mage: {"alt":"'Brides of Beverly Hills","src":"de0578\/650_1000_brides-of-beverly-hills","extension":"jpg","layout":"normal","height":399,"width":650}]]Los precios que se manejan a la hora de organizar una boda son una locura, pero no existe nada más escandaloso que las cifras que acompañan los vestidos de novia. Representan la virtud de aquellas que los llevan y deben representar su esencia. Ellas quieren ser únicas y, por lo tanto, deben encontrar un vestido único. Y aquí es donde entra Renée Strauss, la propietaria de una boutique de Los Angeles que vende carísimas ilusiones a las prometidas que entran en su tienda en 'Novias de Beverly Hills'.
‘Novias de Beverly Hills’, ¿de qué va?
No existe ni un rincón en Estados Unidos que viva más de las apariencias que Beverly Hills, una ciudad rodeada por Los Angeles y que acoge las mansiones de estrellas y magnates de Hollywood. Allí es donde se estableció Renée Strauss en 1981 cuando compró una tienda y la remodeló a su gusto y antojo, cosechando con el tiempo una clientela selecta. Y allí es donde van las chicas que pueden pagarse unos vestidos de lujo.
El programa en Estados Unidos se emite en TLC, un canal conocido por sus docurrealities dirigidos al público femenino, y sigue un esquema muy claro: entran en el establecimiento las novias que han pedido cita y las dependientas deben encontrarles el vestido de sus sueños. Pero no resulta nunca fácil ya que hay muchas expectativas por parte de las chicas, que llevan toda una vida imaginando cómo irán vestidas, y encima sus gustos muchas veces exceden unos presupuestos más ajustados.
¿Por qué nos engancha?
‘Novias de Beverly Hills’ es el programa perfecto para ver con pipas y criticar a sus protagonistas. No es tanto una cuestión de creer o no en el matrimonio, sino que por regla general las novias personifican los clichés del mundo de las bodas. No pueden quedarse un vestido si su padre o madre no lloran, les encanta probarse vestidos de trece mil dólares cuando sólo tienen tres mil y son unas cutres de cuidado. O el vestido tiene pedrería de arriba a abajo o tiene un escote para lucir implantes de silicona o debe llevar más tul que una princesa de Disney (o todo a la vez). No entienden precisamente el concepto de “menos es más”.
Si le sumamos que los americanos son los reyes del género y que podrían hacer que un reality sobre la pesca con mosca fuese trepidante, este programa tiene un factor enganche importante y un cásting muy ameno. Renée luce bottox mientras ofrece champán a sus dependientas y les dice que están fantásticas aunque parezcan monas embutidas en un tutú. Sharae, mi dependienta favorita, no solamente las trata con condescendencia sino que encima las juzga severamente en los confesionarios. Y por allí siempre aparece un tipo llamado Kevin Lee, el organizador de bodas de un millón de dólares más famoso de California y que es un circo en sí mismo, soltando discursos a favor del elitismo y de la cirugía estética.
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Las clientas, además, son de lo más vario-pintas. Se intercalan chicas anónimas bastante exigentes con mujeres semi-famosas que piden a gritos un poquito de atención por parte de la sociedad. Gente como Mamie Van Doren, de la que hablan como si fuese Marilyn y no una fulana de serie B que cree que los ochenta son los nuevos treinta, la ganadora de ‘Big Brother’ Rachel Reilly, una Paris Hilton italiana y muy trash llamada Sabrina Parisi o la ex mujer de Paul Hogan. Y todas obviamente comparten su gusto por el brillo, el exceso y los escotes.
¿Versión española?
Podría existir por la simple razón que la industria de las bodas también existe en España. Pero le veo dos grandes inconvenientes como siempre ocurre con los docurrealities de aquí: la gente con dinero pocas veces se presta a publicitar su riqueza en televisión y aquí no se tiene la misma naturalidad ante las cámaras. Cuesta imaginar a prometidas yendo a una tienda y dando tanto juego, a menos que fuesen escoria salida de ‘Gandía Shore’. Pero podría dar juego si diesen con una tienda lo suficientemente variada y con una propietaria a la altura, ya que Renée es una especie de Meryl Streep del mundillo del 'sí, quiero'.
