Tras la fiesta de los Oscars, con la resaca aún latente, es tiempo de valoraciones. Tal como se había previsto, no fue una noche de grandes sorpresas, aunque alguna hubo. Los pronósticos se cumplieron, en general, especialmente en lo que se refiere a la gran triunfadora, ‘Slumdog Millionaire’, la película de Danny Boyle, que con el tiempo va ganando tantos admiradores como detractores.
Es lo que tienen estos premios, que llegan a condicionar de forma considerable el visionado de las películas, tanto de las premiadas como de las olvidadas; lo que normalmente se traduce en que las primeras se infravaloran y las segundas se sobrevaloran. Evidentemente, hablo en términos generales, ya que, por ejemplo, ‘Zodiac’ me parece mejor película que ‘El curioso caso de Benjamin Button’, la última de David Fincher, una de las perdedoras de esta ceremonia.
Y es que a pesar de lograr tres estatuillas (dirección artística, maquillaje y efectos visuales), la nueva de Fincher competía en trece categorías y era la favorita para hacerse con los premios más importantes, en un duelo casi en solitario con la película de Boyle, que finalmente la ha derrotado con claridad; a partir de ahora, su cartel estará acompañado de una pegatina con ocho doradas figuras de hombrecillos calvos con una larga espada tapando elegantemente las partes privadas delanteras (vaya, suena un poco mal dicho así).
Hablando de derrotados, de perdedores, que a mí me interesan más que los triunfadores, hay un premio que debo reconocer que me ha dejado una sensación verdaderamente amarga. Una de las sorpresas de la noche, aunque en realidad, si nos detenemos a pensarlo un poco, no tiene nada de extraordinario, ha sido el Oscar al mejor actor en un papel principal, que ha sido para Sean Penn (por encarnar a Harvey Milk) y no para Mickey Rourke, como apuntaban todas las apuestas.
Sé que dije que pedí sorpresas, y que Frank Langella ha realizado, para mí, la mejor interpretación de los cinco nominados (cosa que mantengo, claro), pero son ese tipo de afirmaciones que uno hace cuando da por hecho ciertas cosas. La principal, que se iba a reconocer el gran trabajo del protagonista de ‘El luchador’, que veríamos a Rourke levantar el Oscar, trasladando a la realidad uno de los mejores momentos de la película, esa imagen de Randy emocionado envuelto en aplausos. Me ha faltado ver eso, la verdad, y me da pena, porque el actor merecía ese momento. Espero que se lo tome con buen humor y ante todo como un reto: a seguir luchando, otro año será.
Al margen de esto, y de que esté más o menos de acuerdo con la película triunfadora (como ya os dije, me gusta más la historia de Benjamin Button), los demás premios me parecen bastante razonables, sin demasiada discusión.
Por supuesto, como no podía ser de otra manera, Kate Winslet consiguió por fin ese merecido Oscar a la mejor actriz (perfecto que no haya sido uno por papel de reparto, el que ha logrado “pesa” más y es más justo) gracias a ‘The Reader’, el talento de Heath Ledger fue reconocido por su electrizante creación del Joker en ‘El caballero oscuro’ (otra de las perdedoras de la noche, otra de las grandes injusticias), si bien el momento no fue tan emotivo como se esperaba, y “nuestra” Penélope Cruz pudo agarrar la estatuilla que tanto ansiaba, ella y nuestro país, al parecer (a mí me daba igual, pero bueno, seamos absurdamente patriotas por un día).
No quiero terminar este artículo sin destacar, del mismo modo que han hecho mis compañeros, la fantástica labor de Hugh Jackman como presentador (demostrando lo carismático que es, aunque últimamente no haya estado muy acertado seleccionando sus papeles), así como algunos cambios de la ceremonia, que la hicieron más elegante y emocionante. Me refiero sobre todo a las presentaciones de los nominados a los premios de interpretación, dándole mayor importancia si cabe.
No fue, por tanto, la pesada gala que podría esperarse, sino un ejemplo más de que en Estados Unidos, cuando quieren, son los “number one” del entretenimiento, hasta en eventos como éste, que en países como España se toman de forma totalmente equivocada, como si no hubiera espectadores. Así le va a los Goya, a ver si se aprende la lección, que tampoco parece tan difícil.
Pd: También me quedé con las ganas de escuchar la dedicatoria de Rourke a su mascota, Loki (“el amor de mi vida”, según el actor), fallecida recientemente.
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