Metidos en faena con Spielberg (al que como el habitual a Blogdecine sabrá, le estamos dedicando un especial), surge de nuevo el viejo tema, propiciado por los comentarios reiterados de muchos lectores, en relación sobre todo a la flojísima, pero rentabilísima, ‘Parque Jurásico’: que si el cine puede o no que sea un arte, pero desde luego “tiene” que ser entretenimiento, que si el cine es para el público y no para los entendidos, que si tal y que si cual.
Dado que todo el mundo tiene ganas de hablar de ello, voy yo también a sumarme al debate. Así quizá lleguemos a alguna conclusión. No creo que sea una conclusión común, porque no olvidemos que estamos en España y aquí no nos ponemos de acuerdo ni en qué día de la semana estamos, pero quién sabe. Los milagros ocurren. Eso sí, debo decir, antes que nada, que para mí de ninguna de las maneras el cine es un arte. Estoy absolutamente convencido de ello. Y si me equivoco, creo que como arte es el menos valioso.
De cuando en cuando suelo leer algún comentario o escuchar un razonamiento que viene a decir que el cine más artístico debería estar en los museos, y no en las salas de cine, o alguna reflexión parecida. Recuerdo la última vez que acudí al Museo del Prado, creo que con motivo de su última ampliación. Estaba a rebosar. Miles de personas habían ido gracias a la campaña de promoción del museo. Y recuerdo bien cómo, durante un rato, en lugar de observar cuadros, decidí observar a los visitantes. La gente formaba largas filas irregulares, y viajaba de sala en sala, oteando un cuadro cada pocos segundos y pasando al siguiente. Quizás algunos se arremolinaban en torno a una obra. El promedio de tiempo era de dos minutos frente al lienzo, el grupo se deshacía y los visitantes pasaban al siguiente.
Esa gente ¿en serio iba a ver cuadros? Yo creo que no. Sí, claro, luego dirían que fueron al Museo del Prado, que vieron mucho Arte, puede que nombraran a algún pintor, a alguna obra en concreto. Pero puedo asegurar sin temor a equivocarme que la gran mayoría fue allí como el que da un paseo por el parque. Eso sí: un parque lleno de cuadros. Pero no basta con mirar para alcanzar a ver. Y creo que la mayor parte de los espectadores mira a las películas, y tampoco ve nada, aunque sus características les obligan a “detenerse” más de dos minutos delante. Concretamente una media de dos horas. Son esos mismos espectadores, en muchos casos, los que luego “exigen” que el cine les entretenga.
¿Qué quiero decir con todo esto? Eso de exigir que el cine entretenga, divierta, es lo mismo que cuando algunos lectores de Blogdecine nos advierten (a mí me ha ocurrido hace poco) que no debemos llevar la contraria a sus gustos, porque estamos aquí gracias a ellos. Es algo así como una amenaza: si no me diviertes, si no me das la razón en cuanto a mis gustos, si cuestionas mi comodidad, entonces me aseguraré de que no vuelvas a trabajar, te despreciaré, desearé que desaparezcas o que como mucho te recluyan en un museo, para que visitantes perezosos te miren dos minutos, como mucho, y luego se olviden de tí para siempre.
Y si el cine no es un arte, es por la sencilla razón de que muchos cineastas, de una cobardía y una mezquindad indescriptibles, hacen exactamente lo que esos espectadores tan simpáticos antes mencionados esperan de ellos, lo que saben que deben hacer para “no quedarse sin trabajo”. Por supuesto que el cine no es un arte, cuando el 99% del mismo, muchas veces premiado y aún más veces exitoso, es un producto que merece verse, exactamente, no más de dos minutos. ¿Qué podemos esperar entonces? El cine es un asunto muy caro, cada vez más, y aunque las nuevas tecnologías permiten hacer pensar en una falsa democratización de su ejercicio, su distribución, su exhibición, es siempre ardua. Y lo es más aún, todavía, cuando el escaso cine hecho por un director de verdad (uno capaz de hacer el cine que él quiere y necesita hacer, y no el que los demás le dictan), tiene como observadores a aquellos que esperan una evasión de su gris vida. A fin de cuentas, un ciego no puede describir el arco iris.
Yo no tengo nada en contra de que exista un cine comercial, palomitero, dedicado a divertir y hacer evadirse al personal. Tampoco tengo nada en contra de que los que aceptan el cine tradicional, narrativo, impersonal, efectivo, explicativo, lineal, el de siempre, vamos, como el único válido, y que atacan el arriesgado, el diferente, el “artístico”, como algo aburrido y sin interés. Ahora bien, da la casualidad de que el primero es el que da de comer (en algunos casos, muy bien), el que es distribuido con facilidad, el que cuenta con más títulos. En definitiva, es el que aplasta y vence por paliza al otro. Y claro, cuando algunos proclamamos que el cine de autor, el más anticomercial, es el único válido, el que quizá podría llegar a ser un arte, los pobres consumidores, fagocitadores, del cine comercial, se sienten indignados, y responden con ferocidad: “nos ofende que exista un cine que cuestione nuestros bien armados principios estéticos”. Pobres…les compadezco.
Además, esto parece un diálogo de sordos: algunos decimos que el cine comercial no es un arte, lo cual es obvio, y otros dicen que el cine existe para divertir y entretener, con lo cual no es arte. ¡Si estamos todos de acuerdo, en realidad! Yo creo que el único cine que perdurará será el que interese a generaciones futuras, no el que divierta a las actuales o a las más jóvenes. Precisamente ese cine que, como ‘Las variaciones Goldberg’, como ‘Las meninas’, como las ilustraciones de Frank Frazetta, no tienen como objetivo divertir, sino simplemente la belleza. Como ‘Shoah’, de Claude Lanzmann (el señor de la foto, por si no lo sabían), una obra monumental de nueve horas de duración, que habla de la verdad, desde la verdad, y para la verdad. Eso sí, entretener, lo que se dice entretener…poquito.
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