"¡Estefaníaaaaaa!"
—Christofer
El mundo del reality televisivo está, como todo en esta vida, regido por los contrastes. Haciendo una analogía con el séptimo arte, podemos encontrarnos con productos de gran calidad, de los que cosechan nominaciones a los Óscar y exhibimos con orgullo en las baldas destacadas de nuestras videotecas, como 'Forjado a fuego' o 'Hyperdrive'. Las 'Parásitos' de la telerrealidad. Las 'El padrino' de los concursos imposibles.
Por otro lado... bueno; por otro lado están esas odas al mal gusto y la amoralidad sobre las que la factoría Mediaset ha apuntalado su prime time —y, buenamente, la mitad de su parrilla—, y ante cuyos grotescos espectáculos es complicado resistirse. Programas que saben qué teclas tocar para cazar a espectadores que, a priori, no entrarían en su target, y que muchos —yo no lo haré, porque aborrezco el concepto— podrían etiquetar como "placeres culpables".
El último logro de la división española del imperio catódico de Silvio Berlusconi ha sido tener a medio país pendiente de un hombre gritando enajenado el nombre de su pareja —no sé si este sigue siendo el término adecuado— mientras corre por la playa, no sabemos muy bien hacia dónde, después de haberla visto siéndole infiel en un vídeo. Esto —y mucho más— es 'La isla de las tentaciones', y creedme cuando os digo que engancha más y mantiene más en vilo que la última temporada de 'Juego de tronos'.
"Tenemos más imágenes"
Los que estén algo entrados en años recordarán sin demasiado esfuerzo aquella joya televisiva presentada por Francine Gálvez que emitió Antena 3 en 2002 titulada 'Confianza ciega' —"¡Jo, tía, Nube!"—. En ella, tres parejas pusieron a prueba sus relaciones siendo separadas en dos casas, en las que los participantes debían resistirse —o no— a las seducciones de un grupo de hombres y mujeres, y enfrentarse a vídeos de sus medias naranja "interactuando" —jé— con sus pretendientes.
'La isla de las tentaciones' no deja de ser un reboot millennial de este formato. Cambiemos a Gálvez por Mónica Naranjo y el Algarve portugués por la República Dominicana, subamos el número de parejas de tres a cinco, añadamos juegos de citas y expulsiones, extraigamos la inmensa mayoría del casting del programa del Universo Televisivo Mediaset —¡chúpate esa, Marvel!— y el éxito está asegurado sin devanarnos demasiado los sesos.
Entre tortolitos salidos de 'First Dates', longevas parejas anónimas "hipercelosas", romances nacidos en 'Gran Hermano', "viceversos" y guardias civiles virales, la selección de concursantes —no hablemos ya de los pretendientes— dispuestos a testar su amor es tan extravagante como perfecta para un disparate de estas dimensiones. Un surtido de personalidades volátiles, diluidas entre la persona y el personaje, que ríete tú de 'Pasión de Gavilanes'.
Porque sí; 'La isla de las tentaciones' es aún mejor que la telenovela más dantesca y retorcida que podáis imaginar. La narrativa del programa está calculada al milímetro para que cada revelación, cada cebolleta arrimada y cada amago de infidelidad genere gritos ahogados, exabruptos hacia la pantalla, odios hacia los grandes villanos —por el momento villanas— de Villa Montaña y lástima por los sufridores habitantes de Villa Playa.
Es una lástima que, en última instancia, dicha misericordia no sea tal cosa; porque nos encontramos ante un formato capaz de sacar lo peor de uno mismo. Es inevitable frotarse las patas como una mosca frente a una gota de miel cada vez que la Naranjo dice su frase "tenemos más imágenes" durante los visionados en la hoguera, anticipando un vídeo aún más tórrido que el anterior que entierre aún más si cabe la relación de su protagonista.
'La isla de las tentaciones' es lo más parecido a ver un accidente. Por muy desagradable que sea vislumbrar el horror y el sufrimiento proyectado sobre los ojos, abiertos como platos, de un hombre derrotado que acaba de ver cómo su novia hace un remake de 'Showgirls' retozando con otro en una piscina, es imposible apartar la mirada y desear que la cosa vaya a mas, que sus pupilas reflejen esa locura Lovecraftiana propia de haber visto algo que va más allá de toda comprensión y lógica.
Todo esto, además, está alimentado por la seriedad que domina el tono, y que huye de los montajes cómicos, acelerados y repletos de bromas y efectos de sonido que hemos podido ver en 'Granjero busca esposa', 'Un príncipe para Corina' y similares. Aquí la cosa va en serio, y la solemnidad termina siendo tan impostada que no puede evitar convertirse en una gran comedia.
'La isla de las tentaciones', ficción aparte, es el primer gran fenómeno televisivo de esta década a nivel nacional. Un sueño húmedo para el forocochero medio que busca una excusa para desatar su misoginia a golpe de teclado. Una auténtica delicia que te hará sentir sucio mientras caes en la cuenta de que los placeres, si lo son realmente, nunca pueden ser culpables; por que un reality en el que un hombre seduce con éxito a una mujer tras decirle "tengo palpitaciones en el nabo" no puede ser malo.
Dioses, los Farrelly de los años 90 sacarían oro puro de esto.
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