Libertad vigilada o la humillación paterno-filial

Se suele decir que en televisión todo es mentira. Pero hay ocasiones en que lo que te muestran te hace dudar. Este es el caso del nuevo reality show de Antena 3, Libertad vigilada; una nueva vuelta de tuerca al formato. El programa reúne a un grupo de chicos y chicas, que podrían ser perfectamente gogós de una discoteca (si no lo son en realidad), y los encierran en un hotel paradisíaco de Fuerteventura bajo la atenta vigilancia de sus padres que residen en el mismo hospedaje. Mientras los chavales van montando sus fiestas desenfrenadas llenas de alcohol, las cámaras están atentas a las primeras reacciones de los padres. Y ahí reside el morbo principal del espacio, cuando éstos no dan crédito a lo que ven. Sentencias como “no reconozco a mi hija” o “siento vergüenza de mi hijo” ya han salido de sus bocas. Y esto sólo acaba de empezar.

En su primera edición los concursantes se han emborrachado hasta llegar a vomitar, se han desnudado íntegramente, han tenido relaciones entre ellos, se han peleado, han calificado a uno de maltratador e incluso alguien cree haberse enamorado. Es como si ya se conocieran de hace tiempo. La pregunta es: o el encargado del casting es un “crack” o los participantes han sido comprados para dar todo el juego posible, con lo cual confirmaríamos la teoría inicial. En el caso de la primera opción nos encontraríamos ante el reality show más bestia y retorcido que yo nunca he visto en España. En la segunda opción hablaríamos de un timo muy bien elaborado.

La desinhibición es tan absoluta como sospechosa. Y mira que han llovido grandes hermanos como para que ahora nos sorprendan tan rápidamente. Pero cada vez me parece más creíble que existan personas capaces de hacer delante las cámaras todo lo que harían si estas no estuvieran. Y si se rodean de jóvenes calenturientos, con la hormona a flor de piel, pues con más razón.

Por otra parte, el programa juega con esta doble moral con la que nos solemos encontrar en este tipo de formatos, que algunos insisten en calificar como experimento sociológico. Cuando la presentadora entra a trapo con los padres se ponen sobre la mesa temas como el alcohol, el sexo y la manera que tienen hoy en día los jóvenes de divertirse. Intentan darle una dimensión social y reflexiva que les sirve de coartada para legitimar un programa de estas características. Pero a nosotros no nos engañan. No les interesan los jóvenes responsables y maduros, sino los gamberros y fiesteros. Y encima se atreven a decirles a los pobres padres (las auténticas víctimas) que han tratado las imágenes de sus hijos “con mucha elegancia”. Lo que vi el lunes por la madrugada era de todo menos elegante. De hecho, no se trata de elegancia; se trata de morbo. Y eso se les da muy bien a los creadores de Libertad Vigilada, aunque para ello tengan que humillar públicamente a los padres de los participantes.

Por todo esto, estoy convencido que el programa enganchará. El 24% de su estreno parece un buen síntoma. Si me preguntan, yo estoy deseando ver la segunda edición el lunes que viene.

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