Después de haber desgranado ayer ocho de esas quince categorías en las que John Landis clasifica al cine de monstruos en ese recomendadísimo libro que es 'Monsters in the Movies', continuamos hoy allí donde lo dejábamos con estas segunda entrada dedicada a repasar lo más granado que la historia del cine nos ha dejado en lo que a criaturas se refiere. Y lo hacemos comenzando por uno de las primeras citas llamadas a estimular la imaginación de nuestros bisabuelos —y de muchas generaciones posteriores— allá por la tercera década del siglo XX.
Monos monstruosos
Si nos hablan de gorilas gigantes sólo es una la imagen que presta acude a nuestra memoria, la de King Kong escalando el Empire State en la que supone una de las instantáneas más icónicas de la historia del cine. Y es que aún hoy, con ochenta y un años a sus espaldas, la cinta dirigida por Merian C.Cooper y Ernest B.Schoedsack sorprende por el virtuosismo de su imaginación a la hora de plasmar en pantalla algo casi imposible si se consideran los limitados recursos en cuanto a trucajes visuales con los que se contaban hace ocho décadas.
Tan magna es dicha imaginación que su influencia en cineastas y artistas posteriores a ella resultó determinante, por ejemplo, para que Ray Harryhausen quisiera dedicarse a crear magia mediante el stop-motion o que un neozelandés llamado Peter Jackson soñara de pequeño con poder sentarse algún día en la silla de director. Y, claro está, comparadas con ella, cualquier cinta con mono gigante, incluída el espectacular remake llevado a cabo por el artífice de la trilogía de 'El señor de los anillos', queda en entredicho.
Poco hay pues que destacar en los incontables plagios e imitaciones que a lo largo de las décadas le han ido saliendo a 'King Kong' (id, 1933), y sólo un filme protagonizado por monos, aunque no gigantes, merece estar a la misma altura de clásico que la cinta protagonizada por Fray Way, y ese no es otro que la magistral 'El planeta de los simios' ('Planet of the Apes', Franklin J.Schaffner, 1968), piedra angular fundamental del género de ciencia-ficción de todos los tiempos y una de las mejores muestras de lo que el género podía ofrecer cuando sirve a algo más que el mero entrenimiento.
Monstruos espaciales
¿Estamos sólos en este vasto universo? ¿Llegaremos algún día a saber si inteligencia más allá de nuestra atmósfera? Estas, entre otras muchas, son preguntas que el hombre, toda vez lanzó su mirada hacia la infinitud del espacio exterior, sigue haciéndose de forma recurrente. Unas preguntas a las que el cine ha dado tan innumerables respuestas que esta categoría, y sólo esta, ha sido la que mayores dilemas me ha planteado a la hora de seleccionar un único título que fuera representativo, como indicaba al comienzo de la entrada de ayer, de mis preferencias en el cine de monstruos.
Tanto es así, que al final no he sido capaz de reducir a un sola producción lo que aquí queda recogido, decantándome tanto por una de las mejores cintas de terror con xenomorfo de por medio que nos ha dejado la historia del cine, como por un reciente título de fantasía que se convirtió, casi de forma instántanea, en una de mis cintas favoritas de lo que llevamos de siglo. En lo que respecta al género al que pertenece la primera, y con permiso por supuesto de la magistral 'Alien, el octavo pasajero' ('Alien', Ridley Scott, 1979) y su maravillosa secuela, considero que 'La cosa' ('The Thing', 1982) debía figurar aquí por derecho propio.
Muchas y muy diversas son las razones que habría que aducir aquí a ese respecto, pero dejaré el análisis pormenorizado de tales cuestiones para cuando revise la cinta en el Ciclo de Ciencia-ficción. Baste decir por ahora que el remake que Carpenter concreta partiendo del filme de Howard Hawks en el que probablemente sea su mejor obra, es un prodigio desde casi cualquier punto de vista que quiera ser considerado, y sus efectos visuales, obra y gracia del grandísimo Rob Bottin, siguen dejándome hoy de piedra como lo hicieran hace treinta años.
Y si el terror con bichos del espacio ha dado mucho de sí en el cine, otro tanto se puede afirmar —incluso con más vehemencia— de la fantasía o la ciencia-ficción, géneros ambos en los que incontables son las propuestas que han explorado los más recónditos planetas de las infinitas galaxias que componen la vastedad del cosmos. Esta claro que, entre ellas, habría que hacer aquí obligada mención a las dos obras capitales de Steven Spielberg —y supongo que no hará falta decir cuáles son—, o a la lejana galaxia a la que cierta saga lleva transportándonos desde finales de la década de los setenta.
