La dependencia del cine hacia a la literatura

La dependencia del cine hacia a la literatura
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El tema de las adaptaciones cinematográficas, más o menos célebres, más o menos brillantes, más o menos desastrosas, es de frecuente debate entre los cinéfilos. Casi desde el principio del cinematógrafo, la traslación a un guión susceptible de ser filmado de historias escritas previamente para novelas o relatos, es algo habitual. Hoy día la cosa sigue igual: es muy difícil que una novela de éxito no conozca una versión en película, o por lo menos un proyecto en firme que intente rescatar las esencias literarias de una novela para convertirlas en imágenes. Esto lleva, como no podía ser de otra manera, a los lugares comunes de rigor, a las frases hechas: “el libro era mejor”, “ninguna buena película es tan buena como el libro que adaptan”, “es muy diferente escribir un guión partiendo de una novela que partiendo de cero”... y un largo etcétera. Algunos proclaman la separación, de una vez y para siempre, del cine respecto de la literatura, otros afirman la dependencia narrativa del cine respecto a una base literaria sólida. Lo cierto es que es un debate más que interesante.

Sería bueno desterrar la ingenuidad: la mayoría de películas que parten de una novela, se hacen realidad porque la novela ha sido un tremendo éxito de ventas, lo que por lo general indica una pobre calidad estética de esa novela. Salvo excepciones, que las hay, los best-sellers que copan librerías son productos de ínfima calidad literaria, escasa profundidad narrativa y conceptual, (pre)fabricados para ser adquiridos por una gran masa de lectores. No creo que esto sea demasiado discutible. Un poco distinto es el tema de los relatos, o novelas cortas, que al gozar de menor atención mediática, poseen muchas veces bastante más altura estética, y que también conocen no pocas adaptaciones al cine. Pero escasos son los títulos que se convierten en películas por un enamoramiento absoluto de un cineasta hacia un material literario, y numerosos los que se apuntan al carro de una moda, de un éxito fulgurante, para asegurarse un rendimiento en taquilla. Cine y literatura, dos artes tan distintos, condenados a entenderse debido a la búsqueda del éxito masivo.

El guión de cine, ese ente tan abstracto y siempre en fase de cambio, ha de ser escrito de tal modo que todo lo que en él se escriba sea susceptible de ser trasladado a la pantalla en imagen y sonido. No es literatura, aunque muchos se editan ya en formato libro. Pero no es igual partir de cero, con tus propias ideas, que partir de una historia con una forma ya establecida, muchas veces por encargo. Más que diferir en la forma de trabajar en un guión, que no difiere demasiado sea original o adaptado, en lo que se diferencia es en la complejidad de expresar un mundo propio más que reelaborar uno ajeno. Y hasta Billy Wilder, considerado uno de los más grandes guionistas de la historia, partía de un material literario preexistente para la mayoría de sus películas. Esto no le hacía un guionista menos original, o menos brillante. Lo interesante, siempre, es transformar ese material en algo profundamente cinematográfico. Y esto no puede hacerse con todas las novelas. De hecho, estoy por asegurar que las más grandes novelas requieren de un cineasta muy especial para convertirse en grandes películas, porque hay que destruir su forma literaria, preservando su espíritu original, y eso puede ser muy complejo.

Los sinuosos caminos de la adaptación

Cuando a inicios de los setenta la Paramount contrata a Francis Ford Coppola, por entonces un guionista consolidado y un director con una trayectoria bastante discreta hasta el momento, para coescribir con Mario Puzo la novela ‘El Padrino’, no sabe que seis meses después esa novela será todo un best-seller. Es decir, unos meses más tarde no le habrían dado el trabajo a Coppola, quien seguramente aceptó el encargo porque iba a hablar de temas que él, como italoamericano, conocía muy bien. Las dos continuaciones de esa película exprimían al máximo lo que quedaba de esa novela y, al mismo tiempo, se convertían en guiones originales. Es un caso único en la historia del cine. Diametralmente opuesto a este, es el de ‘El señor de los anillos’, que Jackson adapta a finales de los noventa para convertirla en una franquicia multimillonaria en la pasada década. Y son casos opuestos por dos razones principales: la calidad estética de la obra original, y los resultados de la película respecto al espíritu de la novela. Mientras que la novela de Puzo no pasa de correcta, en su prosa y en su estilo, en su técnica narrativa (aunque la historia que cuenta es muy interesante), la de Tolkien es absolutamente única en estilo, en técnica, en su forma. Y mientras Coppola crea un material plenamente cinematográfico, explotando al máximo el espíritu de la novela; Jackson termina convirtiendo la intrincada literatura de Tolkien en un cómic muy vistoso que sólo sostiene a ráfagas un mundo y un estado anímico muy concretos.

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Es decir, que no todas las novelas, por muy famosas que sean, son mejores que la película que las adapta al cine, ni todas las novelas, me temo, son susceptibles de ser llevadas al cine, o hay que ser un director muy especial. Sin embargo, si echamos un ojo a las películas más famosas de la historia del cine, o la gran mayoría de ellas, son adaptaciones de novelas o relatos. ‘Psicosis’ (‘Psycho’, 1960) o ‘De entre los muertos’ (‘Vertigo’, 1958), ambas de Hitchcock, parten de novelas de Robert Bloch y de la pareja formada por Pierre Boileau y Thomas Narcejac. ‘Centauros del desierto’ (‘The Searchers’, John Ford, 1956) era una novela de Alan Le May y ‘La diligencia’ (‘Stagecoach’, John Ford, 1939) un cuento corto de Ernest Haycox. Ni que decir tiene ‘Las uvas de la ira’ (‘The Grapes of Wrath’, 1940), sobre la extraordinaria novela de John Steinbeck. Igual sucede con el ‘Ben-Hur’ (íd, 1959) de William Wyler, con ‘2001: una odisea del espacio’ (‘2001: A Space Odyssey’, Kubrick, 1969), ‘Lo que el viento se llevó’ (‘Gone With The Wind’, Fleming, 1939), ‘El sueño eterno’ (‘The Big Sleep’, Hawks, 1946), ‘My Fair Lady’ (íd, Cukor, 1964), ‘Matar a un ruiseñor’ (‘To Kill a Mockingbird’, Mulligan, 1962), ‘Sed de mal’ (‘Touch of Evil’, Welles, 1958), ‘Doctor Zhivago’ (íd, Lean, 1965)...

El grueso de la obra de grandes cineastas como Martin Scorsese, Orson Welles, Eric Rohmer, Billy Wilder, John Ford, Alfred Hitchcock, Akira Kurosawa, Steven Spielberg, Luis Buñuel, Nicholas Ray, Fernando Meirelles, Roman Polanski, Ang Lee, Robert Rossen, y otros muchos, está basado en libros, relatos, obras de teatro, cómics o historias anteriores. ¿Tan dependiente es el cine de la literatura? No creo que sea ni bueno, ni malo, ni todo lo contrario. Pero, ¿no sería bueno que el cine se desligase de una vez de la literatura? No solamente por las adaptaciones, sino sobre por la forma de estructurar guiones y presentar personajes, por presentación, nudo y desenlace, por tramas y sub-tramas, por géneros y por estilos. Quiero pensar que el cine es más que una novela hecha imágenes, que posee autonomía propia como arte, o al menos debería tender a ello. Coger una novela maravillosa para hacer una película es lógico, pero es necesario también pervertirla un poco, acercarla al mundo del director y crear algo nuevo con ella…sin perder lo que la hace especial y única. Tarea titánica.

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