Cuando hablábamos de la llegada de ‘American Horror Story’ a nuestras vidas y el miedo que pretendía transmitirnos la nueva serie de Ryan Murphy, no imaginábamos el doble sentido que tendría esto último. Y es que si ‘American Horror Story‘ pretendía darnos algún susto, también nos introdujo en el cuerpo el temor a que de un momento a otro se desmoronara la buena línea que la ficción estaba consiguiendo marcar. Lo hizo porque desde el principio la nueva apuesta de FX gustó y porque aparecía como una serie diferente a lo que hasta la fecha estábamos acostumbrados a ver.
Ese miedo a que a los guionistas se les fuera la mano se ha mantenido presente durante toda la primera temporada, incluso permanece tras el final, dejándonos con las dudas de lo que ‘American Horror Story’ nos depara en el futuro. Pero llegados hasta aquí, tenemos que vencer nuestros propios miedos y dejar de valorar a la ficción de cara al futuro para comenzar a hacerlo por lo que ha sido hasta la fecha. Y es que ‘American Horror Story’ no sólo ha supuesto un soplo de aire fresco dentro del panorama actual de la ficción internacional sino que ha jugado con una trama y una estética que no ha dejado indiferente a nadie.
El destino de la familia Harmon
Les tocó a ellos como les podía haber tocado a cualquiera. De hecho a lo largo de los doce episodios que ha durado la temporada hemos visto a más de una familia correr la misma suerte de los Harmon a lo largo del tiempo. ‘American Horror Story’ comenzaba con una fórmula clásica ya conocida por todos. Una familia compra una casa encantada y comienza a vivir en ella, y allí se enfrenta a un cúmulo de problemas, derivados de la rutina de su día a día y, cómo no, de las peculiaridades que presenta el hogar que habitan. En realidad, el punto de partida no es nada nuevo, pero la estética con la que presentaron la serie sí que lo era, marcando un punto de inflexión con lo que estábamos habituados a seguir hasta entonces.
Porque desde el principio ‘American Horror Story’ se envolvió en un hilo de misterio y aparentes incoherencias que hacía trabajar al espectador. No nos encontramos ante una serie fácil, sino que las interpretaciones de la audiencia eran más necesarias que nunca si queríamos entender qué estaba pasando en la nueva casa americana de los horrrores. Así, los primeros episodios de ‘American Horror Story’ jugaban con nosotros, al igual que los espíritus comenzaron a jugar con la familia Harmon y, perturbados, sólo podíamos encontrar consuelo en lo que teníamos más a mano: el siguiente capítulo de la serie.
Ese ha sido una de las principales conexiones que ‘American Horror Story’ ha tenido con la audiencia, la búsqueda de respuestas, porque la ficción nos ha tenido completamentes enganchados y confundidos desde su inicio. Y quedábamos tan maravillados con las maldades de los espíritus que a decir verdad la parte que resultaba menos atractiva (menos en comparación al resto) era la referente a la familia Harmon. Sus vidas, cada vez más miserables e infelices, solo servían para ponernos en el contexto que se vivía en la casa en el mundo real, lugar que, paradójicamente, ha terminado por devolverles la felicidad una vez que los tres miembros de la familia han pasado a mejor vida.
A medida que la serie ha avanzado, y tras obtener la coherencia que algunos reclamaban (en la segunda parte de su temporada, después de la explicación de la importancia del bebé como parte fundamental de la historia) los protagonistas pasaban a tener más asuntos pendientes con el mundo de los muertos que con el de los vivos. Por ese motivo, y por la fuerza y el carisma de los personajes ya fallecidos (con la excepción de Constance, por supuesto) y por el desarrollo de sus historias una vez que dejaban este mundo, el más allá ha brillado con luz propia, con mucha más fuerza de la que lo ha hecho el mundo de los vivos.