Porque uno es hijo de la década que es; porque supuso una sorpresa mayúscula y porque, qué demonios, es una película magnífica, 'Super 8' (id, J.J.Abrams, 2010) era clarísima elección personal para terminar figurando aquí como la representante de la faceta más amable de lo que una invasión extraterrestre supondría para la vida de nuestro planeta, no significando ésto que olvidemos ese reverso belicoso que en el cine de género nos ha dejado ejemplos tan válidos como 'Starship Troopers' (id, Paul Verhoeven, 1997), 'Depredador' ('Predator', John McTiernan, 1987) o 'Distrito 9' ('District 9' Neill Blomkamp, 2009).
Claro homenaje a la forma de hacer películas de hace tres décadas, y con evidentes guiños a clásicos ochenteros como 'Los Goonies' ('The Goonies', Richard Donner, 1985), 'Super 8' es un ejercicio de madurez y concisión narrativa, algo que queda puesto de manifiesto desde sus primeros planos y que ese finalazo capaz de arrancar lágrimas hasta del más insensible eleva a la enésima potencia. Que sí, que son —¿sois?— muchos a los que le molestan los brillos típicos del director, pero es un mal menor entre tal despliegue de genio.
Monstruos muy humanos
Y del espacio exterior, al espacio interior; a los más recónditos, oscuros y tenebrosos huecos del alma humana. Esos que llevan a cometer a nuestros congéneres crímenes inenarrables convirtiendo a personas aparentemente normales en los peores monstruos imaginables, aquellos que podrían vivir en la puerta de al lado de tu casa y tener en su congelador restos humanos. Aquí quien realmente debería estar "hablándoos" en este momento es mi compañero Mikel, cuyo especial de Cine de psicópatas no es más que la punta de lanza de la tesis con la que rubricará sus estudios.
Suponiendo que colegirá conmigo en las suscintas reflexiones aquí arrojadas, resulta abrumadora la cantidad de títulos que pueblan la historia del cine y que han puesto en escena relatos protagonizados por asesinos en serie, enmascarados o no, que habiendo sufrido una infancia terrible o un ultraje imperdonable, se convierten por voluntad propia o por poderes sobrenaturales bien en protagonistas de prolongadas franquicias, bien en hitos irrepetibles de la historia del cine. Y es en este segundo grupo donde obviamente nos detenemos para recordar, cómo no, al carismático Norman Bates y, por supuesto, al terrible John Doe.
'Se7en' (id, David Fincher, 1995) fue todo un hallazgo que hoy en día sigue resonando en la fecunda y muy diversa trayectoria de su director, si no como el mejor filme del que se ha hecho cargo, sí como uno de los tres mejores. La historia de los dos detectives encarnados de forma brillante por Brad Pitt y Morgan Freeman atesora momentos icónicos de la historia del cine, ya sea en la truculenta visualización de los crímenes que toman los siete pecados capitales como guión, ya por un final que nadie podía esperarse. Por cierto, IMPRESIONANTE Kevin Spacey.
Mutaciones atómicas
Miedo a escala mundial tras los estragos de la Segunda Guerra Mundial y sub-género favorito del cine de ciencia-ficción durante la práctica totalidad de los años 50, los horribles resultados del abuso de la energía nuclear provocaron un alud de producciones del cine de monstruos que, en la mayoría de ocasiones, tiraban por el recurso fácil de tomar algún insecto, multiplicar su volumen por diez, y convertirlo así en una amenaza impensable a la que un pueblo, ciudad o país tenía que hacer frente.
Es bajo esta categoría donde habría que recoger al a criatura que, en parte, justifica este repaso en dos partes que desde ayer llevamos haciendo a las películas con entes de pesadilla. Y si bien contados son los ejemplos que en este ámbito escapan de la inocencia del 'Godzilla' (id, Ishirô Honda, 1954) original, o de cualquiera de los filmes con "bichos gigantes" del estilo de 'La humanidad en peligro' ('Them!', Gordon Douglas, 1954), no es menos cierto que tanto la demoledora 'La niebla' ('The Mist', Frank Darabont, 2007) como la que encabeza esta sección, hablan de sobra de aquello sobre lo que tanto se insistió seis décadas atrás.
Y si me he decantado por 'El increíble hombre menguante' ('The Incredible Shrinking Man', Jack Arnold, 1957) y no por la adaptación del relato de King es porque este último coquetea más con la fantasía pura y dura —portales dimensionales y criaturas de realidades paralelas— que aquello que podemos ver en la cinta guionizada por Richard Matheson. Una película imperecedera de la que ya hablé en su momento dentro del Ciclo de ciencia-ficción y que tienen uno de los mejores finales que se han ideado para una cinta del género en el siglo "y pico" que abarca ya la historia del cine.
La naturaleza pueder ser muy vengativa
El más famoso libro de Herman Melville ya ponía de manifiesto que este mundo que nos rodea puede llegar a volverse contra nosotros en formas inimaginables y, como disciplina artística que tantas y tantas veces ha mirado a la literatura, que el cine se haya hecho extensible eco del peligro extremo que cualquier tipo de animal puede suponer para la especie humana no es más que la consecuencia lógica de los derroteros por los que han ido discurriendo el terror y la ciencia-ficción en la gran pantalla.
