Pues sí, como más de uno adivinasteis la semana pasada, cerramos hoy el círculo de la vida nocturna hablando de Pepe Navarro, algo que no me produce ya ni la tristeza que invertí en Sardà ni la diversión que me proporciona Buenafuente. Lo mío con Navarro es desgana, para qué nos vamos a engañar, pero por alguna razón que se me escapa este ser vivo es un animal televisivo capaz de transformar todo lo que le rodea en un espectáculo, de modo que hoy vamos a encargarnos de él, aunque seguramente más de uno pensará que no es necesario.
Y a Pepe Navarro lo ubico yo en cuatro registros diferentes: el de la radio, que nunca tuve ocasión de conocer de cerca, el de presentador de informativos y magazines que vimos a mediados de los ochenta en TVE, la bestia del entretenimiento nocturno que casi todos tenemos en la cabeza cuando hablamos de este ser… y el protagonista de un culebrón personal de la prensa rosa al que intentaré no referirme… y a ver si lo consigo.
Si he de decir la verdad, yo asocio a Pepe Navarro con una sandía. No, no penséis cosas raras, es que coincidió que Pepe Navarro se estrenó televisivamente allá por 1983 en ‘La tarde de verano’ y, claro, me acuerdo de verlo metido en la caja tonta mientras yo me peleaba con las pepitas de la sandía antes de salir a dar una vuelta en aquellas largas vacaciones de cuando éramos pequeños. En aquella época, eso de ver un magazine tras la hora de la comida y después de haber visto la serie de turno (ahora no sé si ‘El coche fantástico’ o ‘El gran héroe americano’ o lo que tocase aquel año) era un invento novedoso… pero a mí me llamaba más la calle, qué queréis que os diga.
Con todo, reconocí en Pepe Navarro un modelo de presentador diferente, con ganas de llegar a la audiencia y que dejaba atrás el hieratismo habitual en los presentadores al uso. Luego me enteré de que lo habían puesto a presentar el ‘Telediario’ y no me cuadró nada de nada, porque me temí que aquel sería el principio de las noticias espectáculo (yo es que era muy purista por aquel entonces, quién me lo iba a decir), pero no: el día que tuve ocasión de verlo, comprobé que simplemente presentaba el ‘Telediario’ y ya está, pero se le veía un poco fuera de lugar.
Y se me hace raro darme cuenta ahora, con la perspectiva de esos casi treinta años que han pasado, que en aquellos tiempos ya supe ver en Navarro la que sería su cualidad más definitoria: montar un espectáculo en todo aquello que toca.
Mi siguiente recuerdo personal sobre Pepe Navarro es algo traumático. Yo ya le había perdido la pista entre varios proyectos que lo llevaron de Madrid a Sevilla pasando por Miami para volver a Madrid con el magazine matinal ‘El día por delante’, que nunca vi porque uno tenía cosas más interesantes que hacer a aquellas horas, y ‘Juguemos al trivial’, que no me suena de nada, la verdad, y pasó también por ‘El gran juego de la oca’, concurso del que yo entiendo que fue un presentador más.
Y entonces cruzó el río, y de ahí mi trauma con Navarro. ‘Esta noche cruzamos el Mississippi’ llegó en 1995 para transformar radicalmente las noches televisivas. Telecinco ya había rodado unos primeros años calcando prácticamente el planteamiento del Canale Cinque italiano, carne fresca y diversión sin demasiadas exigencias, pero el modelo se agotaba, Antena 3 comenzaba a despuntar gracias a sus cambios internos y Telecinco veía cómo las audiencias decaían. Fue entonces cuando en Fuencarral optaron por incorporar formatos novedosos, como el argentino ‘Caiga quien caiga’, la eclosión del rosa informal en ‘¡Qué me dices!’ o la adaptación patria de los late night shows americanos de la mano de Navarro en ‘Esta noche cruzamos el Mississippi’.
