En la versión española de Cahiers, que adquiero regularmente, aunque no siempre me interesan sus contenidos con la misma intensidad, están discutiendo en los últimos números, en la sección Itinerarios, sobre las encrucijadas de la crítica de cine moderna. Más concretamente, sobre las diferencias entre crítica y análisis, y en la última edición, sobre el fructífero camino que pueden lograr ambas disciplinas si se complementan entre sí. Algo con lo que, a grandes rasgos, estoy de acuerdo.
Escribo críticas de cine en este blog (y antes lo hice en otros sitios), y también escribo análisis. Pero además de eso soy lector de muchas críticas y de pocos análisis. Y leyendo críticas muchas veces acabo hasta los mismísimos de encontrarme continuamente con los lugares comunes habituales, con las mismas perogrulladas, clichés, ideas chorras, prejuicios someros, pobres estructuras de pensamiento, argumentos irrelevantes. No me extraña que muchos detesten a los críticos de cine: muchos de ellos se merecen justamente eso. El grueso de la profesión escribe las mismas bobadas.
Criticuchos, meatintas y algún que otro tipo sensato
No tengo ni idea de en qué categoría entraría yo mismo como crítico de este blog (seguro que cada lector pensará una cosa) pero ahora quiero referirme a las dos primeras categorías: los criticuchos, esto es cualquier individuo/a sin formación alguna que cree que su opinión es tan válida como los de un individuo/a cualificado (y por cualificado se entiende ser capaz de escribir algo más que “esta secuencia está llena de magia” o “qué aburrimiento de película”); y las meatintas, esto es individuos/as con o sin formación, que escriban bien o mal, no tienen el menor interés por su trabajo. El ejemplo más claro de este segundo grupo es el señor Carlos Boyero, adalid del mal gusto y la desidia.
Que sí, que también hay tipos sensatos. Jose Luis Guarner era un tipo extraordinario, de cultura y personalidad fascinantes. Ángel Fdez-Santos (el único crítico que conozco que aunó crítica y análisis con éxito) además de escribir bien era valiente y apasionado. Recuerdo con admiración la prosa y la capacidad analítica de Daniel Monzón. Pero…fíjate que los dos primeros están muertos y el tercero ya no ejerce (es ahora un director de mediano interés), y de los que escriben críticas ahora con regularidad, tanto en diarios, revistas como blogs profesionales, llegan todos a las mismas brillantes conclusiones, como si hubieran asistido a un cursillo sobre lo que se supone es una buena película.
A saber:
1. Que por algún motivo misterioso, las películas deben tener tres actos (presentación, nudo y desenlace) y que si no los tienen, el guionista es un torpe, o el director va de experimental y de estupendo. Aunque luego los hay que desprecian cualquier película que tenga tres actos, como si el hecho de escribir torpemente e ir de experimental y estupendo significase hacer verdadero cine moderno. ¡Viva el criterio!
2. Que las interpretaciones deben ser contenidas. ¿Cuántos millones de veces hemos oído o leído a un criticucho o meatintas que afirma que tal actor está sobreactuado y que por eso su trabajo es malo? También emplea otros términos, como pasado de rosca, desquiciado y cosas por el estilo. ¿No se les ha ocurrido que alguna vez la sobreactuación es indispensable para crear según qué caracteres? Recuerdo cuántas bobadas se escribieron sobre Day-Lewis en ‘There Will Be Blood’. Por otro lado, sin embargo, suelen admirar interpretaciones demasiado marcadas o evidentes, como lo que suele hacer Javier Bardem o Leonardo DiCaprio, pero yo pienso que el actor de cine no debe interpretar, sino vivir el momento. De nuevo, hurra por tanto criterio.
3. Que una película con muchos efectos especiales es mediocre por definición, pues “los efectos especiales no están al servicio de la historia”. ¡Oh!
4. El punto tres me lleva al cuatro: que una película tiene que contar necesariamente una historia. ¿Qué es eso de que el director se zambulla en su mundo personal y cree una disgresión poética, por ejemplo? ¡Por favor! ¡Los espectadores no estamos para zarandajas! ¡Vamos a que nos cuenten el cuento de la vieja una y otra vez! ¿O no pagamos la entrada, o nos bajamos la película de internet, esperando hasta diez horas, para eso?
5. Una de las ideas que más me tocan la moral: que la película tiene que tener unos personajes desarrollados, profundos y con motivaciones perfectamente entendibles. ¡El espectador no tiene ganas de pensar y llegar a conclusiones por sí mismo, bien lo sabemos todos los críticos!
6. Que el cine de verdad es el cine clásico norteamericano, y todo lo demás es algo así como la periferia, la rareza. Y el cine moderno norteamericano es un triste remedo de aquella edad de oro irrepetible desde la que valoramos la producción actual.
7. Que el cine está para entretenernos (endeble idea que es una de las grandes causas del abaratamiento artístico del cine), con lo que la mejor película es la que más nos entretiene, la que nos entrega un mensaje “valioso”, y la peor es la que nos aburre o no tiene ningún interés en divertirnos.
Hay más temas trillados, pero resulta aburrido compilarlos todos. Creo, sinceramente, que en lugar de usarlos (y yo, como crítico, intento no hacerlo, no sé si lo consigo) sería bueno, no sé, que el crítico, sino tiene el menor interés en analizar la película, por lo menos reflexionara, en su trabajo, si el director y sus colaboradores han sabido ser fieles a sí mismos, de modo que han seguido el camino marcado por ellos como artistas. En pocas palabras, que han sido coherentes, que no engañan a nadie, por mucho que a veces el crítico se erija en defensor de la ingenuidad del público.
También estaría bien que los críticos experimentaran un poquito más de vehemencia por su trabajo, pues no son informadores, sino divulgadores, que no es lo mismo, y la razón pedagógica de la crítica, ya desaparecida, sería buena retomarla. Otro día hablamos de los críticos que se ponen a hablar sobre el trabajo de otros críticos… ¡Qué presuntuosos son, maldita sea!