Érase una vez en la escuela de cine (la oficial no, la otra) en la que cursé estudios durante dos años (y dos años muy fecundos e interesantes, la verdad), en una clase de dirección de actores a la que acudió una estudiante de guión que estaba interesada en algo más que en escribir guiones, no recuerdo ahora muy bien por qué, y tampoco importa, salió el tema de la fidelidad a los guiones.
La cosa fue más o menos así: el profe, que era un cachondo, bromeaba sobre lo sensibles que son los guionistas respecto a su trabajo, y ella se indignó y afirmó que no toleraba que ningún director le tocara una coma. Se inició así un interesante debate que duró unos minutos en torno a la necesidad, o no, de ser fieles al material original. Tengo historias de este tipo para dar y tomar, no sólo situadas en las escuelas de cine en las que estudié, sino fuera de ellas. Pero una cosa tengo clara: ella no tenía razón.
El orgullo del escritor
Decía Billy Wilder que dirigir era un placer y escribir un rollo. Él se convirtió en director para que no destrozasen sus guiones, o eso afirmaba. No creo que Hawks, Leisen o Lubitsch destrozasen nada, pero bueno. Guillermo Arriaga, por su parte, asegura que el guionista de la película es tan creador como el director, y en cierta forma más que él, porque crea en soledad. También hubo cierta controversia, entre miles, no recuerdo por qué, que llevó a John Carpenter a dar un golpe de autoridad en una entrevista al grito de: “el cine es del director”.
El tema es antiguo y complejo, y no se va a llegar a un consenso jamás. Ni falta que hace. Yo, como da la casualidad de que escribo en este blog (aunque a muchos no les guste, como si me importara), creo que debo aportar mi granito de arena al asunto, y así dar la oportunidad a los lectores de que dejen también aquí sus ideas y reflexiones. Ya dije en cierta ocasión que me parece crucial que el director sea el autor del guión, y cuando no lo es me parece imprescindible que al menos participe en él. Hoy digo algo más.
Los guionistas que creen que su texto es un texto sagrado, que el director debería respetar hasta en su última coma, mejor harían en dedicarse a la literatura, o al teatro, sin más. Porque en cine el guión no es más que una herramienta de trabajo susceptible de millones de cambios, y lo que en una habitación, leído entre dos expertos dialoguistas, suena como un diálogo sublime, luego en rodaje, dicho por los actores, en la localización o el decorado, queda forzado o absurdo, y ha de cambiarse. Y muchas veces el guionista no está allí, percatándose de lo imposibles que resultan sus brillantes diálogos, sino luego en el estreno, protestando por la supuesta falta de respeto a su trabajo.
Y no sólo en los diálogos, por supuesto, sino en cualquier elemento material del guión, ya sean los personajes, la estructura, los ambientes. De hecho, el mejor guión es que el susceptible de esos cambios, no el que presenta un armazón cerrado sin oportunidad para reescribirlo. El más interesante será siempre el que de la oportunidad a un rango muy distinto de directores de ponerlo en imágenes, siempre que nos encontremos en esa desagradable situación en la que el guionista no es más que una puta y el productor su chulo, poco más o menos.
No me quiero ni imaginar, aunque me lo imagino, aquellas oficinas de los grandes estudios en las que cientos de guionistas asalariados entregaban sus tres páginas diarias. Personalmente, creo que no se puede tener menos dignidad profesional que esa, pero ellos aceptaban y luego protestaban. No le tengo mucho aprecio a los guionistas como profesionales. Ellos deberían dirigir sus guiones, y no venderlos a otros. Así podrían comprobar que dirigir no es tan sencillo.
Un guionista que no dirige sus propios guiones merece lo que hagan con ellos, y si es buen guionista, lo que deben hacer, si quieren mantener el espíritu original es (paradójicamente) fusilar a base de bien ese guión. Y si quiere dejar de ser una puta, que coja una cámara y aprenda de objetivos y de actores, y que se deje de lloriquear.