Belén Esteban, Kiko Matamoros y compañía navegan entre 'An idiot abroad' y 'Quién quiere casarse con mi hijo'
Nos puede gustar más o menos, pero 'Sálvame' es ya historia de la televisión española. Quizá, de hecho, sea el último gran programa con repercusión real en la calle y redes sociales al mismo tiempo. Belén Esteban, Kiko Matamoros y compañía han sido la voz de una España que, dentro de su propia división interna, se aburrió de los gritos vespertinos al mismo tiempo que abrazaba la necesidad de que existiera un programa así. Aunque no hubiera nadie delante, muchos agradecían el confort de su mera existencia.
Telecinco cayó en su propia trampa leyendo muy mal los datos de audiencia. Llegaron a la conclusión de que España ya estaba a otras cosas: al convertirnos en un país que había encontrado en la política su nueva crónica rosa con la que tirarnos las sillas a la cabeza entre nosotros, ¿había necesidad de continuar con el chonismo de 'Sálvame'? Como han ido comprobando en los siguientes meses, la había. Y de manera extrema. El público no se avergonzaba de ver 'Sálvame' porque no había nada de lo que avergonzarse: simplemente se había aburrido del propio ecosistema autosostenible de Mediaset. Y ahora, las estrellas del programa, reconvertidas en viajeras de Netflix, han demostrado que les queda mucha mecha por quemar... siempre que les dejen ser ellos mismos.
Nadie te salvará
'Sálvame' hincó la pata el 23 de junio de 2023, y solo cuatro meses después ya tenemos la respuesta a aquellos tres puntos con los que finalizaba: un reality de viajes en Netflix que, con la excusa de mandarles a buscar trabajo a Miami, les mete en un autobús y les pone en situaciones moderadamente peliagudas. Para alguien que jamás ha visto el programa de Telecinco es una reunión familiar entre gente que se odia y se quiere en proporciones iguales, tan fascinante como preparada.
'¡Sálvese quien pueda!' no es 'Sálvame', pero tampoco 'An idiot abroad' o '¿Quién quiere casarse con mi hijo?', como a veces parece pretender. Es una mezcla de las tres sin saber exactamente a dónde quiere llegar, tan forzado en ocasiones que nunca termina de despegar hasta que finalmente se centran en aquello que tenían que haber hecho desde el principio: juntarles en un sitio cerrado y dejarles que hablen de sus cosas. Es entonces, al dejar de estar sobredirigidos e indicados, cuando reconocemos a los personajes de siempre y encuentra su propio lugar.
Este es un formato que nace a medio gas. a toda prisa y sin tener claro qué demonios es, y su falta de identidad es su mayor hándicap. Quiere mostrar a los colaboradores de 'Sálvame' en situaciones alejadas de su día a día (enfrentados a un cocodrilo, por ejemplo) pero también hacerles una ronda por los platós, que es la excusa argumental y acaba siendo lo de menos. Cómo no, también, ya puestos, forzar el llanto de Lydia Lozano de forma absolutamente injusta y gratuita. Al final, tanto desbarajuste en el formato y la búsqueda del drama cuqui-cómico se quedan en nada cuando el programa encuentra su razón de ser. Es en su tercer episodio, cuando alguien les pregunta si son amigos y uno de los colaboradores responde "No. Somos familia". Y ahí estaba la clave todo el tiempo.
Familia mal avenida
Después de catorce años juntos, estos ocho colaboradores no son amigos, rivales ni enemigos. Son exactamente eso: familia. Una familia a la que no le importa tirarse puñales por la espalda, llorar y gritarse por algo que pasó hace una década durante la cena de Navidad y poco después cantar villancicos comiendo polvorones. Ocho personas que saben perfectamente cómo deben comportarse para conseguir más minutos de cámara que los demás (su divisa particular), cuáles son sus personajes, que, a estas alturas, se han comido a la persona, y que no dudan ni un minuto en jugar a un pacto metatelevisivo muchísimo más interesante de lo que ellos mismos pretenden que sea.
'¡Sálvese quien pueda!' es un anti-reality porque no tiene nada de real. Los propios protagonistas están continuamente rompiendo las reglas del juego y permitiendo que sus conocimientos sobre el medio se metan en medio de momentos pretendidamente verdaderos: Kiko Hernández pidiendo dinero a producción para comprar una camiseta y fingiendo que lo saca del bolsillo, los colaboradores quejándose de tener que repetir planos, la mala actuación (más o menos pretendida) en los momentos más guionizados.
Pero, entre llantos impostados y situaciones forzadas, la verdad asoma. Están tan bien engrasados que, por más que pretendan mostrar otro lado de sí mismos, solo tardan tres episodios en convertir el viaje de ensueño -que casi se toman como una broma interna para paliar el hecho de que 'Sálvame' ya no existe- en una ratonera repleta de veneno familiar. La rutina del grito que puede convertirse en carcajada en cualquier momento. El baile del chuminero tras pegar cuatro voces en su mayor expresión.
Pero esta gente, ¿quién es?
¿Puedes ver '¡Sálvese quien pueda!' si jamás has visto un programa del corazón? Sí, puedes, de la misma manera que puedes ver 'Endgame' sin haberte acercado jamás a una película Marvel. Aquí confluyen tramas que se ponen más o menos en contexto, pero te dará siempre la sensación de entrar con el espectáculo a medias. Como divertimento sin complejos tampoco es necesario saber mucho más de lo que ellos mismos cuentan en sus presentaciones. El reality de Netflix nunca llega a tener entidad propia porque siempre será una nueva cabeza de la Hidra.
El formato de La Fábrica de la Tele tiene la intención de tratarles como si fueran Karl Pilkington descubriendo el mundo, pretendiendo que reaccionen ante cosas que les dan igual (la playa de Miami, un programa del corazón americano, un tele-evangelista, echar tarde en un yate), pero se equivoca de pleno. Belén Esteban, Terelu Campos y compañía no van a sorprenderse ante nada porque ya lo han visto todo: por más que cambies su ecosistema y lo que les rodean, siempre van a tirar a la fricción, las peleas, la ironía de brocha gorda y los cotilleos, normalmente entre ellos mismos.
Un programa mucho más interesante que '¡Sálvese quien pueda!' habría sido un formato donde les llevan de viaje pero con total libertad. Ni una indicación de dirección sobre si tienen que irse de compras, entrar en un plató o sentarse a escuchar cómo tres desconocidos masacran verbalmente a Lydia Lozano. Los ocho colaboradores son el corazón del formato, al igual que lo eran de 'Sálvame', para bien o para mal, y cualquier intento de separarles del mismo se siente artificial y fuera de lugar, buscando el meme y la frase graciosa a la fuerza cuando jamás ha sido necesario para conseguirlo. Al reality de Netflix le falta autenticidad, sí, pero le sobra carisma. Ahora solo falta que sepan explotarlo.
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