Infinidad de líneas de código numérico verde recorren la pantalla mientras se escucha una conversación telefónica para, después de una transición, mostrarnos a un grupo de agentes de policía entrar en una habitación, iluminada únicamente por sus linternas y por la pantalla del ordenador frente al que está la mujer que pretenden arrestar. Parece haberse rendido y aceptar su destino.
Cuando uno de los agentes se acerca para esposarla, la mujer, embutida en un brillante y ajustado traje de cuero negro, se revuelve, rompiéndole la nariz y quedando suspendida en el aire durante unos mágicos segundos en los que la cámara pivota a su alrededor antes de proyectarle varios metros contra la pared de una patada en el pecho. El tiempo parecía haberse detenido, las leyes de la física desaparecido y mi mandíbula desencajarse hasta casi tocar el suelo.
Puede que suene a uno de esos clichés resobados hasta la extenuación, pero, en aquél momento, algo cambió en mi cerebro y supe que el cine debería formar una parte imprescindible en vida, tanto en lo personal como profesionalmente. Sólo había visto un par de minutos del magnum opus de las hermanas Wachowski, y no podía ni imaginar lo que me esperaba en las siguientes dos horas y cuarto. Cuando terminó la proyección, esperé en el cuarto de baño del cine y me colé en la siguiente sesión para comprobar que, en efecto, lo que acababa de ver era real y no fruto de una perversa simulación digital.
Pasaron los años, y después de aprenderme de memoria los diálogos exprimiendo una edición en VHS de la película con carátula lenticular, y de refinar mis gustos musicales de preadolescente con el CD de la banda sonora, que hizo la labor de hermano mayor —desventajas de ser hijo único—, llegaron las secuelas. Dos piezas que, con la perspectiva que dan los años, se perciben obviamente inferiores a la original, pero que soy incapaz de ver sin la más grande de las admiraciones.
Ahora, dos décadas después de la experiencia religiosa —que diría Enrique Iglesias— que viví en el lejano abril del 99, y superando por poco la treintena, el pulso vuelve a acelerarse al saber que una 'Matrix 4' está en camino, con Lana Wachowski, Keanu Reeves y Carrie-Anne Moss a bordo. Y donde muchos anticipan desastres y hablan del agotamiento de la franquicia, yo diré que es una idea excelente. Qué excelente... ¡Es una idea cojonuda!
Un mundo sin barreras, sin límites ni fronteras
Si hay algo que empuja a tener una confianza en esta cuarta entrega de 'Matrix', es contar con Lana Wachowski, Aleksandar Hemon y David Mitchell coescribiendo a seis manos un guión ambientado en un universo tan vasto, casi infinito, como el presentado en la trilogía original y sus spin-off transmedia.
Las opciones para continuar explorando la figura mesiánica de Neo y la eterna lucha entre humanos y máquinas se antojan inagotables. Buena muestra de ello se encuentra, por ejemplo, en los cómics editados por las propias Wachowski; en los que autores de la talla de Tim Sale, Dave Gibbons o Neil Gaiman aportan su granito de arena al cosmos cyberpunk post apocalíptico de las de Illinois.
Por si esto fuera poco, también podemos acudir a los videojuegos 'Enter the Matrix' —que seguía la acción desde el punto de vista de Ghost y Niobe— y 'The Path of Neo' —que ofrecía un delirante nuevo final a la trilogía con un Mecha-Smith incluido—. Pero si algo refuerza esta tesis, esos son los deliciosos cortometrajes animados que componen la antología 'Animatrix'.
Desde el, para el momento, rompedor 'El último vuelo del Osiris' —que pude ver en pantalla grande antes de 'El cazador de sueños'— hasta 'Historia del chico', pasando por 'Récord mundial' o las dos geniales partes que recapitulan los hechos relacionados con el origen y desarrollo de la guerra contra las máquinas en 'El segundo renacimiento'; las nueve piezas muestran una riqueza y variedad conceptual que sólo invita a soñar con los muchos ángulos que podría abordar 'Matrix 4'.
Una 'Matrix' del Siglo XXI
"Muchas de las ideas que Lilly y yo exploramos hace 20 años sobre nuestra realidad son aún más relevantes ahora."
Con esta frase, enunciada por Lana Wachowski acompañando el anuncio de de 'Matrix 4', la directora pone la miel en los labios a todos los que disfrutamos del impepinable espectáculo de la primera 'Matrix', apreciando a un mayor nivel sus múltiples y ricas lecturas teológicas y filosóficas. Y es que la creación de las Wachowski no revolucionó el panorama del blockbuster de finales de siglo sólo por sus efectos especiales.
Baudrillard, Platón, Descartes, Nietzsche, un poco de Budismo, un mucho de alegorías cristianas... 'Matrix' se sirvió de todo esto —y algo más— para hablar de la realidad de un 1999 que miraba al futuro con tanta expectación como desconfianza. El nuevo milenio estaba a la vuelta de la esquina, con un salto tecnológico bajo el brazo en pleno desarrollo que aumentaba aún más si cabe la incertidumbre derivada del acontecimiento.
En pleno 2019, con nuestro presente convertido prácticamente en una distopía ultratecnológica dominada por el big data, las redes sociales y las fake news, y con un ascenso más que preocupante de la extrema derecha y diversos movimientos reaccionarios en múltiples rincones del planeta; 'Matrix 4' se eleva como uno de los proyectos cinematográficos más oportunos que nos podría brindar un gran estudio. Veremos cómo se aprovecha todo esto.
Soñando con un tiempo bala hipervitaminado
Para terminar de rizar el rizo y de aumentar los niveles de hype aún más si cabe —no sabemos nada en absoluto sobre el proyecto y muchos estamos salivando como si tuviésemos delante uno de esos filetes de los que hablaba Cifra en la cinta de 1999—, no puedo hacer otra cosa que instaros a pensar en el despliegue técnico y visual con el que las hermanas Wachowski nos deleitaron hace veinte primaveras.
Pensemos ya no sólo en los puntos álgidos de la primera 'Matrix', como el choque del helicóptero, el prodigioso uso del revolucionario tiempo bala o el refinamiento general de los VFX a cargo de John Gaeta; sino también en los de sus dos continuaciones —para el recuerdo quedan la alucinante secuencia de la autopista o la pelea en el Chateau de 'Reloaded', y la pelea final entre Neo y Smith en 'Revolutions'—.
Ahora, tras refrescar la memoria, imaginemos lo que Lana Wachowski y su equipo podrían lograr aplicando a su visión las herramientas que la industria cinematográfica ha ido creando y perfeccionando a lo largo de todos estos años. Si 'Matrix 4' termina decepcionando de algún modo al respetable, va a ser complicado que lo haga en lo que respecta a su tratamiento de la acción y su apuesta audiovisual.
Como rezaba la campaña promocional de 'Matrix Revolutions', todo lo que tiene un principio, tiene un final. Pero, visto lo visto, y a juzgar por todo lo expuesto en este texto, si sus responsables quieren, podemos tener 'Matrix' para rato. Porque, como decía Neo antes de echar a volar al ritmo de Rage Against the Machine en el final del filme del 99, el mundo de las Wachowski no tiene barreras, límites ni fronteras.
No sé vosotros, pero yo pienso tomar la pastilla roja sin pensármelo dos veces.
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