A Matías Prats se le puede odiar o admirar, pero creo que no deja indiferente, lo que sin duda sería el peor castigo para un animal televisivo como él, que goza de su trabajo y que disfruta explicando a los demás las cosas que suceden en el Mundo a través de su personalísimo prisma y empleando una muy cuidada puesta en escena con que se empeña en diferenciarse de los demás.
Habiendo mamado el periodismo de las ubres de su padre (qué raro queda decirlo así), legendaria bestia de la comunicación, Matías Prats junior luchó durante muchos años para deshacerse de la coletilla "junior" y convertirse en todo un senior del periodismo audiovisual de España. Y no sólo lo ha conseguido, sino que, por su forma de trabajar en el medio y de comprender cómo funciona, Matías Prats es ya un consagrado animal televisivo.
Caricaturizando, porque el personaje se presta lo suyo para este cometido, uno podría presentar a Matías Prats como aquel que en una ocasión se lió a gritos enarbolando un par de airados y salvajes "¿pero esto qué es?" consecutivos que lo inmortalizaron en la memoria popular que se retroalimenta en internet. Su error de directo, cuasi homenaje grituno a Miki Nadal que se debió de escuchar en varios acres alrededor del plató, ha sido repetido y reinventado en multitud de ocasiones, lo que da buena cuenta de cómo un simple instante puede causar en un personaje de la tele una mella de tamaño similar al de un cráter lunar.
Pero Matías Prats es más que esa reacción, aunque esa reacción puede ser muy indicativa de lo que es Matías Prats: un amante de la pulcritud en el trabajo, fiel a su imagen de niño bien pero huyendo del hieratismo y trasladando a la pequeña pantalla lo que él considera que es un calculado equilibrio entre el rigor del periodismo interpretativo y el desparpajo audiovisual.
¿Ha sido así siempre Matías Prats? Recuerdo por encima una de tantas entrevistas que le han ido realizando a lo largo de su ya dilatada trayectoria. En ella narraba una anécdota vivida en plató junto a Mariano Medina, el hombre del tiempo por antonomasia en TVE cuando los mapas de la previsión meteorológica se dibujaban a mano en un cartón. Y contaba Matías Prats algo así como que él y el sosoman José Ángel de la Casa (otro que iba en pantalón corto por aquel entonces) se divertían tirándole del cable del micro al meteorólogo mientras este, impertérrito, hablaba de sus isóbaras para España entera. Así de majete era el buen mozo.
Luego vendría 'Estudio Estadio' y su consagración como periodista gracias a las tablas que proporciona el deporte a los que se dedican al arte de narrar los eventos consuetudinarios que acontecen en la rúa. Fue una larguísima etapa, de 1981 a 1993, pero es que todo en la vida profesional de Matías Prats son larguísimas etapas. Quitando galas y otros especiales, su currículum tiene menos líneas que el metro de Liechtenstein, pero cada una de ellas abarca un porrón de años, así que no es de extrañar que para cada cual Matías sea un símbolo de alguna de sus etapas.
Para mí, siempre será aquel periodista deportivo de cuando era un chaval (yo, aunque él tampoco peinaba canas precisamente), algo a lo que contribuyó su papel como presentador de los deportes del 'Telediario' hasta que un día a alguien se le ocurrió ponerlo a presentar el espacio. Recuerdo que en casa nos quedamos anonadados al ver a Matías Prats ("¿este qué hace dando las noticias?") fuera de su hábitat natural ("¿pero este no era el de los deportes y el fútbol?").
Con el tiempo y, sobre todo, con su paso en 1998 a la absorbente Antena 3, Matías Prats comenzó a darle una vuelta de tuerca a su forma de concebir la información televisada y siempre he pensado que se pasó un poco de rosca cuando dejó de informar para convertirse en protagonista del medio, ayudado por sus chascarrillos que sentaron escuela entre una horda de malos imitadores que comenzaron a confundir lo que es un plató de televisión con lo que es una tasca. Siempre he pensado que de aquellos polvos vinieron muchos de nuestros lodos.
Pero a pesar de todos sus chistes malos y su aparente divismo, todo se lo perdono por dos motivos: el primero, que creo firmemente que ese supuesto divismo es, como tantas cosas en la tele, simple y llanamente falso; el segundo, que no puedo evitar recordar cómo viví gracias a este hombre lo que sucedió aquel día de septiembre cuando yo me dirigía a la cocina para ir a buscar el pan... y me quedé durante unas cuantas horas de pie, con una barra en la mano y un tenedor en la otra, escuchando atentamente su improvisada retransmisión.
Quien quiera quedarse con la imagen de payasete a la que por desgracia nos acostumbró, que se quede. Yo creo que Matías Prats es mucho más que eso y, aunque no lo puedo seguir mucho en la actualidad, algo me dice que ha ganado con los años, sobre todo en comedimiento, lo que sin duda le beneficia. Ah, por cierto, ¿alguien puede explicarme cómo es que hace cerca de 40 años que lo veo en pantalla y ni su cara ni su voz ni su entonación han cambiado casi nada?
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