'My Fair Lady', esa mujer

'My Fair Lady', esa mujer
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Hace unos días quise revisar una de las películas que más me impresionaron cuando era pequeño. Recuerdo que la emitieron un sábado por la noche en el mítico 'Sábado Cine', y también recuerdo que me quedé enganchado frente al televisor durante las casi tres horas que dura la película, más anuncios, claro. Sin embargo, toda esa fascinación que sentí entonces no se repitió la otra noche, y es que ¿quién no ha vuelto a ver una película que le había encantado de pequeño, y se ha llevado una enorme decepción, y con ello se ha matado un bello recuerdo?

Bueno, tampoco es que me haya llevado una gran desilusión, pero el paso del tiempo pesa bastante, tanto en la película como en mí. Dirigida en 1964 por George Cukor, y basada en la obra del gran Alan Jay Lerner, cuenta cómo un hombre experto en fonética instruirá en tiempo récord a una chica vulgar y malhablada, una vendedora de flores, para presentarla en sociedad y hacerla pasar por una auténtica dama.

Cukor, que probablemente sea el mejor director de actrices de toda la Historia del Cine, dirige el evento con total profesionalidad y su habitual gusto exquisito. Sin embargo, no puede evitar que ciertas situaciones resulten forzadas, lo cual sería un mal menor si tenemos en cuenta que el género del musical tiene sus propias reglas y su propio lenguaje, donde la lógica puede no tener cabida, aunque aquí se nota demasiado.

Creo que el mayor defecto del film es que es excesivamente largo, creándose la redundancia en algunos momentos, sobre todo en los números musicales, que son extraordinarios casi todos por sí solos, pero que en conjunto resulta algo cansino oir tanta canción.

Afortunadamente, y para hacernos olvidar los fallos de la película, tenemos la presencia de dos actores en completo estado de gracia y que ofrecen dos interpretaciones ya históricas. Rex Harrison como ese experto en fonética, amante de las buenas maneras y enemigo acérrimo de la vulgaridad, odiando y despreciando todo lo que la rodea. Y Audrey. Sí, sencillamente Audrey, una de las mejores actrices que ha habido y habrá nunca, poseedora de una belleza única, de las pocas que enamoraban literalmente a la cámara. Su papel es también inolvidable, esa chiquilla vendedora de flores, orgullosa y terca hasta la médula, queriendo ser alguien más en la vida. Ella es la película, de principio a fin. Por cierto, los dos cantan impresionantemente bien.

Lluvia de Oscars ese año.

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