¿Los Illuminati gobiernan el mundo? ¿Fue responsable la administración Bush de la masacre del 11 de Septiembre? ¿Murió realmente Elvis Presley? Pero, ante todo ¿Es esta realidad cotidiana la verdadera realidad, o existe otra realidad debajo de ella, mientra que la que vivimos es una mentira, orquestada por poderes ocultos? De todas las paranoias de conspiraciones y secretos globales, la última nombrada es la que más narraciones suscita en el cine, por alguna razón, lo que no significa que de lugar a películas interesantes.
Mi compañero Jesús León, en su reciente texto acerca de ‘Donnie Darko’, me parece que dio en el clavo cuando escribió que “faltan ritmo y fascinación y le sobran metáforas”. Esa frase puede aplicarse no sólo a la deslavazada película de Richard Kelly, también al grueso de películas (curiosamente, casi todas ellas fracasos económicos) que se dedican a explicarnos las razones para que debemos abrir los ojos a la verdadera realidad y despedirnos de una vida falsa y esclavizadora.
A poco que nos pongamos a indagar, la lista de títulos resulta bastante grande. Desde la española ‘Abre los ojos’ (Amenábar, 1997), hasta la japonesa ‘Perfect Blue’ (Kon, 1998), casi cualquier cinematografía ha aportado su granito de arena, aunque, como no podía ser de otra manera, es la estadounidense la que ha puesto más empeño y más títulos, y con el advenimiento del nuevo siglo, multitud de cineastas americanos (aunque fueran de origen europeo) han querido hablarnos del cambio de una era, del desvelamiento de los resortes siniestros de la sociedad, y de la necesidad de darnos cuenta, de una maldita vez, de que esto que respiramos, tocamos y vemos no existe realmente.
En lo personal, suelo creerme, más por diversión y por morbo sobre todo, que por verdadero convencimiento, casi todas las teorías conspiranoides (y perdón por el palabro), pero encuentro muchísima más imaginación en documentales como el deslumbrante ‘Zeitgeist’ (Joseph, 2007) o el manipulador pero también arrollador ‘Farenheit 9/11’ (Moore, 2004), o incluso en reportajes televisivos o ensayos literarios (todos defenestrados por los científicos y la crítica) que en largometrajes de ficción como ‘Dark City’ o ‘Pi, fe en el caos’ (Aronofsky, 1998).
Y pienso que la razón de que eso suceda, aparte de que la mayoría de estas películas adolecen, como apuntábamos, de una importante falta de fascinación y de ritmo, es que se toman demasiado en serio a ellas mismas, como si supusieran, en verdad, una revelación mística o algo por el estilo. Llegarían más lejos, creo, si además de contarnos tantas ideas difíciles de asimilar, empleando para ello tantas y tan diferentes metáforas, nos sedujeran y nos conquistaran con la fuerza de sus personajes y la musicalidad de su ritmo narrativo. Para entendernos, si fueran más cine y menos panfleto, que para eso estamos, para ver cine.
El cine debe estar más basado en la realidad, en la vida, que en ideas abstractas. Ahí radica su fuerza expresiva, en lugar de en especulaciones y simbologías, que diluyen el tejido vivo de la imagen fílmica. Filmes tan notables como ‘Soylent Green’ (que aquí se llamó ‘Cuando el destino nos alcance’, Fleischer, 1974) o ‘Días extraños’ (Bigelow, 1995) también hablan de realidades, o verdades, ocultas, silenciadas por aparatos gubernamentales opresores, y lo hacen sin tanta pomposidad o solemnidad, especulando a su vez, pero desde bases científicas y humanas, y seduciendo por la intensidad y la sinceridad de sus imágenes.
Es muy posible, también, que el cine verdaderamente poético se encargue de esas realidades alternativas con mucha mayor convicción y profundidad que todos los ‘Donnie Darko’ o ‘The Matrix’ que han existido y existirán. Y cuando me refiero al cine poético, me refiero al verdadero cine poético, no al que pretende serlo manipulando las imágenes y el tiempo, ralentizando la cámara, empleando majestuosos fundidos o encadenados, elaborando mundos de fantasía con habilidad de prestidigitador, sino al que se fija con humildad y compasión en la mísera y mezquina realidad, que es, y siempre será, el alimento primordial de la poesía.
Surgen así los nombres de Andrei Tarkovski, Robert Bresson, Zhang Yimou, Terrence Malick, Ingmar Bergman, Kenji Mizoguchi y otros artistas que sabían y saben que el cine representa, en su misma esencia, una negación de la mentira de lo real, en favor de la individualidad, la subversión, la belleza o la oscuridad, y que nunca necesitaron de metáforas, o excusas genéricas, para construir su poesía visual y hacer pedazos la cotidianidad del mundo en que vivimos, planteándonos la posibilidad de otro mundo, de otros mundos, que sólo existen en nuestro interior, y que ninguna imagen fílmica podrá jamás fijar.
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