De entre las muchas parajodas que se pueden desprender del oficio cinematográfico, destaca, por encima incluso del binomio actor-director o del operador-director artístico, el de guionista y director, debido sobre todo, pienso yo, al desconocimiento o simple desdén del público hacia la razón de ser del guión como impulso, a veces una excusa, para hacer realidad un proyecto. El guión, por supuesto, no es más que una estructura en constante mutación, que nunca debería, bajo mi punto de vista, tomarse como un trabajo acabado. Pero como semilla u origen de una película, hay guiones y Guiones, y hay Directores y directores.
Ahora bien, no es lo mismo un director-guionista, que un director que no escribe sus guiones y que recibe propuestas de guionistas o de productores importantes de la industria. La gran mayoría del público fagocitador de películas no tiene ganas ni interés ninguno en encontrar las diferencias, sensibles, entre unos y otros. Pero esas diferencias condicionan, y de qué forma, el resultado final, y de ellas se derivan una serie de paradojas sobre las que resulta muy interesante reflexionar. Otro día hablaremos de la difícil relación entre los directores de fotografía y los directores artísticos, hoy nos centraremos en hablar del guión, y sus relaciones con la industria y el espectador.
Yo creo que hay cuatro tipos de directores:
1. Los directores-guionistas: autores absolutos del guión.
2. Los directores-coguionistas: que participan en la elaboración del guión, con un gran porcentaje de autoría sobre el mismo.
3. Los directores escritores no acreditados: que aunque no son considerados guionistas, ni por ellos mismos, lo cierto es que durante el rodaje o en preproducción aportan numerosas ideas o soluciones cruciales para el resultado final.
4. Los directores que no escriben: y que simplemente se dedican a dirigir guiones o proyectos ajenos, es decir, mercenarios a sueldo.
Supongo que los que me lean con cierta regularidad se imaginarán qué grupo es el que más respeto. Por supuesto que en cada uno de estos grupos hay directores legendarios que se han ganado a pulso esa leyenda, pero no creo que sea lo mismo estar en uno que en otro. Aunque hay matices, por supuesto. Si hablamos del grupo 3, ese en el que los directores no van de guionistas pero participan activamente en el guión, hay nombres ilustres como los de John Ford o Ernst Lubitsch, auténticos emblemas de ese grupo. Con su sola personalidad, además, atraían historias, o compraban los derechos de las mismas, y con guionistas con los que se sentían a gusto hablaban de temas que les eran muy propios.
El gran Ford, que en sus mejores tiempos tenía un gran margen de maniobra y era capaz de elegir las historias sobre las que hablaba, no necesitaba firmar los guiones para sentirse más autor. El gran Lubitsch escribía argumentos y luego instaba a escritores a hacer el trabajo sucio mientras él pulía con su deslumbrante ingenio cualquier detalle en el rodaje. Pero en general se suele considerar, sobre todo en los últimos tiempos, más autor a un director que escribe sus propios guiones, esa es la primera parajoda. Y yo creo que ocurre esto porque lo que más abunda son los directores del cuarto grupo, que simplemente filman historias muy diferentes entre sí. Aunque algunos de estos, como Ridley Scott, son considerados autores. Vaya usted a saber por qué.
Otra paradoja: hay directores que escriben sus propios guiones, en solitario (grupo 1), y o bien su labor de dirección es muy superior a su labor como guionista, con lo que muchos nos preguntamos por qué no intentan trabajar con alguien en sus guiones o delegar ese trabajo completamente en otros; o bien lo contrario, son mucho mejores guionistas que directores, y nos preguntamos por qué se echan a perder tan buenos guiones suyos. Un ejemplo muy bueno del primer grupo es Almodóvar, que ha evolucionado ostensiblemente como realizador, pero que sigue firmando unos guiones con defectos muy grandes que un guionista de fuste no se permitiría. Y un ejemplo del segundo es Lawrence Kasdan, un excelente guionista y un soso director.
Más paradojas: a menudo oigo la idiotez de que un director, sobre todo uno novel, no tiene derecho a escribir su propio guión, mientras un guionista de talento probado tiene todo el derecho a intentar sentarse en la silla de dirección. Es una afirmación que nunca jamás he comprendido. Por supuesto que si uno tiene la oportunidad de dirigir una película, puede intentarlo, pero muy pocos guionistas ilustres (sólo me viene a la cabeza Billy Wilder), han pasado a la dirección con éxito, en general han pasado por la experiencia sin pena ni gloria, provocando total indiferencia. Creo firmemente que o se valora demasiado al guión, o demasiado poco.
Pero, y ya para ir terminando con el asunto, no comprendo cómo se puede valorar de la misma manera a una película que, como proyecto, se hace realidad gracias a la tenacidad del director que escribe su propio guión y que lucha por hacerlo realidad, que a un proyecto cuyo director ha recibido por correo el libreto y que accede a dirigirlo con el proyecto ya en marcha. Además, creo que, salvo grandes artistas como los ya mencionados, el director ha de ser el autor del guión, en solitario, en compañía o de tapadillo (grupos 1, 2, 3), de lo contrario se origina una contradicción insuperable entre los intereses del guionista (a fin de cuentas, un artista también con sus temas y estilo) y los del director.
No en vano los más grandes cineastas, bajo mi punto de vista, del cine actual son o bien del grupo 1 (James Cameron, Terrence Malick, Paul Thomas Anderson) o del 2 (Zhang Yimou, Víctor Erice, Roman Polanski). Y el que quizá es el más grande vivo, Francis Ford Coppola, tiene en sus mejores películas aquellas que ha escrito solo o en compañía. Pero así seguimos, valorando lo mismo a directores mercenarios que, por ejemplo, a uno de los más grandes de la historia, James Cameron, que escribe en solitario proyectos grandiosos, los produce, busca la inversión y se encarga de la puesta en escena. Igualito que Scott, Zack Snyder, Ron Howard y otros, vamos, equiparables.
No sé qué pensará el lector, pero las cosas caen por su propio peso, creo yo.