Porque yo lo llevo intentando un buen rato y no lo consigo. Quizá por eso es que he empezado a hacerme preguntas, cómo si será posible también evitar la nausea, el asco, la sensación de ridículo, de vacío.
Realmente estoy impresionada con esta historia, escrita por Rafael Azcona, que me ha dejado la mente todavía más revuelta que el estómago.
Sin necesidad de soltar discursos, de hablar de nada, de intentar convencer a nadie, sus personajes entregados a los manjares exquisitos, al sexo desenfrenado, a la comedía absurda que representan, ponen en evidencia una sociedad como la nuestra, en la que ahora todavía más que entonces, nos revelamos como auténticos dependientes a cualquier cosa que nos genere un mínimo de placer, placer hueco por supuesto.
Y como buenos dependientes, nos mostramos crueles, indiferentes, sordos a las necesidades del otro, porque no podemos ver más allá de las que creemos propias, que en realidad ni siquiera pueden considerarse necesidades.
Que amargo sabor de boca deja este film de Marco Ferreri, que necesidad provoca de escupir, al menos palabras, para tapar esta sensación terrible de tener la cabeza llena de paja.