrayendo a buena parte de la gente que sienta a ver la televisión el domingo por la noche. Probablemente, los 11 millones de espectadores de su primera entrega no se puedan igualar, pero lo que sí puede hacerse es recuperar el tono de aquellos primeros episodios, un tono que se perdió en la segunda temporada con la aceleración de tramas y la tendencia a lo más culebronesco que conllevó la Primera Guerra Mundial. Curiosamente, si el año pasado nos decían que la guerra traería muchos cambios a Downton, es ahora, al principio de la tercera temporada, cuando los estamos viendo, y esos cambios están otorgándole más interés, y más diversión.
La principal novedad es que estos ocho nuevos episodios no nos van contar una década entera, sino que se centrarán entre 1920 y 1921, y parece que van a pivotar alrededor de un problema que, probablemente, dé para casi toda la temporada; la amenaza de bancarrota que pende sobre Lord Grantham después de perder casi toda su fortuna en una mala inversión en el ferrocarril canadiense. Este punto de partida de las historias se cruza con la otra novedad principal de estos dos primeros capítulos, que es la aparición de Shirley McLaine interpretando a la madre de Lady Cora.
Tradición contra cambio
Martha Levinson, además de dejar divertidísimos enfrentamientos verbales con la condesa viuda de Grantham, ejemplifica uno de los temas de esta temporada; la tensión entre los cambios sociales y económicos de los años 20 con la pretensión de los aristócratas rurales ingleses de mantener sus tradiciones a toda costa. Resulta interesante ver cómo se veían a sí mismos como proveedores de trabajo y prosperidad para los habitantes de los pueblos cercanos a sus propiedades, y cómo alguien tan aferrada a esas tradiciones como la prima Violet es casi siempre la primera en darse cuenta de todo lo que pasa. En el retrato de esa dialéctica entre pasado y futuro no sólo cuenta la señora Levinson, sino también Branson, al que hemos visto poco pero cuyas ideas políticas están algo mejor tratadas ahora que está casado y a punto de tener un hijo con Sybil.
El otro matrimonio que centra de momento buena parte de las tramas es el de Mary y Matthew, que en este caso está desarrollando más una tensión entre los principios de él y el pragmatismo de ella alrededor de la herencia del padre de la infortunada Lavinia. Además, las intrigas de Mary y su abuela para convencer a Martha de que les preste el dinero para salvar Downton han dejado grandes momentos cómicos. Mostrar la boda de esos dos nada más acabar el primer episodio es una maniobra muy inteligente, porque la relación de ambos va a adoptar un nuevo cariz que puede ser interesante. Alrededor de todo esto seguimos teniendo las clásicas maquinaciones de Thomas entre el servicio y una subtrama con la señora Hughes que amenaza con convertirse en un dramón de tomo y lomo. ‘Downton Abbey’ ha vuelto por sus fueros, lo cual hace pensar que no sería raro que su fuerte entrada entre las nominaciones de drama de los Emmy, aunque luego se fuera casi de vacío, no se quede como una excentricidad de estos premios y tenga continuidad. Veremos qué pasa en enero, cuando la PBS estrene en Estados Unidos estos nuevos capítulos.
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