Una de las cuestiones que más dan que hablar a los cinéfilos y analistas es, sin lugar a dudas, ese concepto resbaladizo e inasible, muchas veces manipulado y manipulador, que el gran John Ford se negaba a acotar con esa vanidad a la que tantos se entregan, y que Sinatra admitió que era la verdadera razón de su fama y de su fortuna: el concepto siempre difícil del estilo.
La cuestión del estilo trae de cabeza a más de uno, mientras que para muchos es la verdadera razón de su cinefilia y el núcleo a partir del cual reflexionar acerca de la forma de arte que representa la puesta en escena cinematográfica. Ahora bien, y ahora profundizaré un poco en ello, creo que con esto de estilo muchas veces se pierde el norte.
Primero habría que responder a la inevitable pregunta, con las limitaciones personales de rigor: ¿qué es eso del estilo? Si por estilo entendemos las características de la mirada de un director, o la mera formalización visual y sonora de una historia, la respuesta podría ser infinita, y también muy reduccionista, pues todo se limitaría a hablar del aspecto más material del cine, y no de su esencia, que es lo que verdaderamente nos importa, creo yo. Es decir, creo que el problema suele estar entre diferenciar forma y contenido, cuando en el arte, la forma crea el contenido.
En el reciente 57º Festival de cine de San Sebastián pudimos ver, o más sufrir, la nueva película de Javier Rebollo. Después de lamentarme por haber visto una de las mayores bobadas que he visto en mi vida (y he visto muchas), Rebollo se alzó con la Concha de Plata al mejor director. Leí poco después a Carlos Heredero afirmar que la había ganado con todos los merecimientos. Y resulta curioso, y deprimente, que Heredero alabe con tanto ardor este vacuo ejercicio de estilo cuando hace años le leí también que en ‘Hero’ Yimou primaba el estilo en detrimento de la sustancia, por ejemplo.
Me explico: cuando digo que la forma crea el contenido, es tal cual, por eso nunca he entendido que se acuse a una película de ser “simplemente bella”, cuando ese debe ser su más grande objetivo, y bello es lo que contiene la armonía de la forma. Premiar el estilo facilón, burdo, pagado de sí mismo, de Rebollo, es precisamente encumbrar el estilo por el estilo, no como creación, sino como masturbación estética, en aras de un cine sin más objetivo que el de recrear ideas, no la vida misma.
En mi opinión, expresar ideas o sentimientos por medio del cine, es rebajar el cine, porque el arte está para expresar la vida misma, y pocas veces he visto, ya que nombrábamos a ‘Hero’, una secuencia de acontecimientos de amor y celos más vital y enérgica, más bella, que la que separa de muerte a los dos amantes vestidos de rojo. Eso me da la sensación de ser un pedazo de vida, tal cual. Formalmente muy estilizada, pero para contar algo.
Porque el estilo, en realidad, es lo de menos. No es más que una excusa sobre a la que tantos nos encanta hablar, cuyo fin último es que en la pantalla le ocurra algo a alguien, y que esto nos importe. Esto es lo más difícil de todo, y los grandes estilistas del mundo, léase Tarantino o Lynch, son quienes son, porque por mucho que digan sus detractores, bajo todo su estilo siempre están al servicio de una historia y unos personajes, eso que los puristas priman por encima de todo lo demás…
Realmente creo que el estilo, algo que como pueden comprobar nuestros lectores suele ocupar gran parte de mi trabajo en los estudios a directores en blogdecine, es algo insignificante cuando a los directores les importa más demostrar lo geniales que son sus ideas (como al aberrante Rebollo, enamorado de sí mismo hasta las cachas…) que expresar lo terrible que es la vida. Ahí está la clave que convierte en artistas inmortales a esos estilistas que se niegan a contar historias como todos los demás y que a menudo son tachados de elitistas por la mayoría.
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