Se acabó la vida en directo: por qué los realities de Telecinco ya no están funcionando como antes

El primer programa que se emitió por TVE en 1948 era un proto-reality titulado '¿Quiere usted ser torero?'. Aunque haya quien no quiera creerlo, los realities han acompañado a nuestro país a lo largo de las décadas, ya sea con programas como 'Reina por un día', eventos internacionales como 'Gran hermano' o rarezas como 'El castillo de las mentes prodigiosas'.

Pero el tiempo ha pasado, la magia del reality a toda costa ya no existe y, en general, hemos entrado en un letargo aburridísimo. Por ponerlo claro: los realities que tenemos en España actualmente son un bochorno. Ha habido excepciones, como 'Pekín Express', 'El conquistador del fin del mundo' o '¿Quién quiere casarse con mi hijo?', pero por lo general son versiones alargadas y atontadas de programas extranjeros que anulan cualquier tipo de estrategia, personalidad e inteligencia del original para primar los gritos y las discusiones.

Y la productora número uno de realities, la que ha llevado la palabra a ser arrastrada por el barro y hacer que la gente se sienta muy inteligente metiendo 'Survivor' y 'Supervivientes' en el mismo saco -sin saber de lo que hablan-, es Telecinco. Desde que empezó 'Gran hermano' en el 2000, la cadena no ha dejado de sacar programas como churros, versiones del mismo formato que seguían funcionando... hasta que han dejado de hacerlo. Ahora mismo, Telecinco es un erial, el laboratorio de un mago al que le han dejado de salir bien los hechizos, un error elevado al cubo, un laberinto del que no saben salir. Y en realidad, no es tan difícil: solo tienen que sentarse un poco a investigar por qué su toque del Rey Midas ahora transforma todo en estiércol.

Todos los días lo mismo

Hace 22 años no lo sabíamos, pero ese formato tan innovador que dependía del público como juez y verdugo de los concursantes iba a terminar siendo el mayor lastre de la televisión. Desde 'Gran hermano', el formato de reality de competición en Telecinco no ha evolucionado lo más mínimo: gente en una casa (una granja, una isla, lo que queráis) que convive, hace pruebas cada vez más pobres y sencillitas y se nomina para dejar que el público tome la última palabra.

En Estados Unidos, el país que elevó los realities al siguiente nivel, saben que el juego, la estrategia y el programa realmente interesante empiezan cuando eliminas al público de la ecuación y ganar no depende de caer bien a los de fuera, sino de saber controlar a los que están dentro. Si los concursantes tienen que votarse entre ellos, nacen de forma natural los estrategas, las puñaladas, las alianzas y el respeto a quien está jugando junto a ti, sin necesidad de gritos ni de peleas.

En los realities de competición americanos, los concursantes saben que un mal ademán, una mala contestación o un grito a mala hora significa su expulsión: "dar contenido", esa frase tan de los terroríficos programas españoles, no tiene nada que ver con pegar bocinazos, sino con intentar cuidar tu alianza, buscar maneras de sobrevivir una noche más y utilizar tus amuletos o tus ventajas en el momento apropiado. Pero Telecinco no confía ni en sus propios concursantes ni en su público. Y cuando tratas a tu audiencia como si fuera tonta, no puedes esperar que te rían las gracias durante toda la vida.

Dormir a las dos de la mañana

Este no es un mal exclusivo de Telecinco (ahí están 'Masterchef' o el Conquis), pero hay que hacer algo con el prime time. Plantearnos las cosas de otra manera: la lucha por la audiencia no puede llevar a hipotecar cuatro horas semanales (ocho, si ves también el debate, once o doce, si también ves los resúmenes) en una gala en la que no hay tanto que contar.

La táctica de la cadena lleva siendo la misma desde hace años: cebar a lo largo de la semana un hecho nimio (una pelea, una declaración, una votación supuestamente crucial) y después alargar todo lo posible las imágenes para que el share aguante metiendo tantos anuncios como se pueda. El mítico "lo veremos después de la publicidad". El problema es que el público ahora es consciente de tener muchas más opciones televisivas, y aguantar cuatro horas de 'Pesadilla en el paraíso' es solo para los muy cafeteros.

Estar somnoliento durante un día porque por la noche estuviste esperando las nominaciones de 'Secret Story' o 'Supervivientes' hace que cualquiera se plantee cosas. Por ejemplo: ¿Realmente me aporta algo? ¿Por qué cuatro horas si el material que muestran no sube de cuarenta minutos? ¿Merece la pena estar hasta las dos de la mañana viendo un programa que hace tiempo que huele a podrido? Si en Estados Unidos son capaces de resumir conversaciones, estrategias, dos pruebas y una expulsión en menos de una hora, ¿por qué nosotros tenemos que dedicar mucho más tiempo a mucho menos contenido? Es demencial y algo que todas las cadenas deberían plantearse seriamente: ¿Queremos televisión de calidad o televisión a toda costa?

El único premio, la fama

Cuando todo esto empezó, los concursantes de los realities se apuntaban con la intención de ganar el premio que fuera. Casi sin darse cuenta, así fueron naciendo nuevos famosos y preparando el ecosistema Mediaset. Sin embargo, cuando se tomó la decisión de dejar a los anónimos a un lado y centrarse en los programas de telerrealidad protagonizados por sus propios famosos, en un retrato endogámico de la telebasura, se cayó el cartón piedra.

Los primeros programas protagonizados por celebrities tuvieron casts espectaculares (para Telecinco, al menos): los protagonistas de 'Hotel glam' o los primeros 'Gran Hermano VIP' interesaban al público general, bien por lo kitsch o bien porque eran famosos de verdad. Pero cuando gastas todas tus balas y te empeñas en que los famosos protagonicen absolutamente todo, lo que te queda es lo que tenemos ahora: un grupo de Don Nadies que se creen estrellas y actúan como tal sin haber hecho nada para ganárselo. Hemos sustituido a Marlene Morreau, Juan Camus y Rody Aragón (que tienen una vida fuera de este tipo de shows) por Steisy, Iwan Molina y Danna Ponce (que viven de la caridad de Telecinco), llevando a la pregunta cada vez más típica de quien ve estos programas: ¿Quién es esta gente?

Si decides apostarlo todo a tu ecosistema de famosos de segunda, al menos asegúrate antes de que tienen el favor del público. De que hay realmente gente fuera que está siguiendo a los descarriados de 'Mujeres y hombres y viceversa', que quiere saber qué pasa con los tentadores de 'La isla de las tentaciones' o que está interesada en ver a la hermana de un famoso de verdad o al amante de un exnovio de alguien relevante de verdad. Si el casting no está a la altura, el interés del público se evapora por momentos.

Telecinco se quedó en el año 2000 con la entrada en la casa de Guadalix de Ismael, Iván, Ania y compañía. Y de ahí, como un anciano rememorando sus días de oro, no ha sabido salir, realizando sus programas como salidos de una fábrica, con una falta de cariño que se hace casi asfixiante. 'Pesadilla en el paraíso' es solo un clavo más en la lista de realities en los que priman los gritos, dar contenido al resto de su programación y dejar que el público tenga la última palabra. No es porque en Telecinco sigan creyendo de verdad en estos formatos, sino porque son como un viejo tren de la bruja en un parque de atracciones moderno: va a seguir funcionando hasta que se rompa porque es barato y reconocible... por mucho que la gente haya dejado de ir.

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