Bruno Dumont llegaba a la Quincena de los Realizadores en la repesca, después de que su ausencia fuera una de las más sonadas tras el anuncio de los candidatos del mayor certamen anual del cine y retrato del estado de la cinefilia mundial. El francés regresa así a la Croisette tan solo un año después de que la recientemente estrenada en nuestros cines 'La alta sociedad' (‘Ma Loute’) compitiera por la Palma de Oro, y de nuevo promete su sello de autor, aunque en esta ocasión dobla la apuesta.
El realizador de la reveladora ‘La Vie de Jesus’, nos devuelve a las tierras áridas del norte galo donde parece sentirse en casa, en su retrato de unas gentes tan peculiares como su propio sentido del humor, y nos acerca en una reinterpretación libre y musical (¡!) a la infancia de una joven Juana de Arco. Esperando la llegada de ‘Jeannette, l'enfance de Jeanne d'Arc’ a las salas, repasamos algunos de los rasgos que caracterizan la filmografía del cineasta francés.
Cineasta de la frontera: de paisajes inhóspitos
Las fronteras siempre son territorios extraños donde sus habitantes conviven con los vecinos a caballo entre su identidad legal y su tradición, que no entiende de límites trazados a escuadra. Quizá por eso el director de tan destacadas obras como la iniciática ‘La Vie de Jesus’, ‘Flandres’ o su reciente incursión en el formato mini-serie ‘P’tit Quinquin’, se interesa tanto por el perfil de estos rostros fronterizos, de los que el cineasta francés se erige en mayor adalid y destacado retratista.
Nord Pas de Calais, -cuyas mayores ciudades (Lille, Roubaix y Tourcoing) se encuentran en un extraño territorio franco-flamenco donde si bien francesas, la cultura del país vecino no es ajena-, es escenario irrevocable para la mayoría de obras de su colección. Como curiosidad, también lo es para ‘Les Fantômes d’Ismaël’, que este año abría el certamen francés en el que Dumont presenta su nuevo film, y donde Mathieu Amalric interpreta a un director que, como el de la propia película, Arnaud Desplechin, procede de Roubaix.
En una zona rural a medio camino entre las granjas de interior, una no turística y algo pesquera costa, y unos áridos terrenos no del todo explotados para la agricultura, Bruno Dumont filma en abiertos planos estáticos de grandes cielos sobreexpuestos, convirtiendo el paisaje de predominantes exteriores en escenario perfecto para la Francia de Le Pen. Es en esta mezcolanza territorial de parajes y gentes donde el paisajista francés sitúa su hibridación artística, un cine descarnado y de color desaturado, mezcla de drama crudo y comedia del ridículo, crimen y pasión brutal, expuesto de la forma más pictórica a la vez que abiertamente desgarradora y con un ineludible toque de humor amargamente irónico.
Historias de violencia, crueldad y sometimiento
En este terreno hostil, cuna de su infancia, Bruno Dumont sitúa a sus familias disfuncionales rurales, en medio de la crudeza de unas historias de violencia extrema. Aunque con un toque humorístico peculiar, las suyas son historias de asesinatos y crímenes al ritmo lento de la campiña, relatos de pasión salvaje y sometimiento, de obsesión y de crueldad sin cortapisas y casi de inocencia pueril, que raya los límites de lo humano.
No es de extrañar que la infancia sea uno de los objetos de estudio del anteriormente profesor de filosofía, presentada en sus películas como ese estadio donde las convenciones sociales y los tapujos de la edad adulta quedan lejos de la rudeza natural, espontánea y sin limar de esos niños salvajes, encabezados por la crueldad adolescente de ‘La Vie de Jesus’, más recientemente encarnada en el “p’tit” Quinquin y sus amigos.
En efecto, la crueldad en los personajes de Dumont es presentada como una condición intrínseca en personas que bien por sometimiento al medio, bien por ignorancia o por una cuestión de determinismo social, actúan de forma desnudamente cruda y desgarradora, como si el desconocimiento del mundo fuera de sus fronteras los hubiera capturado de por vida en esa edad temprana.
Basados en patrones de comportamiento guiados por la brutalidad, los personajes del cineasta conviven en ambientes claustrofóbicos de paisajes hiper realistas al más puro estilo pictórico de finales del XIX, en un universo paradójicamente basado en espacios abiertos, pero que encierran grandes dosis de opresión, desde la primera hasta la última de sus obras.
