Existen numerosos directores de fotografía de grandísimo talento en la actualidad. Tanto en Europa, como en América o Asia y África. Curtidos y hasta ancianos, pero también muy jóvenes. En el fascinante y compulsivo mundo de la fotografía cinematográfica hay muchísimos nombres que están por eclosionar, y grandes maestros que pueden que no hayan dicho su última palabra. Aunque el título de este artículo lo desmienta, es muy difícil quedarse con uno y elegirlo como el más grande. Admiro hasta la extenuación a grandes tipos (todos ellos vivos, que de eso estamos hablando) de la vieja escuela como Robert Richardson, Roger Deakins o Michael Ballhaus. Otros más modernos y más versátiles de la brillantez de Darius Khondji o Janusz Kaminsky. Verdaderos genios innovadores como Christopher Doyle o Gordon Willis. Poetas de la imagen como Eduardo Serra o Robert Elswit. Gente joven que viene pegando fuerte, como Matthew Libatique o Rodrigo Prieto. Pero creo que Emmanuel Lubezki es el operador que más ha logrado a menos edad y que con mayor tesón ha presionado los límites de su destreza para ir mucho más allá.
Le apodan 'El Chivo' y nació en México de una familia judía en 1964. Menos de veinte años más tarde ya hacía cortos como director de fotografía y sabía que lo suyo era el cine para el resto de su vida. No ha cumplido cincuenta años (en el cine eso es ser todavía un chaval) y ya representa para muchos futuros operadores (y para algunos consagrados que observan con detenimiento y pasmo cada uno de sus nuevos trabajos) un maestro inigualable, capaz de aunar un conocimiento de la técnica cada día mayor (explorando con nuevas cámaras, metamorfoseando su estilo y sus gustos, llevando a cabo hazañas visuales que otros muy dotados sólo pueden soñar) con una perspicacia quizás única a la hora de entender y afrontar cada uno de los nuevos proyectos a los que se enfrenta, y a los que dota de una elegancia y una profundidad lumínica que muchas veces se pasa por alto a la hora de ver la película (pues rara vez resulta exhibicionista o autocomplaciente, por no decir nunca) pero que siempre está ahí en pequeños detalles que sólo un avezado cinéfilo puede identificar: elecciones del punto de vista, de la fluidez del uso de la cámara, de los reflejos más dispares en cualquier superficie imaginable. Trallazos de genio que enriquecen muchísimo la experiencia visual de sus películas.
También es verdad que Lubezki ha tenido la suerte de trabajar (y de repetir) al lado de dos de los directores con más sentido visual de la historia del cine: el mexicano Alfonso Cuarón y el norteamericano Terrence Malick. Con su amigo Cuarón ya va a filmar la sexta película, y con Malick probablemente la cuarta. Con ellos ha dado lo mejor de sí mismo, que es bastante más de lo que puedo explicar aquí. Pero no solamente con ellos. Desde su triunfal iluminación de la entrañable 'Como agua para chocolate' (Alfonso Arau, 1992), con tan solo 28 años, ha sabido responder a la exigencia de una industria feroz. Hizo la fotografía de 'Bocados de realidad' ('Reality Bites', Ben Stiller, 1994) y en 1995 se mudó definitivamente a Estados Unidos. Volvió al seno de Cuarón con la imagen de 'La princesita' ('A Little Princess', 1995) y 'Grandes esperanzas' ('Great Expectations', 1998, creciendo muchísimo como cineasta, y coronó esa década de sueños con la fotografía soberbia de 'Sleepy Hollow' (íd, Tim Burton, 1999), en la que reducía a cenizas el tan vitoreado "estilo Burton" y hacía de él algo que otros no pudieron: una obra de artesanía en la que cada plano general, cada detalle de luz, aportaba algo a la narración. La atmósfera de esa película es algo mágico sin querer serlo, sobrenatural sin delirios visuales. Una gozada para los sentidos. Casi puede sentirse la niebla.
Sin scope, con soluciones cinematográfica que nos retrotraen al cine primigenio (y buena culpa tiene de ello la obra de arte de Coppola 'Bram Stoker's Dracula') Lubezki conquistaba una de sus obras mayores. Pero aún habría de superarse, que es lo más impresionante de todo. Y lo haría dos años después con una joya que, en mi opinión, no ha sido valorada como se merece: la vitalista, luminosa y melancólica 'Y tu mamá también' (Alfonso Cuarón, 2001), con la que revolucionaba el uso expresivo de la cámara a la hora de acercarse a la realidad viva. Sin el menor énfasis fotográfico, otorgaba todo el protagonismo a la capacidad visual de Cuarón de convertir el cine en testigo primordial de la vida moderna. Y aunque su estilo era lo más parecido al despojamiento absoluto, a lo acerado y casi descarnado como forma de narración, conseguía planos hermosísimos como el muchacho afligido por los celos infantiles en la piscina cubierta de las hojas de otoño, o grandes angulares en los que la carretera devenía arteria emocional de las oscuridades y los anhelos en la fugacidad de la vida. Y aún habría de superarse.
