Decidir cuál ha sido la mayor barbaridad que ha hecho House a lo largo de estos ocho años o elegir entre los diferentes viajes por la mente del médico que la serie nos ha ofrecido durante todo este tiempo no es fácil. Aunque sí trataré de recopilar, al menos, los momentos más impactantes, incluyendo el escapismo final a lo Houdini. Y es que la personalidad de House es lo suficientemente ininteligible como para no poder preveer su comportamiento y sus reacciones, sobre todo cuando se trata de lidiar con sus emociones. A menudo se comporta como un auténtico kamikaze, poniéndose a si mismo al límite.
Dejando a un lado esas pequeñas excentricidades cotidianas, los “puteos” a Wilson o los pequeños actos vandálicos que ocasionalmente derivarán en desastre total, quiero abordar ese concepto de locura que define a House y que nos ha enseñado que de él, siempre debemos esperar lo inesperado, que siempre puede darle otra vuelta de tuerca al asunto y dejarnos descuadrados y desencajados. En otros momentos, como en su “viaje” con la ketamina, nos ha demostrado que su mente es un pozo profundo y oscuro.
El viaje introspectivo de la ketamina
Aunque es cierto que House no fue el responsable de que le dispararan a bocajarro en Sin razón (2×24), sí encendió la mecha. Y es que cuando uno es tan brutalmente honesto, cuando no se ponen cotas a lo que es ética y moralmente aceptable, se corre el riesgo de dar con alguien más loco que tú. Y eso fue, precisamente, lo que ocurrió: al revelar a una paciente una infidelidad de su marido, ésta acaba suicidándose y su marido, presentándose ante House para vengar su muerte.
Tras ser operado por las heridas de bala, House despierta junto al hombre que le ha disparado (guiño a Holmes: el hombre se llama Moriarty, como el enemigo del detective). Lo curioso es que no siente dolor en la pierna, pero su capacidad para diagnosticar sí se ve afectada. Pronto descubrimos que toda la historia se desarrolla en la mente de House: está drogado y está manteniendo una “conversación” con su subconsciente, representado por Moriarty.
Como ya vimos en el capítulo final de ‘House’, donde vuelven a utilizar este recurso (esta vez heroína mediante), House se enfrenta a si mismo, se cuestiona a si mismo y cuestiona la moralidad de sus actos, pero no puede distinguir entre lo real y lo irreal. Para autoconvencerse de que está drogado y nada de eso está pasando, acaba organizando una carnicería con un paciente y un bisturí: afortunadamente, lo que él ve no son más que alucinaciones provocadas por una droga. Al finalizar el capítulo, se revela en un flashback que, antes de entrar en el quirófano, House pide que le administren ketamina.
Alucinando con la vicodina
¿No es curioso que la idea de una alucinación de House sea verse a si mismo como un tonto enamorado y feliz? Un ser humano vulgar, aceptando sus pasiones y dejándose llevar. Así lo proyectó su mente, cuando, debido al abuso continuado de la vicodina, ésta empezó a jugar con él. Las primeras visiones no eran tan agradables: tenían que ver con Amber (la difunta exnovia de Wilson) y con el sentimiento de culpa. Porque, una vez más, aunque no fue directamente responsable de su muerte, es cierto que ella nunca hubiera subido al autobús que se accidentó si no fuera por House. Por eso Wilson le culpó e incluso, durante un tiempo, dejó de ser su amigo.
La verdadera película fue la que se montó después. Donde sólo había un bote de vicodina, él veía el pintalabios de Cuddy. Y detrás del pintalabios, House quiso ver la historia de una noche de pasión con Cuddy que nunca existió. Y cuando por fin lo descubre, sabe que ha tocado fondo, que todos estos años abusando del opiáceo le han pasado factura. Que ya no controlaba la vicodina: ella había tomado el control de su mente. Después de eso pasó por el psiquiátrico, hizo propósito de enmienda, buscó la felicidad con Cuddy y, de nuevo, fracasó.
Operación de urgencia
Y para asimilar la ruptura, House no se quedó en casa viendo Love Actually y comiendo helado. La sonrisa cínica volvió a su cara y se dedicó a ser House en todo su esplendor, cometiendo estupideces y viviendo la vida como si fuera una broma. Su insensatez le llevó a probar un fármaco experimental que podría aliviarle el dolor y que aún estaba siendo probado en ratas. Paradójicamente, pese a ser médico, no pensó en los posibles efectos secundarios. Así que cuando acude al laboratorio para ver a su “camello” y ve a las ratas muertas, sabe que, esta vez, la situación se le ha ido de las manos: el fármaco causa la aparición de tumores.
