Decía Honoré de Balzac que “la novela es la historia privada de las naciones”. Y aunque ha llovido bastante desde entonces, es innegable que los artefactos culturales se han convertido en las expresiones más íntimas de las idiosincrasias nacionales.
Puede que la novela no tenga la importancia que tuvo en el siglo XIX, a pesar de éxitos editoriales que además conforman identidad -como ‘Patria’, que ya prepara su adaptación como primera serie española de HBO-, pero la que se ha configurado irremediablemente como su sucesora, tanto en términos formales como de éxito entre los públicos, es la ficción televisiva.
Las series de televisión se han convertido en lo que fueran las novelas decimonónicas, y además de formadoras de identidad nacional, funcionan como aparato crítico de las mismas. Porque ya es casi más fácil entender los entresijos de la política estadounidense con ‘El ala oeste de la Casa Blanca’ que, con la realidad, o la putrefacción de los sistemas políticos y judiciales con ‘The Wire’. Incluso hablando del pasado, ‘Mad men’ nos cuenta más sobre Estados Unidos que muchos libros de historia.
Sin embargo, y a diferencia de lo que ocurría durante el siglo XIX, donde las grandes potencias europeas habían construido relatos propios que reflejaban sus características nacionales, en la actualidad el testigo televisivo de estas grandes obras de la literatura palidece en comparación a su pasado.
Pocos países han sabido explotar la ficción televisiva como fenómeno cultural y de cohesión tan bien como Estados Unidos, que además de encontrar un maravilloso nicho de mercado desde su Primera Edad de Oro -los años 50-, han creado una imagen propia de su nación que ha evolucionado con el tiempo.
En el caso de la ficción europea, quizá Reino Unido ha sido el mayor creador de ficción televisiva. Además de grandes y longevas series, como ‘Doctor Who’ o ‘Eastenders’, cadenas como BBC, ITV o Channel 4 han dedicado esfuerzos en la creación de una infraestructura de producción y desarrollo de proyectos que han validado una identidad de lo inglés desde su pasado –con series como ‘Peaky Blinders’-, su presente –‘Shameless’- y su futuro –‘Black Mirror’-.
Ni que decir tiene el ámbito latinoamericano, que por su dimensión y complejidad tan sólo en lo que atañe a la telenovela necesitarían de varios artículos para una explicación justa y que no fuera incompleta. El caso español, aunque irregular, también ha centrado esfuerzos en ser sostén de una identidad fragmentaria y compleja -quizá ahí radica la razón de su irregularidad-.
Series como ‘Cuéntame’, ‘La chica de ayer’, ‘Los Serrano’, ‘Médico de familia’, ‘Aquí no hay quien viva’, ‘Velvet’, ‘Crematorio’, ‘Mar de plástico’, ‘El ministerio del tiempo’ o ‘Las chicas del cable’ se han encargado de representar, con mayor o menor acierto y pertinencia, una figura de la imagen nacional de España.
Este extenso prólogo nos sirve para afirmar que, sin lugar a dudas, las series de televisión crean conciencia nacional -del tipo que sea- y representan una imagen propia, esa suerte de historia privada de la que hablaba Balzac. Y uno de los casos más particulares, probablemente, sea el alemán.
Hasta el momento, la internacionalización de productos televisivos germanos ha sido emitido, al menos en España, en las franjas de mañana-mediodía, con el caso paradigmático de ‘Alerta Cobra’ o ‘Rex’, y con honrosas excepciones como ‘Hijos del Tercer Reich’ o ‘Deustchland 83’. Muchas producciones televisivas alemanas han pasado desapercibidas en el plano internacional, a diferencia de las de otros países europeos. Hasta ahora.
Primero con ‘Dark’, primera producción alemana de Netflix, ‘4 Blocks’ y, sobre todo, con el estreno de ‘Babylon Berlin’, la ficción televisiva alemana ha dado un golpe sobre la mesa. Mientras que habrá que esperar a diciembre para el estreno internacional de ‘Dark’ -que en su tráiler nos recuerda bastante a ‘Stranger Things’-, podemos disfrutar de ‘Babylon Berlin’ en Movistar Plus, cuya segunda temporada ya está emitiéndose sin parón intermedio.
Todo puede pasar en Berlín
‘Babylon Belin’ es una apuesta ambiciosa y arriesgada, con un presupuesto inusitado en la ficción europea fuera de la esfera británica. También en su producción es una rara avis: ARD -la TVE alemana- y Sky TV -plataforma de pago alemana-, a las que se sumaron X Film Creative Pool y Beta Film, han colaborado para sacar adelante la serie.
La serie se basa en el best-seller 'Sombras de Berlín' de Volker Kutscher. A los mandos de la ficción, una hidra de tres cabezas: Tom Tykwer –director de 'Paris, je t'aime' ,‘Corre, Lola, corre’, ‘El perfume’ y varios episodios de ‘Sense8’-, Achim von Borries y Henk Handloegten -ambos parte del equipo de guionistas de ‘Goodbye, Lenin’-.
Ambientada en los últimos años de la República de Weimar, ‘Babylon Berlin’ es un interesante retrato del Berlín de finales de los años veinte, donde conviven la lujuria, el comunismo, la fiesta y el hambre. La serie es una amalgama algo confusa y bastante llamativa que muestra los conflictos de la que se decía que era una de las ciudades más libres de aquella Europa de entreguerras, que con valentía y descaro se siente cómoda en torno al noir.
La situación política previa al nazismo, cuyos retazos comenzamos a intuir en muchos de los personajes que pasean por las tramas, es el marco donde Gereon Rath (Volker Bruch), natural de Colonia y exmilitar en la Primera Guerra Mundial, actúa. Gereon es un joven policía que vivirá de pleno el final de los “Golden Tweenties” sumido en una investigación que desenmarañan una extensísima red de corrupción, tráfico de drogas y tráfico de armas.
Tenemos tiempo para la comparación de las clases sociales, con el enfrentamiento evidente de los más pobres -es el caso de Charlotte Ritter, a la que interpreta una soberbia Lisa Liv Fries- y las clases más sofisticadas y elitistas, reflejadas en su pompa y lujuria. El espacio de la bohemia y la libertad creativa también se estructura en torno a contradicciones, que parecen el verdadero leitmotiv de la serie: el enfrentamiento de tesis contrapuestas.
Entre estas dicotomías, constantes en la serie, se muestra una Alemania confusa y convulsa, como un terrible presagio de lo que llegaría en la siguiente década. En la misma ciudad conviven la libertad y la pobreza, el movimiento obrero y la represión policial, incluso judíos y cristianos. La contraposición constante muestra, precisamente, esta etapa bisagra que llevaría a la Alemania democrática de Weimar al Tercer Reich.
‘Babylon Berlin’ es una producción valiente y llena de riesgo, que muestra un interés muy significativo por adoptar un relato que, en otros lugares ninguna cadena estaría dispuesta a emitir. Es precisamente la voluntad de hacer una historia privada nacional la que hace que ‘Babylon Berlin’ sólo tenga una opción: ser arriesgada por definición.
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