Tras siete años de nuevo retiro voluntario, el genio de Terrence Malick llamó a un nuevo fotógrafo de gran talento (ya había exprimido la visión y el enorme ingenio de Néstor Almendros y John Toll, casi nada) y el elegido fue Cuarón, para ese acercamiento lírico, inimaginable, a la figura de Pocahontas en 'El nuevo mundo' ('The New World', 2005). Tres normas se marcaron ambos: todos los planos serían susceptibles de resultar subjetivos, todos los planos serían con la cámara en la mano, y toda luz sería de origen natural. Lubezki se metió en el desafío con todo lo que tenía y salió victorioso, más allá del agotamiento creativo absoluto y los muchos problemas de producción: dirigió planos de segunda unidad, se inventó sedas especiales para que reflectaran más la luz, logró iluminar imágenes con nada más que un hilo de luz solar... Dolores de cabeza que se saldaron con una gran hazaña estética, una obra de arte que convierte al cine en una experiencia desoladora, íntima, misteriosa y definitiva.
Aupado, por méritos propios, entre los operadores más interesantes del panorama norteamericano, ninguno se acercó a una creación tan dionisíaca como aquella y ninguno pudo llevar a la pantalla tanto buen gusto. Y al año siguiente, en el proyecto más ambicioso y complejo de Cuarón, maravilló al mundo entero con un trabajo que sólo se puede calificar de colosal. Tanto en la técnica de cámara e iluminación como en los aspectos meramente artísticos de la misma, convirtiendo a Londres en un sumidero de desesperación pero sin caer en el morbo fácil y en el impacto audiovisual zafio. La imagen de 'Hijos de los hombres' ('Children of Men', 2006) devolvía a la sci-fi al lugar preferente que nunca debe abandonar: el del documento-ficción, la metáfora de un mundo que se derrumba pero en el que todavía hay cabida para la belleza, y el dinamismo de una luz vibrante y psicológica, capturada con una imaginación que hace añicos las convenciones de género, y que se adentra en la ruina humana con lirismo y dignidad. En las futuras generaciones, va a ser imposible que un director y un operador no tengan en cuenta a este trabajo como referencia inexcusable, aunque sólo sea para hacer lo opuesto.
Pero tampoco quiero dejar de comentar otro gran trabajo como es 'Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket' ('Lemony Snicket's A Series of Unfortunate Events', Brad Silberling, 2004) que llevaba más allá el estilo abracadabrante de Tim Burton para convertirlo en algo mucho más profundo y psicológico, basado en nieblas, saturaciones, y un contenido tono teatral que le otorgaba ese aire tan misterioso y arcaico, casi de libro de ilustraciones cruel. Otras aportaciones, como la de 'Quemar después de leer' ('Burn After Reading', hermanos Coen, 2008) o 'Ali' (íd, Michael Mann, 2001) son mucho más prosaicas, pero siempre poseen el distintivo de la extrema artesanía y profesionalidad de un operador que ya es una leyenda y que, da la impresión, puede seguir sorprendiendo y maravillando a los que nos fijamos muchísimo en la fotografía como complemento del sonido. Por primera vez, Malick ha repetido con un director de fotografía (parece que seguirá repitiendo con él en varios proyectos) y le ha llamado para el complejo rodaje y postproducción de una de las películas más esperadas del año, 'The Tree of Life', que se estrena en pocos días. Por los numerosos comentarios que se están vertiendo en torno a ella (y los muchos que quedan por venir) parece que la imagen vuelve a ser algo digno de mención.
Pronto la comentaremos, cuando asistamos al estreno, y esperemos que no tarde mucho más en llegar la primera experiencia en 3D de Cuarón y Lubezki, la muy anticipada y retrasada 'Gravity', que invita al optimismo de un nuevo gran sci-fi, sumado a la incertidumbre, siempre lógica, de un proyecto en tres dimensiones. El protagonismo del cada vez más sugerente George Clooney y de Sandra Bullock, así como el supuesto minimalismo de una historia tan enigmática, prometen mucho. Ya veremos. no creo que deje indiferente a nadie el futuro profesional de un artista como Lubezki
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