Ficha Técnica: 'Novias de Beverly Hills'
Los precios que se manejan a la hora de organizar una boda son una locura, pero no existe nada más escandaloso que las cifras que acompañan los vestidos de novia. Representan la virtud de aquellas que los llevan y deben representar su esencia. Ellas quieren ser únicas y, por lo tanto, deben encontrar un vestido único. Y aquí es donde entra Renée Strauss, la propietaria de una boutique de Los Angeles que vende carísimas ilusiones a las prometidas que entran en su tienda en 'Novias de Beverly Hills'.‘Novias de Beverly Hills’, ¿de qué va?
No existe ni un rincón en Estados Unidos que viva más de las apariencias que Beverly Hills, una ciudad rodeada por Los Angeles y que acoge las mansiones de estrellas y magnates de Hollywood. Allí es donde se estableció Renée Strauss en 1981 cuando compró una tienda y la remodeló a su gusto y antojo, cosechando con el tiempo una clientela selecta. Y allí es donde van las chicas que pueden pagarse unos vestidos de lujo.
El programa en Estados Unidos se emite en TLC, un canal conocido por sus docurrealities dirigidos al público femenino, y sigue un esquema muy claro: entran en el establecimiento las novias que han pedido cita y las dependientas deben encontrarles el vestido de sus sueños. Pero no resulta nunca fácil ya que hay muchas expectativas por parte de las chicas, que llevan toda una vida imaginando cómo irán vestidas, y encima sus gustos muchas veces exceden unos presupuestos más ajustados.
¿Por qué nos engancha?
‘Novias de Beverly Hills’ es el programa perfecto para ver con pipas y criticar a sus protagonistas. No es tanto una cuestión de creer o no en el matrimonio, sino que por regla general las novias personifican los clichés del mundo de las bodas. No pueden quedarse un vestido si su padre o madre no lloran, les encanta probarse vestidos de trece mil dólares cuando sólo tienen tres mil y son unas cutres de cuidado. O el vestido tiene pedrería de arriba a abajo o tiene un escote para lucir implantes de silicona o debe llevar más tul que una princesa de Disney (o todo a la vez). No entienden precisamente el concepto de “menos es más”.
Si le sumamos que los americanos son los reyes del género y que podrían hacer que un reality sobre la pesca con mosca fuese trepidante, este programa tiene un factor enganche importante y un cásting muy ameno. Renée luce bottox mientras ofrece champán a sus dependientas y les dice que están fantásticas aunque parezcan monas embutidas en un tutú. Sharae, mi dependienta favorita, no solamente las trata con condescendencia sino que encima las juzga severamente en los confesionarios. Y por allí siempre aparece un tipo llamado Kevin Lee, el organizador de bodas de un millón de dólares más famoso de California y que es un circo en sí mismo, soltando discursos a favor del elitismo y de la cirugía estética.
Las clientas, además, son de lo más vario-pintas. Se intercalan chicas anónimas bastante exigentes con mujeres semi-famosas que piden a gritos un poquito de atención por parte de la sociedad. Gente como Mamie Van Doren, de la que hablan como si fuese Marilyn y no una fulana de serie B que cree que los ochenta son los nuevos treinta, la ganadora de ‘Big Brother’ Rachel Reilly, una Paris Hilton italiana y muy trash llamada Sabrina Parisi o la ex mujer de Paul Hogan. Y todas obviamente comparten su gusto por el brillo, el exceso y los escotes.
¿Versión española?
Podría existir por la simple razón que la industria de las bodas también existe en España. Pero le veo dos grandes inconvenientes como siempre ocurre con los docurrealities de aquí: la gente con dinero pocas veces se presta a publicitar su riqueza en televisión y aquí no se tiene la misma naturalidad ante las cámaras. Cuesta imaginar a prometidas yendo a una tienda y dando tanto juego, a menos que fuesen escoria salida de ‘Gandía Shore’. Pero podría dar juego si diesen con una tienda lo suficientemente variada y con una propietaria a la altura, ya que Renée es una especie de Meryl Streep del mundillo del 'sí, quiero'.
‘Novias de Beverly Hills’, ¿de qué va?
[[image: {"alt":"'Brides of Beverly Hills","src":"de0578\/650_1000_brides-of-beverly-hills","extension":"jpg","layout":"normal","height":399,"width":650}]]Los precios que se manejan a la hora de organizar una boda son una locura, pero no existe nada más escandaloso que las cifras que acompañan los vestidos de novia. Representan la virtud de aquellas que los llevan y deben representar su esencia. Ellas quieren ser únicas y, por lo tanto, deben encontrar un vestido único. Y aquí es donde entra Renée Strauss, la propietaria de una boutique de Los Angeles que vende carísimas ilusiones a las prometidas que entran en su tienda en 'Novias de Beverly Hills'.
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