Pero la mayor locura no fue automedicarse con un cóctel químico letal; lo más irresponsable fue ocultárselo a todo el mundo y, en lugar de ser operado en su hospital, tunear su bañera hasta convertirla en lo más parecido a un quirófano e intentar extirparse los tumores él mismo. Este hecho puso de manifiesto que House era capaz de locuras mucho más peligrosas que practicar balconing y que empezaba a convertirse en una amenaza para su propia seguridad, un ser más autodestructivo que nunca. Cuando recupera la cordura y se da cuenta de que necesita ayuda, nadie, ni Wilson ni su equipo, contesta el teléfono. Así que, a pesar de haber pasado las últimas semanas tratando de demostrarle a Cuddy que no la necesitaba, tuvo que aceptar que ella le salvara. Una vez más.
El alunizaje
Aunque al comienzo del capítulo Seguir adelante (7×24) un flashforward nos anticipa lo que parece una gran tragedia, con sirenas de ambulancia, policía y caras desencajadas, aquello no iba de muerte y desolación. El dantesco escenario no era más que el resultado de la enésima ida de olla de House. No contento con haber estado a punto de perder la pierna (o la vida, quién sabe), esta vez lo que acaba perdiendo es la libertad. Aunque supongo que se quedaría a gusto, cuando, enfurecido por la visión de Cuddy en una bucólica escena familiar con un nuevo ligue, decidió manifestar su desacuerdo empotrando su coche contra la salita, sólo para poder devolverle un cepillo del pelo que ella le había reclamado tras la ruptura.
Porque así es como House asume las cosas: no las digiere, no las interioriza, sino que se estrella contra ellas. Y aquello fue, para él, la gota que colmaba el vaso. Después de todo por lo que había pasado, todo se iba a la mierda, así que ¿qué más había que perder? Como es habitual en él, nunca pensó en las consecuencias. Simplemente algo cambió en su mirada y decidió acabar con toda esa chorrada de la búsqueda de la felicidad. Lo que nunca imaginó es que este acto acabaría condicionándole para cometer su última gran locura, el colofón final.
La sesión de quimio más divertida de la historia
Si tienes cáncer y tu mejor amigo es Gregory House, no esperes grandes solemnidades. No cuentes con que vaya a cederte su hombro para llorar y llore contigo: cualquier cosa, menos eso. En La palabra con C (8×22), Wilson decide jugársela a cara o cruz con una sesión de quimio que puede reducir su tumor o acabar con su vida y acude a House. Y aunque House se muestra reticente, finalmente cede, tal vez porque admira la valentía de Wilson, tal vez sólo porque es su amigo, aunque le crea un idiota. Lo que Wilson jamás imaginó que su sesión de quimio fuera a convertirse en Despedida de Soltero.
Y eso a pesar de que aquel experimento en casa de House podía haber tenido un desenlace fatal. Pero para House, no hay muerte digna. Así que, ¿qué mejor manera de demostrarlo que convirtiendo algo tan dramático en una fiesta? Para celebrar que han vencido juntos a la muerte, House le prepara a Wilson una presentación en powerpoint, arrancándole(nos) un ataque de risa con el que jamás hubiéramos esperado acabar un capítulo como éste.
House, el ilusionista
A pesar de la salvaje sesión de quimioterapia, el tumor de Wilson no se ha reducido. El cáncer sigue imparable y al oncólogo (“¿el universo ser ríe de mi?”) le quedan sólo cinco meses de vida. Mientras, Foreman se acerca a House y le ofrece su amistad, además de un abono para que puedan asisitr juntos a toda la temporada de Hockey. House, qué raro, no aprecia el detalle, sino que ve una intención oculta: Foreman intenta sustituir a Wilson. Como muestra de lo mucho que le importan los convencionalismos y los gestos loables, tira los abonos por el retrete. Para House, una broma más. Sin embargo, según la ley, un acto de vandalismo que revoca su libertad condicional: House debe ir a la cárcel para terminar de cumplir su condena de seis meses pero a Wilson no le queda tanto tiempo.
La mente de House comienza a tramar un plan, y después un plan B y un plan C. Y cuando todos fallan, sólo queda un último plan: el suicidio. Chutarse de heroína, dormirse y dejarse llevar. Sin embargo, de alguna rendija de su alma, surgen las ganas de cambiar y de vivir. Así que, aunque tuvimos esa breve visión de un House a punto de ser devorado por las llamas y vimos, efectivamente, cómo el techo se derrumbaba, House nos tenía preparada una sorpresa, un número digno del mismísimo Houdini. Mientras todos sus amigos decían cosas amables ante la urna que supuestamente contenía sus cenizas, House andaba preparando este gran número final: fingir su propia muerte y hacer del Carpe Diem su nuevo lema (guiño a Robert Sean Leonard). Sin duda, la locura más adorable de House en ocho temporadas.
En ¡Vaya Tele! | ‘House’, porque es la realidad la que apesta