Desde el estreno, en diciembre de 2009, de ‘Avatar’ (íd, James Cameron) el debate está servido, y no parece que se vaya a aclarar la cosa: ¿es realmente el 3D el futuro del cine? Para muchos está muy claro, la respuesta es un rotundo no. Para otros, quizá más románticos, quizá convencidos de que nos encontramos ante una revolución similar a la aparición del color o el cinemascope (aunque mucho más lenta), la cosa no está tan clara, pues queramos o no este sistema de visualización se va a ir implantando de manera irreversible tanto en pantallas comerciales como en los sistemas de reproducción caseros. En realidad, hay que dar la razón a los que afirman que, hasta ahora, el 3D no es más que un reclamo comercial para asegurarse una taquilla en tiempos de crisis. ¿Habrá algún artista cinematográfico capaz de extraer todo el potencial de una forma de expresión que parece todavía en pañales? Es toda una incógnita.
Sin embargo, este año, nada menos que tres grandes nombres de la industria norteamericana se han lanzado con sus primeras producciones en 3D, que estrenarán en pocos meses: Francis Ford Coppola, Steven Spielberg y Martin Scorsese. Al mismo tiempo, Peter Jackson está filmando su díptico de ‘El Hobbit’, cuya primera parte se verá el año que viene, también en este formato (y a más del doble de velocidad de frames por segundo), y se anuncian treinta producciones más en 3D para 2012, como la nueva película del superhéroe Spider-Man dirigida por Marc Webb, la reposición de ‘Titanic’ (James Cameron, 1997), o la moderna trilogía de ‘Star Wars’ (George Lucas, 1999-2002-2005), entre otras. Está claro que en la industria norteamericana quieren seguir apostando por el 3D como reclamo último para que el respetable acuda a las salas, ahora que las ventas del DVD han caído en picado (ya sea por la piratería o por otras cuestiones). Hasta los que decían que nunca lo usarían empiezan a afirmar que es una posibilidad de desarrollo técnico y narrativo. Supongo que si los tres gigantes nombrados no consiguen hacer nada interesante con el 3D podemos dar por finiquitado el debate.
Hay varias cuestiones incontestables encima de la mesa. Primero: para que se implante este sistema en las salas se requiere de una enorme inversión a corto plazo y de ganancias a largo plazo. Segundo: gran parte del supuesto 3D que intentan vendernos no es tal, sino un remedo llevado a cabo en postproducción, y se nota mucho. Y tercero: hasta ahora ninguna película, ni siquiera ‘Avatar’, necesitaba realmente del 3D para existir o para ser mejor o peor película. Lo bueno es que el público cada vez es más consciente de estas cuestiones, así como de la técnica 3D, y enseguida identifica qué proyectos son dignos de una razonable consideración, y qué otros, como el último Harry Potter, no merecen la pena de un poco más de dinero por la entrada. Hoy se estrena ‘Conan, el bárbaro’ en otro 3D hecho en postproducción, y el año pasado Tim Burton no convenció a nadie con su chapucera conversión para el ya aburrido ‘Alicia en el país de las maravillas’ (‘Alice in Wonderland’, 2010). Cada vez somos más exigentes con toda la tecnología que intentan vendernos y eso es algo muy positivo. Si quieren que paguemos una entrada más cara, al menos que sea algo digno de verse.
El proyecto de Scorsese es el que, personalmente, más me ha sorprendido. Por varias razones. Viendo su tráiler, sorprende este nuevo cambio de registro de un cineasta que nunca antes había indagado en el territorio de los relatos infantiles (por muy interesante u oscura que pueda ser su historia, basada en la exitosa novela homónima de Brian Selznick). Pero es su rodaje en verdadero 3D, del que ahora Scorsese no deja de afirmar sus enormes posibilidades cuando nadie lo hubiera creído de él, el que más está dando que hablar, pues este eminente cineasta puede darle una pátina de prestigio al formato que muchos otros no pueden. Quizás él, narrador superdotado, sea el que consiga darle al 3D un sentido narrativo del que hasta ahora carece. Ya lo veremos. Su amigo Francis Ford Coppola también se lanza al 3D con su sorprendente proyecto ‘Twixt’, del que el gran cineasta dice que se trata de un 3D mucho más intuitivo, mucho mejor incrustado en la historia que pretende contar. Una vez más, ya veremos si lo ha conseguido.
Pero probablemente el proyecto más esperado (sobre todo, dado el tiempo que les ha llevado terminarla, más que por el mítico personaje central) es el de Steven Spielberg, que por fin se pasa al 3D con ‘Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio’ (‘The Adventures of Tintin’, 2011), que en princinpio es la primera de una trilogía (supuestamente, a la espera de su buen funcionamiento en taquilla…), quien además de con cámaras 3D ha filmado su película en animación, con una técnica muy parecida a la de la última película de James Cameron, pues fue al rodaje y se quedó maravillado por su tecnología. Dice Cameron que la tecnología 3D sobre todo tiene que emplearse en películas más de autor sin grandes espectáculos, como la próxima de Scorsese, pero qué duda cabe que muchos esperan en la nueva de Spielberg la confirmación de que el 3D puede (o no) funcionar realmente como la salvación del cine en 3D proyectado en la gran pantalla. Más que su éxito comercial, que probablemente lo tendrá, queremos tener la percepción de que el 3D va progresando adecuadamente. A fin de cuentas, no llevamos tres años con él, sino varias décadas a vueltas con sus posibilidades.
Sin embargo, sí que es cierto que todo el 3D que vemos, sin entrar en lo tecnológico, es bastante tosco. Básicamente se trata de una profundidad de campo, con primeros términos muy obvios, con movimientos de cámara que aplanan la imagen, y con lo más espectacular siempre realzado en la tercera dimensión, como si esa fuera su razón de ser. Faltaría, bajo mi punto de vista, una película que sin el 3D no se entendiera o fuera diferente a un nivel dramático y emocional. ¿Acaso no se elige una planificación y no otra para describir un punto de vista y un estado de ánimo? El sentido visual de un realizador tiene que demostrarse también con él, zambulléndonos en la historia de forma sensorial, y no haciendo gala de la impostura que representa su uso como mero reclamo comercial. Yo aún creo que el 3D tiene grandes posibilidades, aunque también creo, como dije hace poco, que el cine es tridimensional en nuestra mente, pues nunca lo sentimos como un ancho y un largo, sobre todo como una imagen hacia el fondo (de sí misma y de nuestros sentidos), algo a lo que se han dedicado siempre los más grandes realizadores. Quizás aún haya que esperar bastante para que una película sólo pueda verse en 3D y con ello pueda erigirse en una obra de arte. Será cuestión de tener paciencia.