En poco tiempo las audiencias repuntaron y se dispararon, pero a mí casi me da un colapso cuando, animado por la posibilidad de ver en España a una especie de Johnny Carson o David Letterman (por entonces no conocía a nadie más de más allá del charco), me encontré con aquel tipo cabezón, con los pantalones enroscados a la altura de los sobacos, sosteniendo una taza en una mano y defendiendo un montón de basura como guión. Comenzó mal conmigo, explicando no sé qué historia barata cargada de amarillismo salvaje para inaugurar su programa, y aún no entiendo por qué le di una segunda y una tercera y una cuarta y hasta una quinta oportunidad si, total, tanto Mikimoto como Buenafuente ya le pegaban mil patadas en TV3 con sus respectivos programas…
El Mississippi televisivo no era un amplio río en el que navegar a vapor: era un lodazal al que se incorporaron figuras de la talla de la Veneno, que evité ver a toda costa y a la que sólo conozco por fragmentos vistos en otros programas, y un incipiente imaginario de personajes que luego servirían de inspiración para que Javier Sardà poblara su planeta Marte mientras Andreu Buenafuente perfilaba su bestiario. Sinceramente, creo que no me perdí nada por cambiar de canal en cuanto aparecía aquel individuo en pantalla.
Quizá por ese motivo no puedo decidir si lo que dicen sobre la tiranía de Pepe Navarro con sus colaboradores es o no verosímil, aunque ya hace años que doy por hecho que nada de lo que se ve por la tele tiene por qué ser verdad y quizá por eso suelo pasar bastante de esas extrañas leyendas que vinculan lo que se ve con lo que no se ve en un programa, a pesar de que también suele ser cierto que cuando el Mississippi suena… agua lleva.
Seguramente, Florentino Fernández le estará muy agradecido por haber sido su descubridor, y es que algo bueno tenía que tener el programa. Sin ir más lejos encontramos en YouTube varias muestras de los míticos doblajes de películas que luego veríamos hasta la saciedad en ‘El informal’ porque, ¿quién no ha jugado de niños a inventarse los diálogos viendo según qué secuencias de películas? ¿O será que yo siempre he sido un friki de cuidado?
Y pensar que Flo tuvo problemas con Chiquito de la Calzada… En fin, volvamos, que estábamos con Pepe Navarro y su lodazal. Otros que tienen motivos para estar agradecidos al presentador son Carlos Iglesias y Santiago Urrialde, lo que pasa es que con estos dos tengo yo un serio problema de afinidad humorística, por lo que entiendo que hubiera gente que se murieran de risa con ellos, pero a mí me dejaban tan frío que no me compensaba ver el programa.
Cuando Pepe Navarro salió despedido del río y se marchó a Antena 3 para luchar contra Sardà presentando ‘La sonrisa del pelícano’, yo no tuve ya ni ganas de verlo en acción. Sé que la lió parda con el caso de las niñas de Alcàsser, pero poco más. Y la misma indiferencia le profesé cuando lo reficharon en Telecinco para ‘Gran Hermano’ y en TVE con ‘Ruffus & Navarro Unplugged’, y lo mismo me ocurrió cuando apareció en ‘Saturday Night Live’... aunque en este último caso confieso que le he ido echando varios vistazos al vídeo para buscar la piedra filosofal de mi indiferencia por este ser:
Y creo que ya lo tengo. Es un tipo que maneja bien la ironía y que sabe ver en los demás el punto óptimo para la caricatura… pero luego no lo lleva a la práctica con gracia ni por error. Aquella frescura que tenía en 1983 se quedó por el camino de su ya larga vida, pero él todavía no lo ha asimilado. Encasillado en el papel de entertainer a la fuerza, Pepe Navarro vive encerrado en sí mismo, pero en el sí mismo de hace ya unos años y, claro, se nota que no le da el aire. ¿Le abrimos la ventana?
Ficha en IMdb | Pepe Navarro
En ¡Vaya Tele! | Animales televisivos
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