Con cinco candidaturas a los Oscar y varios premios ya recibidos, se estrena el día 13 ‘The Reader’ (el lector), la adaptación que ha realizado Stephen Daldry (‘Las horas’) de la novela ‘Der Vorleser’, de Bernhard Schlink. Encabezan el reparto Kate Winslet, Ralph Fiennes, Bruno Ganz y Lena Olin, a quienes acompañan rostros menos conocidos como los de David Kross, Jeanette Hain o Ludwig Blochberger.
Una revisora de tranvía, Hanna Schmitz (Winslet), conoce a un adolescente, Michael Berg (Kross), cuando él vomita en su portal. Ella le ayuda y, una vez él ha recuperado su enfermedad, vuelve a su casa para agradecérselo
Así es como comienza ‘The Reader’ , aunque lo que de verdad hace arrancar la película es otro acontecimiento muy diferente. Lo que vemos en esta introducción son situaciones que, aunque podrían haber quedado zafias con otro tratamiento, aquí se perciben delicadas. Es un retazo de la historia que necesitamos conocer para comprender el argumento. No sólo conocerlo cual frío dato informativo: necesitamos ver cómo sucede, pues las emociones que se derivan de ese romance serán lo que dé fuerza a los hechos posteriores. Así que no es algo del todo prescindible. Pero, a pesar de eso, el guión de David Hare dedica a esta etapa más minutos de los necesarios. Ya que la acción no avanza y las escenas se hacen repetitivas en cuanto a su contenido, con algo menos de duración, el efecto habría sido equivalente.
Una vez se ha superado este período, ‘The Reader’ mejora muchísimo y, más adelante, pasado el ecuador del metraje, hay un tramo de película muy poderoso, que es donde todo cobra sentido, donde de verdad se producen sentimientos en el espectador y donde se establece la identificación con los personajes. Se comenta que sería extraño que se llevase el Oscar a la Mejor Película un film que ni siquiera está nominado al mejor montaje. Parece claro que sin un buen montaje una película no puede ser impecable y ‘The Reader’ no cuenta con una buena labor de edición. No estoy hablando de ritmo o duración de los planos, sino de lo que el montaje debería haber hecho con la estructura: con una introducción menos extensa y llegando antes al juicio, el film concentraría sólo momentos buenos en lugar de estar sufriendo altibajos. La división en tres partes de la novela no da los mismos resultados en cine. Si se añade una cuarta en forma de epílogo de dudosa pertinencia, el conjunto es aún más cuestionable.
El juego temporal a base de flashbacks, que no estaba en la novela, no habría sido necesario. En todo caso, sirve para lastrar aún más el ya de por sí lento avance de la historia. Permitiéndose la libertad de hacer cambios, habría sido más sabio por parte de Hare acercarse a una estructura más cinematográfica y ágil para centrarse en los mejores momentos de la narración, que incluir este recurso tan artificioso.
La interpretación de Kate Winslet es buena, pero opino que no iguala la que hizo en ‘Revolutionary Road’ y que, si había que convocarla para el Premio de la Academia por un único film, habría sido preferible elegir el de Mendes. Allí cada palabra que salía de sus labios parecía que estaba gritando Oscar. Aquí su actuación es más monótona, basada casi siempre en una expresión de ceño fruncido que presenta pocos matices. Más profundamente se puede saber si la interpretación es mejor o peor analizando los resultados: la identificación que nos ha creado hacia su personaje es un termómetro perfecto de su trabajo como actriz. Y, al menos a mí personalmente, me despertó mucha más empatía en ‘Revolutionary Road’ que en el film que nos ocupa.
El otro protagonista, David Kross, en el papel de un Ralph Fiennes joven, carece de definición, se presenta vacío, plano. Es difícil mantenerse a su lado ante sus cuitas o ver el atractivo que encuentran en él los personajes femeninos. Uno de sus compañeros de la Universidad de Derecho, con una sola frase, ya demuestra mucho más carisma que Kross en todo el film. Ese Berg joven nunca termina de despertarnos nada, como sí logrará cuando cambie de intérprete para alcanzar la edad madura. Por otro lado, no es creíble que el chico no se hubiese dado cuenta antes de que (SPOILER) Schmitz no sabía leer. Así, el momento de su descubrimiento se nos antoja débil, como también todo el problema que supone para ella el analfabetismo (FIN DEL SPOILER).
El personaje de Bruno Ganz, un intérprete que podría haber aportado mucho a la película, se presenta cuando conviene, como vehículos para sacar adelante el argumento, y luego se abandona por completo, sin que se sepa qué es de él. Lena Olin hace una extraña aparición con un obvio maquillaje avejentador que te hace pensar que inmediatamente habrá un flashback donde la veremos en su edad natural. Sin embargo, no se nos desvelará el misterio del porqué de esta transformación hasta el final. Habría sido mejor evitar esa sensación de descoloque que se produce al verla en el papel de vieja, sobre todo porque más adelante se comprende que era innecesaria y que únicamente se trataba de un capricho, quizá del director, quizá de la propia actriz.
El fondo de esta historia –parcialmente autobiográfica— presenta dilemas morales que, sobre el papel, tienen una enorme fuerza dramática. Sin embargo, en el film no percibimos tales diatribas con la misma intensidad. En el personaje de Winslet sobreentendemos una necesidad de arrepentimiento tras lo que hizo en el pasado. Pero no lo vemos en ella, ya que su interpretación es demasiado hermética en el momento en el que se tendrían que entrever las ganas de reflexionar. Igualmente, cuando se cierne sobre su cabeza la posibilidad de una condena, sentimos poca empatía con Schmitz. Esto también es cuestión de guión, por supuesto: (SPOILER) es decisión suya no sacar a la luz lo que la podría salvar. Y ya que antepone el orgullo a la libertad, suponemos que es lo que ha preferido. Si a ella no le importa ir a la cárcel, tampoco puede provocarnos pena a los espectadores (FIN DEL SPOILER). Con el personaje de Kross también tendríamos que sentirnos conmovidos por la dificultad ante la decisión de si confesar o no ese secreto. Y esto tampoco se transmite en la película.
En ‘The Reader’ podemos hallar grandes momentos rodados de forma bella y elegante –la nominación a la Mejor Dirección de Fotografía me parece adecuada—. Encontramos buenos intérpretes. Se nos narra en ella una historia con aristas emocionales y posibilidades de despertar grandes sentimientos. Pero no es una película perfecta. Muy al contrario, se trata de un film en el que se diferencian demasiado los fragmentos mejores de los no tan logrados.
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