Tanto los antiguos inquilinos de la casa (la pareja gay, el doctor Montgomery y su esposa…), como los muertos que se fueron incorporando por el camino (Tate, Moira, Hayden…) han reclamado la mayoría de la atención de la ficción, despertando nuestra curiosidad y admiración por esa cárcel abarrotada de almas perdidas en la que se había convertido el hogar de los Harmon. No es que el resto de tramas no interesaran, pero se han visto eclipsadas por las historias que los muertos reclamaban, que han sabido cómo conquistarnos desde que los gemelos pelirrojos comenzaran a hacer de las suyas en el primer capítulo. Dotados de unas normas que no sabemos si llegaremos a conocer en su totalidad algún día, y de las que podríamos estar horas discutiendo, los muertos han sabido darle vitalidad a la historia cuando ésta no se encontraba en su mejor momento, trasladando los conflictos que tenían en vida al más allá y demostrando que en algunas ficciones puede haber (mucha) vida después de la muerte.
Un final agridulce
Como digo, durante esta primera temporada los muertos nos han atraído más que los vivos, algo que también ha ocurrido cuando cada miembro de la familia Harmon se enfrentó a lo que parecía irremediable. Ocurrió con Violet, personaje que veíamos cada vez más perdido y abandonado, y que reclamó toda nuestra atención cuando supimos que llevaba muerta algún tiempo y no nos habíamos dado cuenta (o al menos yo no me había dado cuenta). El juego con el espectador continuaba y los cadáveres en la casa de los horrores se amontonaban, por lo que nosotros debíamos estar más atentos que nunca para observar qué ocurría a nuestro alrededor.
Pero de todas ellas la muerte que más me disgustó fue la de Ben, no porque no la considerara necesaria, sino porque tal y como ocurrió, daba la sensación de que podía haberse dado en cualquier momento (no ocurría lo mismo con las anteriores). Todo parecía encaminarse con demasiada frialdad para contar lo que se pretendía en el último episodio, unir a la familia Harmon en la felicidad y tranquilidad que les otorgaba el otro mundo y ponerles al mando de la defensa de aquellos que llegasen de nuevo a la casa de los horrores. Entiendo que este elemento servía para cerrar la trama de la casa (si lo que realmente se pretende es no volver a ella en la segunda temporada), pero esta última parte no me terminó de convencer, sobre todo porque aquí sí que observé los primeros indicios de que la ficción pudiera convertirse en una parodia del género (con Vivien y Ben disparándose y apuñalándose para asustar a los nuevos vecinos), algo que volvió a alimentar los miedos que tenía por la serie comentados al principio.
Nos queda por saber qué nos deparará la segunda temporada, y sobre todo dónde se centrarán las tramas que están por venir. Dirigirse a otro lugar no sería una idea descabellada. La historia de la casa ha quedado cerrada y si los creadores de la serie quieren ofrecer cosas nuevas la idea de Murphy de marcharse a otro lugar sería buena elección (aunque evidentemente las comparaciones serán odiosas). Eso sí, vayan donde vayan, Constance y su nieto deberían ir de la mano con ellos. El personaje interpretado por Jessica Lange ha sido uno de los más revolucionarios de los que hemos encontrado esta temporada y lo peor de que ‘American Horror Story’ se acabe es que no vamos a seguir viéndola en acción. La actriz ha sido la que más ha destacado dentro de un reparto correcto que nos ha hecho disfrutar de grandes momentos a lo largo de toda la temporada.
‘American Horror Story’ cierra su primer ciclo cumpliendo con las expectativas que se había marcado, por lo que su primera temporada nos deja más que satisfechos. Hemos podido disfrutar de una serie diferente que no ha dudado en tomar decisiones arriesgadas, invitando al espectador a ser partícipe de las alucinaciones que vivían los protagonistas de la historia y no defraudando en ningún momento. Pocas series actuales pueden presumir de ser tan completas y complejas como ‘American Horror Story’ y aún así dejar tan buen sabor de boca en el espectador. Por último, tengo que reconocerlo, después de ver su primera temporada, sigo teniendo miedo, por lo que está por venir en el futuro y por quien puede estar esperándome al bajar al sótano.
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