Como todo reality, un talent show depende de muchos factores. Uno esencial es el casting, esa colección de personalidades que favorezcan el rechazo o la admiración y enganchen al espectador, como en la mejor serie de ficción. Un jurado competente, elocuente y con juego también es vital, pero si hay algo fundamental en éste formato es la implicación del espectador a la hora de juzgar lo que se tiene delante.
El nivel de participación del espectador cambia mucho dependiendo del tipo de talent show al que nos refiramos. Con los musicales, está claro: canta bien o canta mal. La personalidad y el carisma son esenciales, los resultados de algunas votaciones del público con concursantes cuyo talento era gritar con gallos así lo han demostrado, pero sea como sea, ésta valoración desde casa fomenta la discusión con los acompañantes (o en las redes sociales, que es lo que se lleva ahora) y un buen jurado también es fundamental en este estadio.
El espectador: juez y parte
‘Project Runway’ es un talent show de diseñadores de moda. Sin importar mi absoluta ignorancia con respecto a las tendencias del momento, puedo criticar un trapito en base a mis gustos, a lo que considero ponible o a la originalidad. Mi opinión rara vez está en consonancia con la de la diosa Nina Garcia o Michael Korrs, y valoro aún más sus argumentos e incluso aprendo con ellos. Sin embargo, si yo estoy viendo ‘Mira quien salta’ y las puntuaciones carecen de cualquier tipo de coherencia ya no con lo que estoy viendo y mi opinión al respecto, sino coherencia de criterios, deja de ser divertido para ser frustrante.
Otro factor importantísimo de este tipo de concursos es el proceso creativo. En ‘Face Off’ diseñan maquillajes y prótesis para convertir a modelos en auténticas criaturas fantásticas y ya no se trata sólo de ver el resultado y juzgar la habilidad o la creatividad, sino ser testigos de cómo ha sido ese proceso, cómo ha ido evolucionando un diseño o cómo se han ido adaptando a los problemas que han surgido, un desarrollo común a varios títulos del género.
Tengo predilección por los talent show culinarios. ‘Top Chef’ y ‘Masterchef’ son mis dos programas de cabecera en ese universo y por ello esperaba con ganas y curiosidad la adaptación patria del último. No decepcionó. El formato está respetado casi al milímetro en todos sus aspectos: instalaciones, dinámica, edición… Tiene ritmo, han dado con cuatro o cinco concursantes carismáticos que saben explotar y a pesar de durar el triple, realmente no es un estiramiento a base de paja (como suele ser), sino que emiten lo que serían dos episodios del formato original, una decisión muy acertada.
El handicap de los programas de cocina
Sin embargo hay un elemento básico que no acaban de captar y es precisamente ese papel de la audiencia como juez de los platos. Los programas gastronómicos tienen un gran handicap de cara al género: el espectador no puede probar la comida, no puede valorar por sí mismo y esto no lo hace accesible para todos. Personalmente disfruto por otros factores que ya he descrito en los párrafos anteriores: los egos, la creatividad o la forma de enfrentarse a las diferentes pruebas.
A un nivel mucho más vital que en otros concursos, los argumentos del jurado se convierten aquí en algo básico. Una cabeza-cono convincente, un vestido bonito, una letra pegadiza (‘Premium Hit’) o un falseto conseguido los puede valorar el espectador sin la existencia de un jurado. Un plato no. El ‘Masterchef’ de Gordon Ramsey también juega a la tensión y a la manipulación de resultados con la ambigüedad en sus opiniones, con las caras de póker, pero al final siempre dan argumentos. Algo esta soso, salado, la textura es buena, le sobra salsa, la combinación de ácido y dulce ha salido bien… cualquier tipo de comentario y argumento son necesarios porque no sólo nos hace comprender las decisiones de los jueces, sino porque nos hace partícipes de ellas, y no puedo insistir más en lo fundamental que es eso.
Este detalle, el prescindible papel de Eva González y la sobreactuación de la que adolece el plantel de estrellas Michelín es lo único que desde mi punto de vista le hace falta pulir al ‘Masterchef’ de RTVE. El episodio de anoche mejoró considerablemente en ritmo y enganche con respecto al primero, una pena porque probablemente sea demasiado tarde: perdió un punto de share con respecto al estreno quedándose en un 10% y apenas dos millones de espectadores, unos datos que complican que tengamos una futura segunda temporada del programa.
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