Tanto es así, que los estridentes ejemplos de tiburones en tornados o castores asesinos que hemos tenido que "soportar" en los últimos tiempos no son más que la punta de un iceberg descomunal en el que de todo hay para el zoólogo aficionado. Ahora bien, entresacar de ese todo producciones con un mínimo de calidad no es asunto sencillo, y sólo un reducido puñado encabezado por la genial 'Los pájaros' ('The Birds', Alfred Hitchcock, 1963) o la simpática y reivindicable 'Temblores' ('Tremors', Ron Underwood, 1990) merecería nuestra atención.
Acompañando a las dos anteriores, es de cajón encontrar a la cinta que "inventó" los blockbusters veraniegos y la primera muestra de que aqué chaval que había rodado una película sobre un camión persiguiendo a un coche tenía mucho que decir en el mundo del cine. Escalofriante como ella sola, 'Tiburón' ('Jaws', Steven Spielberg, 1975) cuenta con uno de los principios más imitados —incluso por él mismo— de la historia del cine, y dio pie a una franquicia que nunca supo estar a la altura de lo que su magistral primera parte ofreció a una generación que nunca volvió a mirar el agua con la misma confianza.
Vampiros
Fascinantes criaturas que, generación tras generación consiguen encontrar voz propia con la que seguir atrayendo a lectores y cinéfilos —por más que dichas encarnaciones sean unos esperpentos de padre y señor mío—, los vampiros son los monstruos cuyo rastro nos lleva más atrás en la historia del séptimo arte, concretamente hasta 1922 con la mítica 'Nosferatu' (id, F.W.Murnau), protagonizada por un inquietante Max Schreck que suponía la adaptación no oficial del relato de Bram Stoker que encendía la fiebre por los chupasangre allá por 1897.
Desde entonces, tanto si nos referimos a Drácula —el personaje de ficción que más adaptaciones ha conocido al celuloide— como a la especie que éste representa, incontables son los títulos a los que habría que hacer mención casi obligada si contarámos con más espacio de los tres párrafos autoimpuestos que he dedicado a cada categoría de estas entradas sobre el cine de monstruos. Está claro que entre ellos figurarían los clásicos de Tod Browning y Terence Fisher, así como aquél baile orquestado por Roman Polanski o la adaptación de la novela de Stoker llevada a cabo por Francis Ford Coppola.
Pero de todas ellas, por su singularidad, y por tratar a los vampiros huyendo de los típicos clichés asociados a estas criaturas —unos clichés de los que ya habían escapado cintas como 'El ansia' ('The Hunger', Tony Scott, 1983) o 'Vampiros de John Carpenter' ('Vampires', John Carpenter, 1998)— me quedo tanto con la encarnación original como con el fantástico remake estadounidense de 'Déjame entrar' ('Låt den rätte komma in', Thomas Alfredsson, 2008). Atención a la escena que acompaña a estos párrafos. Como siempre, una imagen vale más que mil palabras.
Zombies
Y llegamos al final de nuestro —mi— particular repaso por lo que el maridaje del cine con los monstruos ha dado de sí. Y lo hacemos, cómo no, con esos muertos devueltos a la vida que actualmente están causando injustificada sensación en la pequeña pantalla —muy diferentes serían las apreciaciones hacia 'The Walking Dead' si los fans de la serie leyeran el cómic de Robert Kirkman— y que George A. Romero revitalizaba para el cine a finales de los sesenta con su imprescindible 'La noche de los muertos vivientes' ('Night of the Living Dead', 1968).
Aunque los zombis de forma estricta formaban parte de la historia del cine desde los años 30, Romero perfiló la definición de muerto viviente para convertirlos en seres hambrientos de carne y sangre humana que se movían a velocidad de caracol y que, aún así, conseguían plantar cara al grupo de humanos más rápido y mejor preparado que uno pudiera imaginar. Iniciando todo un sub-género dentro del terror, los zombis han sido protagonistas secundarios de cintas tan diferentes como 'Posesión infernal' ('Evil Dead', Sam Raimi, 1981) o '28 días después' ('28 Days Later', Danny Boyle, 2002).
Pero de entre todos los ejemplos que podrían servir como escaparate del cine de muertos vivientes, ninguno se antoja mejor para el que esto suscribe que el remake de la secuela del filme original de Romero que Zack Snyder firmaba en 2004 antes de convertirse en ese "Director visionario" que tiene muy poco de lo segundo. Tomando el pulso a la historia del grupo de supervivientes en un centro comercial, Snyder nos regalaba algunas de las mejores tomas de su filmografía y dejaba claro que, aún recurriendo a ellos, en el terror hay vida más allá de los golpes de efecto.
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