La recaudación de los cines españoles está atravesando posiblemente por el peor momento de su historia, ya que la decadencia del número de espectadores que se acercan a sus cines más cercanos cada vez se acentúa más. Se salvan por éxitos puntuales, e incluso éstos están, con contadas excepciones —aún está cercano el caso de ‘Lo imposible’ (Juan Antonio Bayona, 2012), segunda película más taquillera de la historia en nuestro país— muy lejos de igualar las cifras que se conseguían hace no tanto. No son pocos los factores que han provocado esta situación, pero parece que la idea de bajar el precio de las entradas es algo que no se baraja.
Son muchos los cines que han cerrado tras la abusiva decisión del Gobierno de Mariano Rajoy de elevar el llamado IVA cultural del 8% al 21%. En un contexto de crisis económica, esa decisión ha acabado resultando contraproducente, ya que, como muchos dicen, el 21% de cero sigue siendo cero. El problema es que esa idea no termina de llegar a los encargados de fijar el precio de las entradas, donde el notable auge de precios acumulado en los últimos años siempre ha sido la estrategia para luchar contra la pérdida de espectadores, pero llega un punto en el que este plan pierde toda efectividad. Varios amigos míos iban antes con asiduidad al cine y en los últimos tiempos sólo pasan por taquilla ocasionalmente, y mucho me temo que esta es una tendencia generalizada.
En los últimos días han surgido fuertes rumores señalando a una posible rectificación gubernamental en lo referente al IVA, una decisión comprensible, ya que el dinero ingresado en ese concepto está en caída libre. Valga por referencia de hasta qué punto está cayendo el hecho de que el fin de semana del 3 al 5 de mayo apenas 564.000 personas pasaron por taquilla cuando en el equivalente del año anterior las cifras ascendía a 1.175.000 espectadores. La caída es menos acusada en otros casos, pero poco antes se batía un récord particularmente triste: El fin de semana del 19 al 21 de abril fue el peor de la historia con la salvedad de algunos casos en los que la competencia del fútbol dejaba claro que los datos iban a ser muy pobres, y aún y con esas el número de espectadores fue mayor, aunque a veces los ingresos fuesen menores.
Uno de los grandes recursos para contrarrestar las quejas contra el —según muchos— excesivo precio de las entradas de cine es que ni por asomo lo es si lo comparamos con el precio de tomarse una bebida alcohólica en algún local de moda. Es justo reconocer que haciendo esa comparativa el ir al cine es bastante asequible, pero el problema es que justificar algo echando mano de una estafa no me parece un argumento demasiado afortunado. Además, no somos pocos los que pasamos de dejarnos timar por tomarnos un lingotazo, por lo que esa excusa ya pierde todo sentido. Además, cada uno gasta su dinero en lo que le da la gana y la idea generalizada es que el cine es caro, algo a lo que no ayuda la constante subida de precios. De hecho, hay gente que ya directamente prefiere comprarse la película a ciegas en blu-ray que pasar por taquilla.
Lo cierto es que uno puede encontrar promociones para ir al cine a un precio menor al oficial prácticamente a diario, pero no es algo que se promocione demasiado más allá de las tarjetas de socio de determinadas cadenas. Sin embargo, las iniciativas que realmente funcionan son cosas como la Fiesta del cine, donde los cines se llenaban a cambio de pagar mucho menos de lo habitual. Otros casos como el 2x1 que ofrece A contracorriente films con cinco de sus estrenos también resultan loables, pero no es suficiente, ya que lo puntual tiene que convertirse en algo estructural, con los precios descendiendo y unir esto a una fuerte campaña promocional para que el público lo asimile.
Eso sí, es imperativo recuperar la sensación de que ir al cine es algo casi mágico, algo que hace años se ha echado a perder con la proliferación de multisalas en los que ver una película se ha convertido en una especie de añadido más al ir a un centro comercial a hacer unas compras. La rutina y la idea de que ir al cine es caro —que lo es, y más en un país con sueldos claramente a la baja con la excusa de volvernos así más competitivos— ha de desterrarse y estoy convencido de que una de las mejores formas de hacerlo es copiar los bonos mensuales que ya hay en otros países, los cuales te permiten ir a ver todo lo que querías pagando una cantidad reducida cada mes. Recuerdo tentativas similares en España años atrás, pero a precios demasiado altos como para que realmente pudiera cuajar.
Está claro que no hay una receta mágica para volver a llevar a la gente al cine, y menos en un contexto en el que muchas películas llegan con meses o años de retraso, otras jamás llegan a estrenarse o lo hacen en apenas un puñado de cines de toda España y la abrumadora presencia de cintas formularias que sólo sirven para crear mayor desinterés en el espectador. Y eso por no hablar del eterno problema de la versión original, ya que no pocos cinéfilos sólo tienen acceso a las películas dobladas y se niegan a pasar por caja para verlas así. Es evidente que el auge de las descargas alegales y la facilidad para conseguir cualquier película por esos medios no hace ningún favor a las salas de cine, pero lo que hay que hacer es competir, y en España aún queda mucho recorrido por esa vía.
No faltarán los que echen mano de ejemplos puntuales para justificar que a la gente no le importe pagar los precios actuales, pero la realidad es la que es y yo no quiero que el debate sea si estamos condenados a recurrir a Internet para ver películas, sino la forma en la que se puede reconducir la situación para que ir al cine vuelva a ser un ritual que todo cinéfilo que se precie quiere llevar a cabo con la mayor asiduidad posible. Ir al cine era algo fascinante en sí mismo y ahora casi parece un mero trámite en el que la calidad de imagen puede ser peor que un simple dvdrip y el sonido estar a años luz de lo que un buen home cinema puede ofrecernos —y mejor no hablar demasiado del terrorismo cinematográfico realizado en no pocas ediciones españolas en dvd—. Algo hay que cambiar y el precio de las entradas es un muy buen punto de partida, ¿o no?
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