No leer si no se ha visto la película.
Kate Winslet aún debe estar celebrando el haber ganado el Oscar a la mejor actriz principal por su interpretación en ‘The Reader’, film dirigido por Stephen Daldry (‘Billy Elliot’, ‘Las horas’), que en la ceremonia del pasado domingo se llevó a casa un premio de los cinco a que aspiraba. Así, es la segunda vez que una actriz gana un Oscar a las órdenes de Daldry, que con sólo tres películas se ha convertido en uno de los narradores más sólidos del panorama actual.
Tomando como base el libro escrito por Bernhard Schlink, contando con intérpretes de primera, alguno de ellos desconocido, Daldry vuelve, al igual que en su anterior film a mezclar tres hilos argumentales separados en el tiempo, indagando en cuestiones como la culpabilidad, la responsabilidad, el recuerdo imborrable del amor y sobre todo, el sufrimiento a través del conocimiento. El resultado para el que esto firma, es la mejor película de las cinco finalistas en la pasada edición de los Oscars.
Los tres hilos antes mencionados dan comienzo en la Alemania tras la Segunda Guerra Mundial. Michael Berg es un adolescente que un día es ayudado por una mujer mayor que él, Hanna. Entre los dos dará comienzo una apasionada historia de amor, en la que él descubre que a Hanna le encanta que le lean libros, empezando así también una pasión mutua por la lectura. Un día, Hanna desaparece misteriosamente, y Michael no lo entiende. Ocho años después, vuelven a encontrarse en inesperadas circunstancias, y sus respectivas vidas no volverán a ser lo mismo, aunque siempre estarán marcados por su encuentro.
‘The Reader’ se divide en tres partes bien diferenciadas, en las que la relación entre los dos personajes centrales va evolucionando por caminos de una intensidad muy bien tratada por Daldry. Hay que señalar que el director permanece un poco en la distancia, acercándose lo justo a una relación demasiado poderosa, tal vez para no cargar las tintas ni caer en el sentimentalismo barato, algo en lo que podría haber caído tranquilamente la historia narrada en ‘The Reader’. Con esto me refiero no sólo a la relación de amor central, sino a todas las bifurcaciones que parten de la misma.
Un juicio, en el que tal vez la película se vuelva un poco repetitiva (el único fallo que le señalaría al film), revela el pasado de Hanna, un pasado atroz que revuelve el corazón de su joven amante de años atrás, quien se debate entre su amor por ella y el horror de descubrir hechos imperdonables. Hechos que tienen que ver con el holocausto judío, y que afortunadamente en esta película nada tienen que ver con las eternas lamentaciones y lloreras a las que nos tienen acostumbrados, sino con algo mucho más terrible, y que queda perfectamente reflejado en la película. Un tramo que expone una serie de cuestiones y logra que el espectador se haga preguntas que tal vez no quiera contestar nunca. ¿Están justificados los actos de la acusada si ésta no sabía realmente lo que hacía? ¿Con juzgar a los guardianes de un campo de concentración, probablemente los últimos monos dentro de los nazis, llega y se calman las conciencias? ¿Puede uno seguir queriendo a la persona amada aún después de descubrir que ha cometido un crimen imperdonable? ¿Se puede a través del amor perdonar?
Pero la parte que más me ha cautivado de ‘The Reader’ es aquella en la que se sugiere todo el sufrimiento que se puede adquirir a través del conocimiento, del saber que nunca ocupa lugar. Hay una famosa frase en un famoso libro que dice: “El que posee el saber posee el dolor, así pues, quien aumenta su conocimiento, aumenta su sufrimiento”. En la película queda reflejado de una forma elegantemente sutil a través del personaje que interpreta una Kate Winslet que se ha ido directa al grupo de las grandes actrices de la historia (así, como suena). Sin ánimo de desvelar nada, cuando descubrimos su pasado lo hacemos al mismo tiempo que conocemos cierto detalle sobre su personalidad, verdaderamente fundamental. Y es precisamente esa condición la que nos hace entender sus actos, no sólo en su pasado puesto a tela de juicio, sino con su joven amante, con su “niño”, como ella le llama. Hanna no comprende ciertas cosas, porque ella no sabe, no posee cultura. Cuando en el tramo final ella decide por sí misma (en lo que es un prodigio de montaje y ritmo) aprender, se va dando cuenta poco a poco (y aquí hay que subrayar de nuevo la sutileza del director a la hora de mostrarlo) de lo terrible que ha sido su existencia. De la misma forma que antes no entendía las decisiones de su “niño”, ahora sí, y es precisamente ese dolor la que le hace suicidarse, utilizando como apoyo final los libros que durante años su amor le leyó. La base de todo conocimiento como púlpito final de una vida. ¿Se puede elegir mejor momento para morir?
‘The Reader’ alcanza momentos sublimes en los que una emoción contenida se desata a través de las decisiones finales de dos personajes condenados a amarse sin estar juntos. Baste comentar el final del personaje de Winslet, o la decisión de un Berg mayor, al que da vida un excelente y atormentado Ralph Fiennes, de dedicar la mayor parte de su tiempo a seguir leyéndole a su verdadero amor los libros que le abrirán un nuevo mundo de conocimiento. ‘The Reader’ alecciona sin resultar manipuladora o maniquea. Enseña a través de una historia de sufrimiento, que nunca debemos olvidar, que tal vez podamos perdonar, que la redención es posible. Y sobre todo nos muestra, curiosamente en estos días, la suerte que tenemos de tener toda la información a nuestro alcance. Y lo hace expresando el gran amor que los personajes centrales sienten por la lectura. Con esto, el film es un acto de amor hacia los libros.
Dejo para el final, uno de los descubrimientos de la película: David Kross, actor alemán que da vida al joven Michael Berg en los dos primeros tramos del film. En el primero de ellos, con la inocencia de todo joven adolescente, lleno de curiosidad ante el nuevo mundo de sexo que le muestra su nueva amiga. Y en el segundo, con algunas gotas de madurez adquiridas por sus años de estudio, y totalmente derrumbado por el terrible descubrimiento que hace. Y consigue estar a la altura de una Kate Winslet pletórica, que llena de matices su personaje, a través de sutiles gestos de endiablada precisión y naturalidad (¿quién no ve a una completa inculta en las primeras imágenes de la película?). Oscar más que merecido.