Bueno, quizás no. Quizás haya algún Bond más infravalorado que los de Moore ('007 al servicio secreto de Su Majestad': no te vas a encontrar un Bond del que se echen injustamente tantas pestes), y quizás haya películas de 007 protagonizadas por Moore que sean auténticos pestiños, como veremos a continuación. Pero su aportación a la franquicia no es nada desdeñable.
Para empezar, Roger Moore es, posiblemente, el Bond con una ristra de villanos más potente de toda la franquicia. De acuerdo: Goldfinger, el Doctor No, Blofeld... todos tremendamente icónicos y, en su mayor parte, pertenecientes a la etapa Connery. Pero ojo a la ralea de sádicos megalómanos de Moore: Scaramanga, Tiburón o el Barón Samedi quizás no sean los más distinguidos, pero sí los más caricaturescos y demenciales.
Porque eso también se lo podemos achacar a Bond: convirtió la franquicia en una fiesta. Forzó la autoparodia (también en el tema sentimental, convirtiéndolo en un mujeriego que protagonizaba secuencias dignas de 'Matrimoniadas') y la espectacularidad, protagonizando todo tipo de stunts (¡paracaídas! ¡persecuciones en lancha! ¡viajes al espacio exterior!). Resultado: los fans fatales de Bond acabaron despreciando su 007 dicharachero.
Es por eso que a Bond le ha costado sacudirse la imagen de Roger Moore, hasta el punto que hubo que apretar las tuercas de lo agrio y malhumorado de Daniel Craig para desembarazarse del estilo Moore, tan pegajoso que no pudieron hacer que se disipara del todo los mucho más serios Timothy Dalton y Pierce Brosnan. Así que repasemos juntos esta verbena de agentes secretos, pezones triples y prótesis dentales mortíferas
Ah, y los temazos. Vaya temazos tienen los Bond de Roger Moore.
Vive y deja morir (1973)
Una película enmarcada en una etapa en la que las aventuras de Bond eran inclasificables, como sucede con la inmediatamente anterior, 'Diamantes para la eternidad' -con Connery-. En este caso, Bond se veía sumergido en una demencial blaxploitation con vudú, increíbles persecuciones en lancha y un secundario literalmente único en la serie, el sheriff Pepper, que parecía salido de una serie de acción redneck tipo 'El sheriff chiflado'.
Todo en 'Vive y deja morir', desde el ambiente pantanoso al villano Barón Samedi (Geoffrey Holder) son un disparate, pero Moore demostró que encajaba perfectamente en este ambiente de insania. ¿Cómo? Autoironía y mucho arquear la ceja, como no creyéndose nada de lo que estaba pasando.
El hombre de la pistola de oro (1974)
El carisma que disfruta esta película de Moore se debe a su extraordinario villano, Francisco Scaramanga, interpretado por un Christopher Lee que pone a disposición de la aventura sus mejores tics de Drácula en una época en la que, por cierto, su interpretación del vampiro para la productora Hammer no paraba de encadenar divertidísimos disparates. Y acompañado del mejor secuaz posible, el Nick Nack de Hervé Villechaize
Aquí tenemos duelos al amanecer, kung fu, un villano con tres pezones y un tono dubitativo que no termina de decidirse entre la aventura y la farsa. Quizás sea eso lo que peor ha envejecido de una aventura Bond, por lo demás, muy defendible.
La espía que me amó (1977)
En esta ocasión Bond da un giro hacia la aventura desenfrenada y deja atrás definitivamente a Connery (del que había mucho, quizás demasiado, en 'El hombre de la pistola de oro'), en una película llena de gadgets, persecuciones (empezando con el absolutamente magistral tiroteo en la nieve), vehículos absurdos y la presencia de Tiburón no como malo malísimo, pero sí como matón casi invencible.
El delirante argumento incluye a un villano que quiere crear una civilización submarina, y Moore comienza a adquirir esos tics gloriosos en los que no interpreta a Bond, sino a alguien que está interpretando a Bond. La franquicia tardaría décadas en superar esos tics.
Moonraker (1979)
La mezcla de la flamante fiebre 'Star Wars' y la franquicia Bond solo podía dar pie a una película demencial y absurda, con un villano más megalomaníaco que nunca (quiere manipular el clima para crear una raza perfecta), el regreso de Tiburón (¡como colega de Bond!) y un montón de naves espaciales y ambientación astronáutica.
Es una película que se le queda grande al propio personaje, entre pasillos y cámaras de entrenamiento para cosmonautas, pero Moore borda aquí un estilo para el personaje que se basa en asumir que estas misiones son demasiado para él, que ya tiene una edad, y se deja llevar. No hay plan: Bond simplemente confía en su suerte y en su jeta y ya se irá viendo qué hacemos. Cien por cien Roger Moore.
Solo para sus ojos (1981)
Un regreso a un Bond más clásico, dejando de lado toda la parafernalia galáctica de 'Moonraker' y sosegando hasta las intenciones del villano, relacionadas con esos viejos y típicos códigos de lanzamiento de misiles. El resultado es una aventura mediana y sin demasiado que destacar: Moore no se sentía cómodo en un estilo en el que ya había brillado Connery, y se notaba demasiado.
Octopussy (1983)
Dejando de lado el demencial juego de palabras del título, 'Octopussy' es una apreciable aventura estilo Moore que vuelve a los stunts tronados y la acción para todos los públicos. Con abundancia de parajes exóticos, acusa en esta historia de robos de joyas y misiles nucleares, sin embargo, cierta fatiga por parte de un Moore que ya había agotado sus recursos paródicos. Moore aún tendría fuerzas, sin embargo, para volver una vez más.
Panorama para matar (1985)
Excelente elección para el tema principal. Roger Moore ya se había convertido en el Duran Duran de los Bonds, y cuenta aquí con un estupendo catálogo de secundarios que ya justifican solos la entrada: Christopher Walken como villano que quiere destruir Silicon Valley y Grace Jones como su guardaespaldas; Tanya Roberts como chica Bond y el gran Patrick Macnee (quizás el mejor Bond-que-nunca-fue-Bond) como aliado del agente.
Para cuando se estrenó la película, Moore llevaba más de una década con el personaje y tenía casi sesenta años. La serie necesitaba un giro y el actor un descanso. Cedió su testigo a Timothy Dalton, que otorgó al personaje una presencia más cruda y oscura. Dalton y los productores hicieron bien en mirar en otra dirección: habría sido imposible hacer un Bond más divertido, casual, cachondo y chiflado que el de Moore.
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