Se habló mucho de Whitney Cummings en septiembre de 2011 cuando arrancó la temporada estadounidense. Se pronosticaba que podía convertirse en un peso pesado de la televisión porque estrenaba de golpe dos series de televisión: una que había co-creado y que se convertiría en un pelotazo, ‘2 Broke Girls’, y otra pensada, protagonizada y más o menos centrada en ella misma, ‘Whitney’, que no tuvo el mismo éxito pero renovó in extremis.
La NBC se la guardó en la dispensa a la espera de que algo fracasase, al igual que hizo con ‘Community’, y la programaron como sustituta de ‘Animal Practice’. Las malas audiencias, sin embargo, la persiguieron y también la condenaron. En los upfronts de mayo se anunció su cancelación y se fue por la puerta trasera. Pocos lamentaron su despedida a pesar de que se había convertido contra pronóstico en una comedia bastante simpática. De aquí que la recomiendo como entretenimiento ligero para el verano.
Una recepción muy, muy tibia
‘Whitney’ había tenido dos enemigos: por un lado se estrenó en un canal que no veía nadie y su arranque no estuvo especialmente inspirado. Había recordado a series de los noventa como ‘Loco por ti’ con algunas diferencias: la química con los secundarios se notaba algo forzada y ya no estábamos en los noventa. Pero el piloto también tenía una escena divertida, donde ella hacía de enfermera cachonda, y le di una oportunidad. Suerte que lo hice.
La crítica americana, al principio, también se ensañó con ella. No sé si era tanto una cuestión de que no les gustaba la serie o que odiaban a Whitney Cummings por su papel como creadora de ‘2 Broke Girls’ y su forma de actuar. Ella es más una show-woman que una actriz y, no sólo le cuesta aguantarse la risa cuando interactúa con sus compañeros, sino que encima se reía de sus propias bromas. Gags escritos por ella misma, en una serie interpretada por ella misma y llamada como ella misma. Era todo tan ella que, o bien la amabas, o la odiabas sin término medio. Podéis imaginar en qué grupo me hallo.
Una serie sobre las dinámicas de pareja
Si algo me llamó la atención a medida que veía los episodios, fue que ‘Whitney’ era una serie sobre las dinámicas de pareja y las situaciones, si bien no eran siempre tronchantes, eran muy auténticas. De hecho, si alguien decide verla con su pareja, es como mirarse en un espejo. Y este tacto a la hora de tratar y describir ciertas inercias y conflictos le daban cierta pátina de calidad al producto.
Esto era posible gracias a la química entre Whitney Cummings y el también humorista Chris D’Elia, que interpretaba a su novio Alex. Su afinidad era palpable y transmitía veracidad. Sólo hace falta recuperarlos en algún episodio perdido de ‘Love you, mean it’, el fugaz talk show de Cummings, donde él ejerce de invitado, y se puede ver que su buen rollo es real. Este gran acierto, además, permitía que la serie tuviera donde sostenerse cuando las demás variables no estaban a la altura de ellos dos.
La mejora del segundo año
Durante la primera temporada quedó muy claro que algo fallaba en los personajes secundarios. No estaban del todo bien engrasados y la pareja formada por Lily y Neal no servía como contrapunto a Alex y Whitney: sólo palidecían en comparación. Roxanne tenía más gracia como soltera algo loca y alcohólica que como mujer de éxito. Y Mark no terminaba de tener chispa como obseso del sexo y las mujeres. Afortunadamente, detectaron estos errores e introdujeron unos cuantos cambios.
Para empezar, despidieron a Maulik Pancholy y así Neal desapareció. Le escribieron a Lily una personalidad algo absurda, le dieron más copas a Roxanne y a Mark le regalaron un corazoncito. Puede que jamás hubieran encajado tan bien como el reparto de ‘Parks and Recreation’ o ‘Cougar Town’ pero se les notó cómodos hasta el final y verles juntos era una alegría semanal. Se transformó, por sorpresa, en un modesto happy place.
Hasta algunos críticos yanquis, los pocos que siguieron con ella, reconocieron las mejoras que fue experimentando a medida que avanzaba. Pero probablemente ‘Whitney’ jamás podría haber tenido éxito. Tenía la forma de una sitcom clásica y un punto de vista joven que no terminaba de encajar con la filosofía de bromas obvias del formato. Y, si bien no era Shakespeare, sí era apreciable como una simpática comedia que puede ser una muy buena compañía de cara a este verano.
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