Durante un tiempo, Tom Cruise busco el Óscar desesperadamente. En aquella época nos regaló las interpretaciones de 'Magnolia', 'Nacido el 4 de julio' y 'Jerry Maguire': consiguió tres nominaciones y la industria quería darle el premio a alguien que vimos crecer en pantalla y cuyo éxito sería un auténtico momentazo para la historia de los premios. Entonces, en 2005, se subió al sofá de Oprah gritando su amor por Katie Holmes. Y su carrera quedó dilapidada.
El retorno del héroe
Ya sé que esta historia os la conocéis, pero vamos a repasarla, porque es imprescindible para entender por qué a Tom Cruise, ahora mismo, no le interesa un Óscar. Antes del asunto del sofá, Steven Spielberg afirmó que Cruise era un colaborador a futuro, y que tenían un montón de proyectos en mente para hacer como dúo creativo imbatible. Después, 'La guerra de los mundos' se lanzó y su amistad terminó en el momento. Los medios repudiaban a Tom Cruise, e historias cada vez más rocambolescas sobre su relación con la cienciología o la elección de sus novias copaban los artículos de las webs más sensacionalistas. ¿Os acordáis de lo de comer placentas? ¿Y si os digo que fue un comentario claramente distorsionado por los medios?
Hollywood dio la espalda a Tom Cruise. Tanto, que incluso se plantearon matar a Ethan Hunt en 'Misión Imposible: Protocolo fantasma' y convertir a Jeremy Renner en el nuevo héroe de la franquicia. Pero para entonces, Cruise ya había abandonado su estatus de estrella de prestigio y había abrazado una nueva personalidad: la del maverick desquiciado capaz de hacer las secuencias de acción más bestias sin extras ni cuidado por su propia vida.
No fue fácil llegar hasta aquí, y fue un camino de reinvención de su propia personalidad. ¿Qué significaba ser Tom Cruise? ¿Era solo el actor guapo de 'Vanilla Sky' o podía abrirse a papeles menos agradables como el de 'Collateral'? ¿Era el público capaz de perdonarle? Cuando apareció en pantalla con el disfraz de Les Grossman en 'Tropic Thunder', la prensa no supo qué hacer: el personaje al que habían ridiculizado durante los tres últimos años estaba ahora riéndose de sí mismo. Y volvería a trastocar su personalidad como actor en 'Valkiria' y 'Noche y día', lanzando pasta a una pared para ver cuál se pegaba. Y por el camino, volvió a solidificar su estatus de estrella. Solo que una estrella totalmente diferente a la que era.
¿El Óscar? Para quien lo quiera
Después de 'Misión imposible: protocolo fantasma' su estatus adoptó la forma de actor en búsqueda de su muerte delante de las cámaras. El público y la industria olvidaron el sofá, la cienciología, las portadas escandalosas y los rumores, y abrazaron a un Tom Cruise que tras 'Rock of ages' finalmente abandonó los proyectos donde no era él mismo para convertirse en el hombre de los mil titulares: el hombre capaz de escalar el Burj Khalifa, rodar sin gravedad, aguantar bajo el agua más de lo humanamente posible, volar en el ala de un avión... Un auténtico portento del siglo XXI admirado por sus coetaneos.
Tom Cruise había renacido, y el Óscar que tanto persiguió durante años con papeles de prestigio ('El último samurai', 'Eyes wide shut', 'Algunos hombres buenos') ya no estaba entre sus sueños. Es probable que, en su vejez, trate de volver a papeles más oscarizables abandonando la acción y la ciencia-ficción, pero ahora mismo está más centrado en divertir al público que le dio la espalda que en premios -para él- estériles.
Hoy por hoy, para ganar un Óscar lo de menos es el papel que hayas hecho: lo que importa es tu narrativa, la historia que le vas a contar a los académicos para demostrar que te lo mereces más que los demás. Brendan Fraser, por ejemplo, tiene una imbatible: el marginado que se retiró del cine por acoso sexual y al volver se mostró humilde y bondadoso con todo el mundo. Pero, ¿cuál es la de Tom Cruise? Ya es la última estrella del mundo del cine, no necesita un premio porque aún le quedan años por delante para conseguirlo. Puede que a nosotros, ansiosos por momentos épicos en una gala normalmente aburridísima, nos haga ilusión que suba y se haga justicia con las estatuíllas que no le dieron en sus años mozos, pero, francamente, ni es este año, ni es con esta película.
El Maverick solitario
'Top Gun: Maverick' no es una secuela al uso porque no tiene ningún interés por ser una secuela: es un comentario meta sobre la propia identidad de Tom Cruise en la industria del cine. Él se ve como ese piloto de aviones capaz de hacer las proezas que nadie le ha pedido que haga, envejecido a su pesar, pero que aún puede llevar el peso de una última misión suicida sobre sus hombros. Y, por qué no decirlo, borda su mejor papel desde, probablemente, 'Collateral'.
Su sonrisa sigue siendo encantadora y encarna al héroe americano, pero ahora se esconde algo más tras ella: el trasiego de una vida, el cansancio de sentirse el único en encarnar unos valores cinematográficos ante las nuevas (y, no lo olvidemos, volátiles) modas. Pero, pese a todo, 'Top Gun: Maverick' no es la película por la que Tom Cruise debe ganar el Óscar, y menos aún en un año con actuaciones fabulosas que se le quedan grande. Lo ganará, sin duda. Pero ahora mismo, incluso estar nominado va en contra de sus intereses.
Los premios Óscar, doloridos y desangrándose, necesitan actores a los que les haga ilusión ganar y que vayan a hacer campaña apareciendo en todos los medios, dando entrevistas, camelándose a la Academia. Y Tom Cruise, como la estrella esquiva con la prensa que es, no está para eso ahora mismo. Porque en su viaje del héroe aún queda un último peldaño que superar: el de volver a tener el respeto de la industria más académica, perdida tras tantos años de misiones imposibles. Lo conseguirá, tendrá una narrativa y terminará su carrera por la puerta grande, pero aún tenemos que aguantar nuestras ganas: a Tom aún le queda bastante mecha por quemar.
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