Así, la presión social en ‘La Vie de Jesus’, ‘Flandres’ o ‘Ma Loute’, por citar sólo algunos ejemplos, conducen al sometimiento, bien sea racial, sexual, de género o de clase, en cualquiera de sus formas de violencia, tanto física como emocional. Una supeditación que, como suele ser habitual, sufren los personajes en la posición más vulnerable por oposición a la propia reivindicación del que los somete y que, con frecuencia en el cine de Dumont, se encuentra dentro del seno de la pareja.
Aquí, la violencia no siempre se expresa en forma de golpe, sino más bien en silencio y por ausencia afectiva sensible, que una vez más manifiesta las relaciones humanas de forma cruda y desalentadora. Aunque en la mayoría de ocasiones de forma consentida, el sexo brutal y emocionalmente desapegado, cristaliza de forma física esta forma de violencia emocional que domina los páramos Dumontianos y que casi siempre acaba con el sometimiento femenino, ante su propia indiferencia.
La normalidad de lo grotesco
Así, siempre bañados por ese estado de opresiva violencia que reina amenazante en todos sus ambientes, desde aquellos situados puramente en ese mundo rural de ‘La Vie de Jesus’, 'L’Humanité’, ‘Flandres’ o ‘P’tit Quinquin’, hasta los más alejados de él, como el retratado en ‘Twentynine Palms’ o ‘Camille Claudel 1915’ -quizá una de las más claustrofóbicas de su filmografía-, Dumont desgrana otros temas que son una constante en un universo de historias que rezuman patetismo y estridencia, si bien la mayoría de las veces guiados por los problemas de expresión y la incomunicación.
En este contexto, la dificultad para discernir entre el bien y el mal exonera en cierta medida la brutalidad de unos actos que vienen dados por anti-referentes que son al mismo tiempo causa y consecuencia de la violencia en la que están sumidas sus vidas. Por eso, no es de extrañar que la religión sea otro de los temas que preocupan al cineasta y que, en mayor o menor medida, es recurrente en todas sus películas. La devoción como guía en la búsqueda de las buenas obras –como la profesada por el estrambótico personaje de Juliette Binoche en ‘Ma Loute’ o en forma de procesión en pleno estado de fervor patético en otras muchas obras, de las que ésta o ‘P’tit Quintin’ son buena muestra-.
Quizá como resultado de la búsqueda de referentes morales que humanicen su conducta y que den coherencia al sentido de lo correcto dentro de un vago concepto de “normalidad”, el realizador muestra una recurrente preocupación hacia la estabilidad mental y desarrolla su discurso en torno a la locura. Un tema que, si bien ya introdujera en ‘Flandres’, recientemente desarrolla más profusamente en sus últimas obras ‘Ma Loute’ y, por supuesto, ‘Camille Claudel 1915’, íntegramente inspirada por los días de sanatorio de la gran escultora francesa, en su intento de superación de los demonios de Rodin –al que por cierto también hemos podido ver retratado esta edición del Festival de cine de Cannes, en su carrera por la Palma de Oro de la mano de Jacques Doillon-.
Locura como oposición a “normalidad”, en el universo de Dumont, ésta última a menudo poblada por seres grotescos de caras particulares y donde los lazos familiares parecen manifestarse en los genes –únicamente abiertamente declarados incestuosos en su más reciente y desatada obra, el retrato de la alta sociedad endogámica de ‘Ma Loute’-. De esta forma, todo un séquito de actores no profesionales, sacados directamente de la propia tierra, juegan un papel fundamental, y a los que el realizador en ocasiones acompaña de sus favoritos destacados del firmamento galo: Juliette Binoche, a la que con Camille Claudel brinda uno de sus mejores personajes recientes, o Jean-Luc Vincent, muy destacado en su interpretación de un hilarante aristócrata tullido en ‘Ma Loute’.
Bruno Dumont, cronista del Norte
Historias desnudas, descarnadas y libres de florituras artísticas, de imagen sucia pero luminosa y donde el sonido diegético domina la escena -en su mayor parte libre de música-, realzando el efecto chirriante de los cotidiano. Unas pisadas, un mordisco o el sonido del agua al caer, llevado al extremo hasta convertirse en estruendo, -como demostró en el rechinar de un detective obeso en ‘Ma Loute’-. Una aproximación que también cabe esperar de su nueva obra musical presentada esta semana en Cannes.
Bodegones de realidad cruda, perfilados a pinceladas de quien, por contexto, más conoce los paisajes donde con absurdo humor mordaz retrata a sus peculiares personajes el imprescindible retratista francés, Bruno Dumont, cronista del Norte.
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