¿Cómo una industria que factura al año, en el mundo, tropecientos millones de dólares, y que fabrica al año decenas de miles de películas logra hacer malo ese dicho de: “de la cantidad sale la calidad”? Es que es verlo para creerlo. Y ya, ya sé que algunos estarán diciendo, o pensando, ahora mismo que esto no es cine, que es una basura. Y que además está grabado en vídeo, la mayoría de las veces. Bien, todo esto es cierto, no voy a venir a negarlo yo.
Pero por un lado el cine porno (no empleemos, hagan el favor, el recalcitrante eufemismo de “cine para adultos”) me parece un fenómeno sumamente interesante, que no merece ser despreciado y llevado al ostracismo (gente como mi admirado Paul Thomas Anderson, sin duda uno de los más grandes cineastas del mundo, asegura ser capaz de distinguir entre los estilos del cine porno de cada año…), y que, de alguna forma, es hasta necesario y cumple una importante función social. Lástima que adolezca de tantos problemas crónicos. Hablemos un poco de metesac…digo, de porno, ¿qué os parece?
Sí, vale. Soy un consumidor de porno. Supongo que como el 95% de los hombres y el 33,333% (o algún número abstracto y falso) de las mujeres. Tampoco soy un devorador compulsivo, pero precisamente por eso puedo hablar con conocimiento de causa. Y que no se preocupe el lector que no voy a salirle ahora con el consabido (y falso) argumento de que en el cine porno falta precisamente eso, argumento. Aún recuerdo a ese productor de la insuperable ‘El gran Lebowski’, alegando que lo que le falta al cine porno es emoción, historias. No estoy de acuerdo. Tampoco voy a empezar ahora con ese argumento, patrimonio de las espectadoras femeninas, de que al cine porno le falte erotismo, sugerencia, sensualidad.
Eso es cine erótico, que tiene buenos exponentes, como el célebre (en justicia) Tinto Brass, y alguno que otro más. Es decir, el cine erótico se puede defender. El cine porno, pues no. Y en cuanto a que no es cine sino vídeo, cuántas veces habremos hablado en este blog de películas filmadas en vídeo o HD. La frontera está cada vez menos clara, y supongo que tendremos que hablar de cine cada vez que nos encontremos ante un soporte audiovisual. Pero me voy por las ramas, decía que el porno es más bien para hombres. O puede que no…
De todos los tipos de porno, el que más posibilidades ha dado ha sido el malogrado “Gonzo”, ese porno en el que un tipo simula ir con una cámara de vídeo por aquí y por allá, y fíjate tú qué casualidad, se encuentra con orgías y situaciones morbosas de toda índole, lo que son las cosas. El problema es que no saben darle el debido uso, pues a menudo el protagonista no es el que lleva la cámara (usando el punto de vista siempre deseable en toda narración), sino otro fulano. Y, para colmo, ¡la chica pregunta por qué su amigo lleva una cámara! Como si eso fuera necesario. Amigos realizadores de porno, el espectador no es imbécil, no hace falta justificar la cámara en mano.
Pero el cine porno es un catálogo de obviedades. A todos nos gusta ver a una chica con una minifalda estupenda…pero ¿es necesario que sin agacharse siquiera ya se le vea su estupendo trasero? Es que suelen ponerles las falditas a la altura de la cadera. El morbo no es la imagen facilona, hay que echarle un poco de ingenio. Por eso el cine porno aburre hasta a las ovejas, sobre todo porque toman al espectador por idiota. Pero claro, con ese catálogo de vedettes (y en eso, me temo, el cine europeo es en lo único que gana al yankee, están mucho más buenas las checoslovacas o italianas que las norteamericanas…aún me vuelve loco Monica Sweetheart, de quien no me he resistido poner una foto al principio de este post), qué más les da el ingenio.
Pero más alla de eso. ¿Por qué todas las películas porno tienen que ser, no ya cutres, sino decididamente horteras? Es que no lo entiendo, maldita sea. Y en ocasiones el asunto alcanza lo grotesco. Los directorcillos de cine porno se creen artistas incomprendidos muchas veces (y peor es con las actrices, alguna ingenua cree que logrará llegar a ser actriz dramática…) y se ponen a “experimentar” con diseños de producción inenarrables, o movimientos de cámara dignos de un chiquillo de trece años. Para luego, a la hora de la verdad, ser incapaces de filmar lo importante (o sea, la razón por la que nos ponemos a ver una peli porno, diablos) con un mínimo de profesionalidad.
Y, ya para terminar, ¿por qué co*ç$% doblan las películas porno? ¿A alguien le interesan los diálogos? ¿Acaso los gemidos y gritos del personal son más interesantes en otro idioma? Uno intenta poner la versión original en Canal+, para evitarse esos doblajes dantescos… pero no hay. Y así vamos, con muchas preguntas sin respuesta, y con películas porno que son, en el 99,9999 % de los casos, auténticos calcos unas de otras: flirteo insustancial-lamidas y babeadas varias-penetración vaginal-penetración anal-corrida facial (esa es otra, desde que a mediados de los ochenta se descubrió en occidente, porque en oriente era algo habitual, la corrida facial, deben haberse filmado 342984394893482394 escenas iguales). Y así cinco escenas por película y a casita, que llueve. Olé y olé. Y además olé.
Además, me llama muchísimo la atención lo ingenuos y hasta entrañables que resultan los profesionales de este gremio, muchas veces. Como esos directores que aseguran que es un cine mucho más realista que el cine convencional porque todo lo que se ve es real (???), o esos actores que viven en una realidad paralela. Aún recuerdo cierta chusca mesa redonda con Nacho Vidal, en la que este hombre, en perpetuo estado de estar encantado de haberse conocido, nos contaba un poco sus experiencias como actor. En el fondo, son buena gente y hacen algo que les gusta. Lo malo es que no convencen porque siempre hacen lo mismo y lo hacen mal.
Pero aún descubrimos alguna que otra secuencia interesante, un cruce de miradas o un gesto llenos de intensidad física, que con toda seguridad han sido producto del azar, y no del talento del director. En fin, que no podía pasar la oportunidad de hablar, aunque fuera por una vez, de este “ejem” género.
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