Revisé, al fin, 'Barry Lyndon' (id, 1975) de Stanley Kubrick y quedé perplejo. Desde luego, me pareció una película incomparable, pero eso no es nada nuevo porque ya antes que yo muchos críticos habían encumbrado su reputación, glosado algunas de sus pericias técnicas y escrito con generosidad acerca de ella.
Sin embargo, esta película, como muchas de Kubrick, sufre de una fama que uno llamaría distorsión o acaso mero y extendido rumor. Pero no vayamos todavía a lo que dicen los demás: intentemos empezar esto por lo personal. Vi la película por vez primera hace muchos años y cuando la quise revisar, fracasé y me dormí. La vi con admiración pero apenas presté atención a lo que me contaba. Tenía veintiún años y demasiada prisa.
En la revisión, me ha parecido una película extraordinariamente entretenida y de repente, no entendí de donde vienen los lugares comunes de la película. Lo cierto es que esta película de Kubrick tiene fama de aburrida, lenta, y se recuerdan con insistencia las palabras de Steven Spielberg que la compara con ir al Prado sin haber comido.
No solamente no estoy de acuerdo sino que diré algo más: 'Barry Lyndon' me parece más entretenida que cualquier película de Transformers.
Incluso llamarla pictórica parece una injusticia relativa. Aunque es obvio que una parte del adjetivo resulta rigurosamente adecuada - el trabajo lumínico y natural, el gusto por las composiciones abiertas recreando comidas, reuniones de ejército, escenas dramáticas son deliberados y tienen a gran parte de la pintura figurativa del dieciocho como referente.
Sin embargo, la otra connotación de ese adjetivo parece sugerir que la película es contemplativa y lenta.
¡Y nada más lejos de la realidad! El Barry Lyndon con el que me encontré el pasado domingo tiene un estilo absolutamente extraordiario y dúctil: vigoroso, recurriendo a escenas sin trípode en peleas y escenas de guerra, sensual, detallado y casi rabiosamente erótico en las de cortejo, delicado y medido en las de pena, doloroso y lento en las escenas de interior.
Dividida en dos mitades, la película parte de un texto de William Thackeray del que se apropia y distancia con una naturalidad asombrosa. Ningún espectador, a menos que sea un lector literario y completista, sabrá que el narrador omnisciente es obra de Kubrick y que cambia radicalmente el sentido del original (un narrador no fiable en primera persona) o que el final está decisiva y dramáticamente conjugado para la película y nada tiene de literario.
Una cuestión de ritmo
La primera mitad de la película reúne juego de espías, de finas ironías acerca de la Historia y sus necesidades históricas, pequeñas y punzantes observaciones morales y un aparente triunfo de nuestro héroe con bonda incluida.
En la segunda, a más de hora y media de película, es cierto que Kubrick se toma su tiempo. ¡Pero trata de llevarnos a lo más difícil! El tedio del matrimonio, la distancia y la tragedia. De hecho, el último tercio de la película - un tenso duelo, una pérdida dolorosa, un colofón final - sugiere que los héroes terminan con el Régimen.
Me cuesta muchísimo pensar que los grandes espectadores y espectadoras de hoy - curiosos, valientes, heterodoxos - pueden seguir permitiendo llamar lenta o aburrida a una película tan rica, tanto que se permite al menos tres maneras de narrar y tres ritmos distintos (tensión sostenida, aventura cómica sin énfasis y abierta calma).
La pregunta que nos queda es ¿a qué llamamos aburrido? ¿y bajo qué (endebles) criterios?
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