'Grand Piano' (id, 2013) no es, como se dijo en su momento, un homenaje a Brian DePalma, ni tan siquiera es estrictamente o severamente hitchockiana más allá de una premisa y un asesinato y un golpe que se debe cometer. En este caso, un pianista, una melodía infernal, un loco que le controla y un número relevante de afectos (la amada y el amigo) en grave peligro.
Yo diría que es una película de Eugenio Mira, cineasta aficionado a los hombres en peligro o en jaque que ha brillado más en el melodrama que en el divertimento, aunque abunda en el segundo.
Recuerdo con aprecio 'The Birthday' (id, 2004), el debut cinematográfico de Mira. Contaba con un Corey Feldman en estado de gracia y una trama que homenajeaba / reescribía a los clásicos ochenteros (especialmente a John Carpenter y a David Lynch) antes de su vindicación.
Desde este 2015 veo a la primera película de Mira como una antesala de lo que vendría después: un nuevo cine español que buscaría en las arenas movedizas de estos cineastas - entre el género y el cine europeo - un improbable suelo sobre el que edificar poéticas.
Que Mira compusiera la música - con el seudónimo de Chucky Namanera - del debut de su contemporáneo Nacho Vigalondo 'Los Cronocrímenes' (id, 2007) y que ésta comparta con la segunda película de Mira como director a una colosal Bárbara Goenaga parece ahora menos casual o coyuntural que entonces.
Melodía vagamente familiar
En esta estructural casual o causal, pareciera que ambos cineastas se hubieran conjugado para tejer sendos y aparentemente depalmianos films. El de Mira es éste 'Grand Piano' y el de Vigalondo fue 'Open Windows' (id, 2013). Ambas son proyectos fallidos, pero por razones tan distintas que la comparación ya no es demasiado útil.
Mira se fija más en los efectismos de Steven Spielberg. Largos planos cenitales, movimientos ágiles y enfáticos, montaje dinámico basado en duraciones brevísimas: incluso usando travellings de acercamiento o laterales, esquiva la textura hitchockiana.
A diferencia de Brian DePalma, festivo y siempre obsesionado por Eros, a Mira le preocupa más bien la debilidad y el aturdimiento de sus hombres (¡otro rasgo que comparte con Vigalondo! ¿será el suyo un arquetipo genuino del cine español?).
El guión lo firma Damian Chazelle, pero Mira no parece interesado en ninguno de sus lugares comunes. Parece concentrarse en lo absurdo que es todo para Elijah Wood, en un registro tan excéntrico como de Feldman en su primera película.
Otra vez, como en su primera película, la revelación fuera de plano será el gran grado de conocimiento que alcance su antihéroe. Con todo, el conjunto, por gracioso y ágil y calculadamente efectista, ya no sugiere tensión o alboroto o extrañeza.
En esta producción de Rodrigo Cortés, la reminiscencia es siempre más importante como gesto que como acción motriz. Esto conduce suavemente la película por la simpatía, pero ningunea cualquier atisbo dramático.
La pregunta es ¿qué hacemos con el (singular) modo de dirigir de Mira? ¿Y cuando empezamos a reivindicar su segunda (y mejor) película?
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