Hace un par de días murió Stuart Rosemberg, un cineasta que cualquier crítico de nariz respingada y pose de enfant terrible (el crítico de cine es siempre un enfant terrible, así sea el enfant terrible más viejo del mundo), consideraría un cineasta menor.
En efecto, Rosenberg desarrolló gran parte de su carrera en la televisión —una actividad que el crítico de nariz respingada consideraría menor, pero que en los últimos años ha dado cosas mucho más interesantes que las que Hollywood promociona con bombos y platillos: un sólo capítulo de Los Sopranos contiene más cine que, digamos, bueno, muchas de las últimas películas ganadoras del Oscar... —. Decía yo que Rosenberg se dedicó a dirigir para la televisión gran parte de su carrera, pero cuando dio el salto de la pantalla chica a la grande, nos legó un filme "menor" (diría el crítico de nariz respingada y boca de morrito), que es toda una joya: Cool Hand Luke, protagonizada por uno de los dos tipos más cool de los 60 y 70: Paul Newman (el otro es, desde luego, Steve McQueen).
Como otras de las grandes películas de los 60 y 70, la vi en televisión, a altas horas de la noche, cuando se suponía que debía estar durmiendo porque al otro día había que ir al colegio. Dos secuencias se me quedaron grabadas para siempre. Sí, si la vieron, ya saben cuáles: la de la chica ligera de ropa que lava el auto con destreza erótica (fue la primera vez que vi una escena que sería copiada por el cine, la TV y la publicidad hasta el hartazgo) y, por supuesto, la de la apuesta de los huevos, aquella en la que Luke se despacha 60 huevos duros en una hora —un huevo por minuto.
Por años no supe cuál era el título de la película, hasta que la vi de nuevo a principios de los 90. Entonces, me sorprendió algo que para el niño aquel pasó desapercibido por completo: las referencias al Evangelio y a la vida de Jesucristo —Luke, con su panza hinchada de huevos, en la pose y el gesto de un crucificado, o sus compañeros de fuga, reunidos como apóstoles en la gran cruz de una intersección de caminos, en el plano final...) y su "mensaje" contestatario, anti stablishment.
Como los grandes directores americanos, Rosenberg sabía bien que en el cine, como en la buena literatura, lo que más cuenta es la economía del lenguaje. Que en una película no hay escenas de relleno, que cada secuencia es importante, una pieza más en el apretado engranaje narrativo de una película. Rosenberg sabía que el sentido de la imagen no es literal ni objetivo, sino todo lo contrario. Que una imagen es lo que cuenta y, siempre, algo más: no es sólo una chica ligera de ropa que lava un automóvil.
Por eso Cool Hand Luke es la crónica de una fuga y un evangelio para rebeldes, el retrato de un tipo muy cool como Luke y el testimonio de su enfrentamiento a los poderes establecidos. Y, claro, una película muy entretenida.
You are right, Mr. Rosenberg. What we got here, is failure to communicate.
Goodbye, Mr. Rosenberg.