Está claro que nunca lleve a gusto de todos. En el mundo del cine, y el arte, mucho menos. El conjunto de la crítica muchas veces no coincide con el público, y en otras ocasiones los premios tampoco coinciden con ninguno de ellos. Además, cada organización, cada entidad responsable de otorgar premios a los mejores trabajos anuales, tiene sus manías, sus zonas de corte y su gustos, establecidos según una tradición.
En el caso de los Oscar, las coordenadas son más o menos claras desde los tiempos de la edad dorada de Hollywood. A veces se saltan sus propios estereotipos, pero, en general, parece que hay un tipo de películas que atraen más a la Academia. “La Academia” ese ente que nadie ve ni oye, ese mago de Oz en la sombra, ese oráculo de seres primordiales que intuimos pero no vemos. ¿Un consejo de vampiros que no envejecen? ¿Viejos con túnica negra que deciden lo que mola y lo que no, alrededor de un círculo de símbolos arcanos?
Los tropiezos
Lo cierto es que parece que para agradar a la Academia hay que seguir unas pautas muy estrictas. Finalmente, el ganador del premio obtiene un prestigio que está por encima de taquilla, de crítica y de la acepción general con la que se haya recibido la película. Obviamente, ese prestigio cada vez es más etéreo. Año o tras año, los Oscar van minando su credibilidad con pequeñas decisiones que parecen ser tomadas sin un criterio que valore, simplemente, la calidad intrínseca del film. Sea cual sea su género.
Está bien, si alguien ha ganado muchos Oscar, es posible que el hecho de no valorar su buena actuación en otra edición, por ejemplo, atienda a razones de diversidad, de tratar de dar nuevas oportunidades. Eso tiene un pase. Lo que es extraño es que actores como Jake Gyllenhaal pasen desapercibidos de esa manera. Hay algo que no encaja. Pero tengamos solo en cuenta las películas, los directores. Para acotar un poco la mirada a los casos más flagrantes vividos en esta etapa de pérdida de credibilidad.
Errores cometemos todos, puede haber disertación, incluso películas que levantan tantas pasiones y odios que a veces en las votaciones acaba ganando lo que no sobresale. Esto pasa. Sencillamente se equivocan. Algunas de las cagadas más antológicas ya dieron la nota en la etapa más clásica. El Oscar a mejor película para ‘El mayor espectáculo del mundo’ (The Greatest Show on Earth’ 1952) sobre ‘Solo ante el peligro’ (1952) o ‘La vuelta al mundo en 80 días’ (Around the World in 80 Days, 1956) sobre ‘Centauros del desierto’ (The Searchers, 1956).
Nueva etapa, nuevos tongos
En el fin del mileno hubo alguna más reñida pero discutible como ‘Forrest Gump’ (1994) sobre ‘Cadena perpetua’ (The Shawshank Redemption, 1994) o ‘Pulp Fiction’ (1994) pero la cosa empezó a ponerse muy sospechosa con el descarrile de elegir una patochada de comedia blanda como ‘Shakespeare in Love’ (1998) frente a clásicos modernos como ‘Salvar al soldado Ryan’ (Save private Ryan, 1998) u obras de culto como ‘La delgada línea roja’ (The Thin Red Line,1998).
Claro, es muy fácil verlo ahora, con el tiempo, lo difícil es verlo en el momento. Pero, en serio, quien puede elegir mejor película ‘Chicago’ (2002) sobre ‘Gangs of New York’ (2002) o ‘El Pianista’ (The pianist, 2002). Esa querencia por el cine para todos o las obras biográficas anodinas como ‘Una mente maravillosa’ (A Beautiful Mind,2001), parecía una moda extraña, hasta que llego ‘Crash’ (2006) y se impuso sobre ‘Brokeback Mountain’ (2005), ‘Munich’ (2005) o ‘Buenas noches y Buena suerte’ (Good night and Good Luck, 2005). ¿Es una broma?
Como si los premios no se quisieran mojar, escogieron a la menos problemática del lote. Si hasta su director, Paul Haggis, reconocía que no lo merecía. Todo esto, empezaba a oler a podrido cada vez más. Nos hace reflexionar si otros casos recientes pueden tener una tendencia. Dramas independientes, musicales, y biografías de redención y superación. ¿Pueden salir los Oscar de esos corsés? Nadie lo cree.
Ninguneo de género
Las últimas declaraciones al respecto de James Cameron, ponen sobre la mesa este mismo aspecto. Para él, la Academia piensa que es quien tiene el poder de decirle a la gran plebe lo que debería estar viendo. “No premian las películas que la gente quiere ver, por las que están pagando dinero. Les dicen: ‘Sí, crees que te gusta eso, pero lo que debería gustarte es esto’. Titanic fue un caso muy raro. Fue una película que hizo una burrada de dinero y tuvo un montón de nominaciones".
Lo que pone de manifiesto salta a la vista. Que el año 2016 no ganara George Miller no tiene nombre, pero se debe a un ninguneo de género del que nunca se han querido deshacer. El director de ‘Doctor Strange’ (2016), Scott Derrickson ponía de manifiesto recientemente cómo el terror siempre es ignorado, haciendo hincapié en que películas como ‘La Bruja’ (The Witch, 2015) deberían haber tenido alguna nominación. Esto no es nuevo, claro, siempre se le considera un género menor. Igual que el de los superhéroes, por poner un ejemplo reciente.
La subjetividad de los Oscar han sido materia de discusión entre cinéfilos desde siempre, claro, pero ¿Cómo se explica que cada año que pasa, existan más películas nominadas y, curiosamente, el 80% de estas se estrene durante los meses inmediatamente anteriores o posteriores (fuera de USA) a la gala? ¿Los Oscar no tienen memoria? ¿Hay operación comercial? No podemos responderlo, pero sí asegurar que en los últimos 15 años solo un 20% de películas se estrenaron antes de los tres meses previos.
El gran paripé
Son detalles que extrañan. Pero si nos metemos en harina, las acusaciones de la actriz y directora Julie Delpy, en las que aseguraba que los votos de los Oscar se podían comprar, destapan la purpurina y el glamour para dejar a la vista los aspectos más bajos en los que podría caer. Nepotismo, votantes ancianos, blancos y republicanos y escándalos de soborno. La cosa llega hasta los rumores que implican a los illuminati. Lo único claro es que ganar el Oscar supone una reinyección económica importante para productores, directores o actores.
Podríamos dar mil vueltas sobre el tema y no daríamos con las claves. Podemos especular, quejarnos o dejar de ver las galas, pero no podemos afirmar nada. En momentos de duda, sólo hace falta cuestionarse si estos premios tienen algún significado cuando directores como Alfred Hichtcock, Charles Chaplin, Stanley Kubrick, Sergio Leone, Brian de Palma, Michael Mann, Quentin Tarantino, Tim Burton, David Fincher, Terrence Malick, Christopher Nolan o Ridley Scott no tengan el premio y Alejandro Iñárritu tenga DOS estatuillas. En su casa. Iñárritu.
No hay más preguntas, señoría.
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